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Elecciones México López Obrador o la transformación "radical" de México

México celebra hoy unas elecciones clave. Las encuestas prevén la victoria del izquierdista Andrés Manuel López Obrador, líder de Morena (Movimiento de Regeneración Nacional). Se trata del tercer asalto al poder de un aspirante que promete una "transformación radical" de un Estado en profunda crisis.

El candidato presidencial mexicano, Andrés Manuel López Obrador, en el cierre de su campaña. / Reuters

Andres Manuel López Obrador lleva años preparándose para este momento. En su tercer asalto, el líder de Morena (Movimiento de Regeneración Democrática), izquierdista, antiguo alcalde de la Ciudad de México, el tipo que aspira a transformar un Estado que se descompone, será elegido presidente. Solo una catástrofe, o el fraude siempre presente, pueden terminar contradiciendo a las encuestas, que le dan entre 20 y 30 puntos de ventaja respecto a Ricardo Anaya y José Antonio Meade, sus dos grandes rivales.

El primero, al frente de una coalición contranatura entre la derecha del Partido de Acción Nacional (PAN) y la izquierda del Partido de la Revolución Democrática (PRD), la formación que encabezó el propio López Obrador hace más de una década. El segundo, encabezando la plancha del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que ha dominado la política mexicana casi ininterrumpidamente desde hace 70 años.

México padece una grave crisis estructural que explica el auge de Amlo, como se conoce popularmente al candidato favorito. Más de 80 millones de votantes están llamados a las urnas. Se trata de los mayores comicios jamás realizados en el país, se escoge el 80% de los cargos públicos.

Élites políticas, violencia y corrupción caracterizan estas elecciones

Las razones del crecimiento de López Obrador son varias y tienen que ver con la descomposición del Estado mexicano. Por una parte, las élites políticas carecen de crédito en la ciudadanía, especialmente tras el denominado “pacto por México”, que unió a los tres grandes partidos (PRI, PAN, PRD) en 2012. El objetivo era “impulsar un nuevo ciclo de reformas neoliberales”, según explica Luis Hernández, jefe de opinión del diario La Jornada. En su opinión, esto se convirtió en el “beso del diablo” para las formaciones tradicionales y ha sido aprovechado por López Obrador, que se presenta como ajeno al establishment aunque, en realidad, ha estado toda su vida en la política institucional. El segundo elemento es la violencia, que está desatada, con más de 260.000 asesinatos desde que en 2006 el entonces presidente, Felipe Calderón, iniciase su “guerra contra el narco”. Un contexto de violación sistemática de los Derechos Humanos cuyo principal quiebre fue la desaparición, en 2014, de 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa. Durante la campaña, al menos 133 políticos han sido asesinados, lo que hace que esta carrera electoral haya sido la más sangrienta de la historia de México.

La corrupción es el tercer elemento que socava la confianza en las instituciones. No se trata únicamente de casos de desfalco, sino la infiltración de las instituciones por parte del crimen organizado. Hay territorios, como Sinaloa o Tamaulipas, en los que resulta difícil pensar que un candidato puede llegar al poder sin el apoyo tácito o explícito de los cárteles.

Estas son las explicaciones, pero resulta importante analizar qué podemos esperar de un sexenio con López Obrador en el Gobierno. Él habla de la “cuarta transformación” del país, tras la independencia (1921), la Reforma (1858-1861), y la Revolución (1910). A diferencia de las otras tres, el futuro presidente destaca que su proyecto de transformación será “pacífico”. A pesar de ello, y desde hace más de una década, sus adversarios han jugado la baza de compararlo con Hugo Chávez, el expresidente venezolano muerto en 2013. Le acusan de autoritario, de querer socavar las instituciones, de tener la tentación de limitar los contrapesos que regulan el sistema político mexicano. Esgrimir el supuesto “peligro bolivariano” es un fenómeno global. En este caso, no resulta creíble. El aspirante izquierdista ha dulcificado sus formas, mostrándose más conciliador, aunque sin renunciar a la promesa de reformas “radicales”, entendido este término como “ir a la raíz”. Ha pasado mucho tiempo desde aquel López Obrador que, en 2006, cantó fraude tras el triunfo de Felipe Calderón y mantuvo paralizada media capital con sus seguidores desplegados en plantones durante meses.

López Obrador ha dulcificado sus formas, pero sin renunciar a promesas "radicales"

Ahora, en cambio, hasta su coalición Juntos haremos Historia es muestra de eclecticismo. A Morena, como formación principal, se le suma el Partido del Trabajo (PT), aliado izquierdista, y el Partido Encuentro Social (PES), un grupo conservador que tiene entre sus líderes a varios pastores evangélicos y que puede chocar con sus socios en cuestiones como el matrimonio igualitario o los derechos de la mujer.

La base de la campaña de López Obrador ha sido la lucha contra la corrupción. Como explicó el miércoles en su último mitin, celebrado en el mítico estadio Azteca, el objetivo es lograr que los fondos se arranquen a los defraudadores sirvan para financiar programas sociales e inversión en economía productiva. Prometió que no subirá impuestos y que tampoco endeudará al país, lo que deja todo en manos del dinero que se recupere de la gestión irregular. Un plan que analistas como José Antonio Crespo, del Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE), no ven con futuro. En opinión del investigador, la propuesta de López Obrador se caracteriza por la “incertidumbre”. Cree que los mensajes que lanzan diversos asesores del aspirante son contradictorios y se pregunta “a quién hay que hacer caso”. Otros expertos, como Aníbal García, del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag), creen que será necesaria una reforma de la Hacienda para poder cuadrar los números.

Los seguidores de López Obrador tampoco se fían de recetas mágicas. El deterioro en el país es tan notable que la propuesta de Morena se ha convertido en la única alternativa para millones de personas.

“América Latina necesita despertar. No podemos depender de nadie más. Venimos a apoyar a una persona que se la va a jugar, y vamos a jugárnosla con él”, explica Sochit Belarde Macías, artista plástica de 58 años y asistente al mitin del miércoles, en el que más de 90.000 personas acompañaron a López Obrador en su cierre de campaña. “Si se termina la corrupción de los dirigentes, México sería otro país. Ha evolucionado mucho, pero no nos han dejado por la política. Si no cambia, estamos perdidos. No esperamos que a los pobres nos hagan ricos”, dice Rafael Martínez, de 50 años. Su caso es paradójico. En 2000 votó por Vicente Fox, candidato del derechista PAN, que truncó la hegemonía del PRI durante décadas. Se sintió defraudado y ahora confía en López Obrador, que representa una opción antagónica. A juicio de Martínez, no hay contradicciones, sino “necesidad de cambio”.

Hay quien dice irónicamente que López Obrador es el “único priista” que compite en estos comicios

Que López Obrador llegue al poder implica un terremoto político. Morena es un partido que se fundó en 2011 como asociación civil y se registró como partido en 2014. Es un recién llegado. Sin embargo, aspira a la presidencia y, quizás, la mayoría absoluta en el Congreso. Esto tendrá efectos en el resto de formaciones. López Crespo cree que la reconfiguración del espectro político mexicano puede tender hacia un bipartidismo entre Morena (convertida en formación dominante como antes lo fue el PRI) y el PAN, “una oposición genuina”. Hay quien dice irónicamente que López Obrador es el “único priista” que compite en estos comicios, haciendo referencia al pasado del oficialismo, caracterizado por un nacionalismo de izquierdas que terminó sustituido por las tesis neoliberales. Lo que está claro es que el mapa político del país no va a volver a ser el mismo tras la jornada de hoy.

De cara al exterior, López Obrador tendrá que lidiar con su homólogo estadounidense, Donald Trump. No se lo pondrá fácil. Además, los mexicanos están hartos de la arrogancia de Washington. Hay que recordar que el actual presidente, Enrique Peña Nieto, invitó a Trump cuando este era candidato del Partido Republicano. Este, en lugar de devolver la cortesía, aseguró que construiría el muro en la frontera y que serían los mexicanos quienes lo pagarían. Una humillación en casa ajena. A pesar de todo, el líder de Morena ha mantenido un tono conciliador. Dice que no tolerará injerencias de EEUU pero apela a mantener una buena relación de vecindad. En los últimos años, México ha ejercido el papel de “perro guardián” de los intereses norteamericanos en cuestión migratoria. Ya deporta más centroamericanos que Washington. Habrá que ver si López Obrador mantiene esta política o si, como considera Alejandro Solalinde, presidente de la Pastoral de Movilidad Humana Pacífico Sur del Episcopado Mexicano, el cambio de Gobierno puede implicar también una mejora en el respeto a los derechos humanos de migrantes y solicitantes de asilo.

Trump y López Obrador también tendrán que negociar el Tratado de Libre Comercio (TLC) entre EEUU y México. Se da la paradoja de que es el izquierdista quien defiende esta iniciativa, aunque ampliándola a Canadá y Centroamérica, mientras que Trump mantiene reticencias. Un dato relevante: solo una de las grandes empresas norteamericanas que operan en México ha dejado el país en los últimos meses. Fue la Ford, que cerró su planta para trasladarla a China.

Es previsible que miles de personas salgan hoy al zócalo mexicano para celebrar la victoria de López Obrador. En un contexto regional de ofensiva neoliberal (con Mauricio Macri en Argentina, Michel Temer en Brasil), México aparece a contrapié, con un triunfo de la izquierda en una plaza compleja. Una cosa es hacerse con el triunfo y otra los resultados. Habrá que ver hasta qué punto es capaz de satisfacer las expectativas de una población agotada con el modelo político actual y que no ve expectativas.

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