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Crisis climática La sequía amenaza ahora Mozambique: 1,6 millones de personas en riesgo por la pérdida de las cosechas

Mientras el centro y el norte del país se recuperan de los efectos devastadores del ciclón Idai, el sur de Mozambique se enfrenta a una nueva vaga de sequía que ha destruido el 60% de las cosechas en la región. Más de 1,6 millones de personas necesitan asistencia alimentaria de forma inmediata.

Mozambique es uno de los países del mundo más vulnerable a los desastres medioambientales. / Reuters

pablo l. orosa

Hubo un tiempo, cuando Mozambique se despertaba de la guerra, en el que los niños de la aldea de Massaca no tenían ganas de llorar. El hambre se había quedado con ellas. Por su guardería, Quitéria ha visto pasar a alguno de ellos. No hay tantos como entonces, cuando se llegaron a enterrar a una treintena de chicos solo de hambre, pero todavía hay niños a los que la desnutrición les roba la infancia. Al menos “ahora”, asegura la joven enfermera, “llevamos un tiempo sin tener que lamentar ninguna muerte más”.

Quitéria habla casi en voz baja. No quiere despertar a los pequeños, a los que todavía están en la cuna, ni tampoco tentar al destino. Mozambique es un lugar donde si vas a desafiar al futuro, conviene hacerlo sin que se entere. En Massaca, un pequeña comunidad agrícola en pleno mato -el vocablo portugués con el que los mozambiqueños denominan a los terrenos sin cultivar en los asoman plantas silvestres-, han decidido hacerlo antes de que vuelva a ser demasiado tarde. Aquí es, a menudo, demasiado tarde.

Mozambique es uno de los países del mundo más vulnerable a los desastres medioambientales. Más de 2.000 kilómetros separan la provincia de Cabo Delgado, fronteriza con Tanzania, de Maputo, a poco más de seis horas en coche de Johannesburgo, lo que en la práctica se traduce en condiciones climáticas paradójicas. El centro y el norte del país son proclives a ciclones e inundaciones, como las que provocaron más de un millón de muertos en marzo, mientras el sur del país, Inhambane, Gaza y Maputo, sufren cada pocos años los embates de El Niño en forma de prolongadas sequías.

La falta de lluvias entre enero y marzo en esas tres regiones del sur del país ha afectado a más de 126.000 hectáreas: en algunas zonas han perdido hasta el 60% de la cosecha. “La producción se ha visto reducida significativamente (…) Las cantidades esperadas para la primera siembra no han podido ser recolectadas”, reconocía el pasado mes de mayo el ministro de Agricultura, Higino de Marrule.

La primera consecuencia es que el país ha tenido que acudir al mercado internacional a comprar suministros de maíz, alrededor de 200.000 toneladas según las previsiones del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos. Pero en mitad de una crisis económica alimentada por los escándalos de corrupción y deuda oculta, los recursos destinados son insuficientes.

La Comunidad de Desarrollo de África Austral cifra ya 1,64 millones de personas que sufren inseguridad alimentaria en Mozambique

El último informe de la Comunidad de Desarrollo de África Austral, una entidad amparada para la FAO, cifra ya en 1,64 millones de personas las que sufren inseguridad alimentaria en Mozambique, incluidos 67.000 menores en situación de malnutrición aguda. La previsión de Programa Mundial de Alimentos (WFP, por sus siglas en inglés) es que la cifra de personas en necesidad de asistencia urgente roce los dos millones entre octubre de 2019 y febrero 2020, cuando debe llegar la próxima cosecha.

“En el periodo 2018/2019”, resumen los expertos del WFP, “Mozambique ha sufrido múltiples impactos: una temporada de lluvias débil en el sur del país (Maputo, Gaza y Inhambane) ha provocado una pérdida sustancial en la producción agrícola, mientras que en el centro y el norte del país los ciclones Idai y Kenneth no solo dañaron los cultivos justo antes de que pudieran ser cosechados, sino que también destruyeron infraestructuras y otros medios para el sustento”.

La segunda consecuencia es que Mozambique, quien junto a Zambia y Zimbabue concentra actualmente el 75% la población del sur de África en situación de crisis alimentaria, es ya uno de los principales damnificados del cambio climático.

La respuesta local: el dilema del presente

Desde que llegó al sur, al Mozambique seco, en el año 91 el ingeniero Gonçalves lleva dándole vueltas a la misma ecuación: si con lo que cultivamos no es suficiente para alimentar a nuestras familias, habrá que plantar otra cosa o alimentarnos de otra manera. Ahora que ya es titulado e implementa programas de ingeniería agrónoma lo traduce como “ser resilentes”. “Agudizar lo que tenemos”, en otras palabras.

En Massaca, cuando El Niño no golpea, la tierra suele ser benévola: crece la mandioca, la mboa, el repollo, los tomates y las zanahorias. En realidad crecen casi de todo, aunque pocas cosas lo hacen más que los cítricos y las bananas. Por el camino de tierra que serpentean paralelo al río Umbeluzi asoman imponentes plantaciones de árboles frutales: serían suficientes para alimentar a varias aldeas, pero tienen consignatario asignado en Sudáfrica.

El centro y el norte del país son proclives a ciclones e inundaciones, como las que provocaron más de un millón de muertos en marzo. / Europa Press

El país es proclive a ciclones e inundaciones, como las que provocaron más de un millón de muertos en marzo. / EP

“La sequía”, señala el ingeniero desde su austero despacho en la comunidad levantada por la Fundaçao Encontro en Massaca, “provoca graves problemas porque reproduce un círculo vicioso: la gente se alimenta mal, por lo que después no tienen fuerza y rinden por debajo en la escuela o en el trabajo. Lo que intentamos nosotros es aprovechar la cultura local, saber qué alimentos funcionan mejor, y darles un nuevo uso”.

La mandioca y la mboa son ricas en vitamina A Vitaminas, proteína vegetal y minerales, las frutas y los cítricos en vitamina C y los huevos en proteínas, hierro y calcio. “No sólo la clara y la yema, sino que también podemos aprovechar la cáscara para molerla (dos veces, la segunda tras dejarla secar) y añadirla a la xima (una masa a base de harina de maíz muy habitual) o a las patatas”.

Se trata, insiste el ingeniero Gonçalves, de combinar el cuidado ancestral de la tierra con técnicas modernas, como el riego gota a gota, invernaderos para evitar plagas o pesticidas biológicos a base de piri piri y ajo, para optimizar los cultivos. Desde que pusieron en marcha el programa, del que se han beneficiado más de 200 familias, los resultados están siendo mayúsculos: los niños de Massaca han recuperado las ganas de llorar cuando tienen hambre.

"Aquí se juntan dos problemas: por un lado faltan alimentos por culpa de la sequía y por otro los padres tampoco saben cómo alimentar correctamente a sus hijos"

Quitéria, que es madre de 6 hijos y de decenas más que pasan por su guardería, es una convencida de lo mucho que se puede hacer con lo no demasiado que hay en Masacca. “Aquí se juntan dos problemas: por un lado faltan alimentos por culpa de la sequía y por otro los padres tampoco saben cómo alimentar correctamente a sus hijos. Muchos les daban solo xima. Eso cuando tenían algo que darles”.

Teresa, demasiado tímida para interrumpir, observa la conversación desde la distancia. Sostiene a su hijo pequeño, de algo más de un año en brazos. Su hermano gemelo está en la cuna. Al menos ha dejado de llorar. “Yo le daba lo que había en casa: papa fermentada, metida en agua. Era lo que había. Antes”, una referencia temporal inconclusa, de una infancia que en realidad fue ayer pues Teresa recién acaba de cumplir los 24, “al menos había maíz, pero ahora ya no se da nada”.

En la guardería de Quitéria, en la que no hay ni un solo hombre y sí media docena de madres con sus hijos, aprender a comer bien. Lo mejor posible al menos. “Es especialmente importante en la ventana de los 1.000 días para prevenir la desnutrición”, reitera la enfermera. La receta de hoy es una matapa (un plato tradicional a base de hojas de yuca) enriquecida con cebollas, tomates o acompañada de huevos. “Podéis aprovechar cualquier legumbre que tengáis”.

Pero qué pasa si no hay cebollas, tomates, huevos ni legumbres. Para esa pregunta, Quitéria no tiene respuesta. El ingeniero Gonçalves tiene una, pero no es demasiado aplaudida. Lo que mejor funciona contra una sequía moderada en Mozambique, avalado por un estudio de la Universidad de California, es el uso de semillas mejoradas. “El problema es que se deterioran rápido y no se pueden conservar para la siguiente siembra. Por eso tenemos que convencer a la gente de que deben destinar parte de su cosecha a la venta y así poder sufragar la compra de nuevas semillas que den una alta producción. Es lo que más nos está costando”. Si la sequía se agrava, la situación para los agricultores que realizaron la inversión se vuelve si cabe más problemática.

“Pero, ¿cómo vamos a guardar algo si los niños se están muriendo de hambre?”, replican las madres de la guardería. En Mozambique, el problema de envidar al futuro está siempre en lo desafiante que resulta el presente.

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