Este artículo se publicó hace 9 años.
“Una bomba la partió en dos y el feto salió disparado”
Desde 1975, fecha del comienzo de la ocupación de Marruecos del Sáhara Occidental, hasta 2006 han desaparecido de manera forzada 4.500 saharauis. Víctimas de bombardeos con napalm y fósforo blanco recuerdan aquellos días.
Alejandro Torrús
DAJLA.- Sadyama Adjeteu era apenas una niña cuando tuvo que dejar sus juguetes atrás. Era 19 de febrero de 1976 y Marruecos había decidido que el Sáhara Occidental, dijera lo que dijera el Tribunal de la Haya, era marroquí y que el pueblo saharaui debía ser exterminado. Desplazada por la guerra, se refugió en el campamento Um Draiga situado en los territorios que hoy Marruecos llama las provincias del sur. Allí veía en el cielo como todos las noches llegaban sobre la misma hora aviones marroquíes. Era desconcertante. Hasta que un día tres aviones comenzaron a soltar bombas. Una tras otra. Bombas llenas de odio y de fósforo blanco.
“Sentí un golpe en la cabeza y, de repente, tenía sangre por todos lados. La gente huía en todas direcciones, escarbaban en la arena para poder esconderse. Había sangre por todos lados y restos de humanos”, narra Sadyama.
Los supervivientes huyeron a pie. Anduvieron 130 kilómetros en la oscuridad y el silencio de la noche. Sin apenas agua y sin comida. Todo mundo conocido había quedado atrás y ahora comenzaba la vida en el destierro. En el más absoluto desierto. Ella, sin embargo, no podía caminar. Su madre la abrazaba y protegía su cabeza con el traje tradicional saharaui. Horas más tarde volvió uno de los pocos coches que había en el campamento a por ellas. La niña consiguió sobrevivir pero las secuelas permanecen en la mujer que es hoy.
Sadyama Adjeteu fue víctima del intento de Marruecos de exterminar a todo saharaui que huía de la barbarie marroquí durante la ocupación de los territorios. Abubekren Ben-Nani también estaba en el mismo campamento que Adjeteu. Tenía 31 años aquel fatídico 19 de febrero y recuerda perfectamente lo que ocurrió. Vuelve a citar que cada noche pasaban aviones sobre su cabeza pero que un día llegaron a una hora inesperada: las 10 de la mañana.
“Había carne y huesos humanos repartidos por el suelo. Arrastrábamos a los viejos e incluso recuerdo arrastrar a mi madre, que ya estaba casi paralítica. También recuerdo como a una mujer le cayó una bomba encima y la partió por la mitad. El feto salió disparado. Había miedo por todos lados”, recuerda Ben-Nani, que tiene actualmente 70 años.
Durante los bombardeos con napal y fósforo blanco murieron entre 60 y 200 personas, según los informes que maneja la Asociación de Familiares Presos y Desaparecidos Saharauis (Afapredesa). “Hemos confirmado 60 pero los testimonios hablan de 200. Seguimos trabajando y en breve presentaremos un informe”, explica a este medio Aboleslam Omar, presidente de Afapredesa.
Sus testimonios serán incluidos en la próxima ampliación de la querella que el abogado Manuel Ollé presentó en la Audiencia Nacional y que, de momento, ha servido para imputar por un posible crimen de genocidio a once oficiales marroquíes, así como para dictar una orden de detención internacional contra ellos.
“Fue un auténtico genocidio, a través de asesinatos y desapariciones forzadas trataron de eliminar de la faz de la tierra al pueblo saharui. Cometieron el delito pero, obviamente, no consiguieron su objetivo. Los saharauis siguen en pie 40 años después. Luchando por recuperar su tierra por la vía de la legalidad internacional”, explica a Público el abogado, que se encuentra de visita en Dajla, uno de los cinco campamentos de refugiados saharauis en el desierto argelino.
Para Ollé la apertura de la causa es un rayo de luz para la causa saharaui. Un atisbo de esperanza. El primer paso de un largo camino para “que la justicia triunfe por encima de la manipulación y la mentira”. Este primer paso, no obstante, hubiese sido imposible de dar sin el tesón y la valentía de hombres como Mahmud Selma y sin la desinteresada ayuda de gente como Carlos Beriestain y el forense Francisco Etxeberría.
Dos españoles asesinados
Mahmud, de 42 años, conoció la tragedia antes incluso de ser consciente de sí mismo. Tenía tres años cuando perdió a su padre, a su hermano y a su primo. Su familia era beduina y vivían como nómadas del desierto. Sin comerlo ni beberlo se vieron envueltos en la guerra. Por el norte, Marruecos atacaba la antigua colonia española mientras que por el sur lo hacía Mauritania. El territorio donde buscar agua se estrechaba y las reservas se agotaban. El padre de Mahmud decidió salir a por agua junto a su hijo mayor. Iban en un 4x4. Nunca regresaron. Era el 12 de febrero de 1976. Una semana antes de los bombardeos con napalm.
Por suerte para Mahmud y su familia, un coche saharaui en su huida los vio y los recogió. La familia se instaló en los campamentos de refugiados rompiendo con la única forma de vida que habían conocido: el nomadismo. Lo único que supieron durante años es que un niño de 13 años había escuchado 17 disparos precedidos de gritos de piedad. El joven decía reconocer la voz del padre de Mahmud. Por desgracia para todos, y como se demostró casi 37 años después, aquel niño estaba en lo cierto y los gritos eran del padre.
Los cadáveres fueron descubiertos en junio de 2013. Un pastor los vio a unos 700 metros del enorme muro que separa los territorios ocupados por Marruecos en el Sáhara Occidental de los terrenos liberados por el Frente Polisario. En el bolsillo de sus pantalones conservaban su DNI español. Marruecos había asesinado a ciudadanos españoles con total impunidad.
“Por una parte sentimos alivio por recuperar los restos de nuestros seres queridos. Podemos ir a sus tumbas y visitarlos. Por otra parte, aún falta que los responsables de estos crímenes respondan ante la justicia. Queremos saber la verdad. Queremos justicia, reparación y garantías de no repetición”, explica a Público Mahmud Selma, que tuvo que aguantar durante casi 40 años las mentiras de Marruecos. Primero le dijeron que su hermano vivía en el Sáhara ocupado, después que había muerto en combate y, después, que había muerto de manera natural en la cárcel. La exhumación demostró que había sido asesinado.
Ni olvido, ni perdón
Para dar ánimos y demostrar que la única lucha que se vence es en la que uno no se rinde ha acudido a los campamentos de refugiados la madre de la plaza de mayo Nora Cortiñas, que en un encuentro con mujeres víctimas de los bombardeos marroquíes ha pedido a las saharauis que sigan luchando por la verdad, la justicia y la reparación.
“Hoy [por ayer] se cumplen 38 años de la primera vez que salimos a la plaza de mayo a denunciar la desaparición de nuestros hijos. Llegaron a torturas bebés que aún estaban en el vientre de sus madres. Ahora, casi 40 años después, les recordamos que ni perdonamos, ni olvidamos, ni nos reconciliamos. Queremos verdad, justicia y reparación”, sentencia Cortiñas.
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