Alessandra es una italiana que desde hace un mes reside en una pequeña aldea palestina al sur de Hebrón, en una zona de la Cisjordania ocupada que en su extremo sur limita con Israel. Es su segunda estancia en este territorio montañoso y desértico habitado por varias comunidades palestinas muy pequeñas que se ganan la vida mediante el pastoreo de cabras y ovejas. Alessandra ya estuvo aquí dos años a finales de la pasada década con otros voluntarios de la ONG en la que trabaja, Operazione Colomba, que tiene como misión principal proteger a los niños de la zona.
Los voluntarios italianos escoltan a los niños hasta una escuela situada a varios kilómetros. Recorren el camino a pie atravesando una carretera que hay entre el asentamiento judío de Maon y el enclave judío de Havat Maon. La escolta es necesaria puesto que a menudo los colonos agreden a los niños. Hace un par de años los colonos dieron una paliza a un voluntario italiano con cadenas y le rompieron varios huesos. 'Cuando los niños no tienen escolta, los colonos los atacan, y a veces también nos atacan a nosotros, aunque llevamos cámaras de vídeo para grabar lo que ocurre. Son doce o quince niños de 6 o 7 años. La carretera es una vía pública pero los colonos nos atacan igualmente', comenta Alessandra.
La región es territorio comanche, plagado de asentamientos y enclaves judíos. En uno de ellos, Abigail, habitan numerosos altos mandos del Ejército y se da la paradoja de que los militares que patrullan constantemente por las carreteras de estas montañas tienen miedo de los colonos y no se atreven a entrar en algunas colonias, comenta Avner Gueveriahu, un joven de 28 años que realizó su servicio militar en Cisjordania y ahora trabaja para Rompiendo el Silencio, una ONG que denuncia los abusos de los militares hacia los palestinos.
Durante los últimos veinte años Israel ha expulsado y desplazado a parte de la población palestina de la zona. Cada vez con mayor frecuencia el Ejército ha destruido sus casas y sus cultivos, así como los escasos pozos de agua que utilizan para ellos y para el ganado, hasta el punto de que actualmente tienen que comprar agua potable en los pueblos vecinos, pagando hasta cinco veces más de lo que cuesta el agua dentro de Israel.
'Es una cuestión de salud mental, de la salud mental de Israel. El Estado está cometiendo una injusticia y nuestra obligación es hacer algo' Desde la aldea de Mufaqara, donde viven unos 80 palestinos, hacia el este y el sur, Israel ha declarado en una amplia extensión 'Zona de tiro 918'. Esto ocurrió en los años ochenta. En la Zona de tiro 918 viven aproximadamente un millar de palestinos en una docena de aldeas, todos ellos amenazados constantemente por la expulsión de las casas y las cuevas donde habitan. Su lucha ha llegado al Tribunal Supremo, que en un futuro próximo decidirá qué hacer con ellos.
Dos docenas de escritores israelíes, entre los que se encuentran Amos Oz, A.B. Yehoshua, Nathan Zach y David Grossman, acaban de publicar una petición pública en la que instan a Israel a respetar las aldeas y denuncian el 'sólido cinismo' de una sociedad que a su manera y con su silencio está colaborando con la ocupación. Israel podría habilitar un campo de tiro fácilmente en el desierto del Neguev, pero prefiere continuar con la política de expolio en los territorios ocupados, sin que esta vez tampoco se oiga la voz de la comunidad internacional.
Mahmud Hamandeh nació en Mufaqara, y también su padre nació en esta aldea que se cuelga de una montaña desde la que se ven montañas y montañas, todas desérticas, con excepción de los asentamientos judíos llenos de árboles que los colonos riegan con agua subvencionada por el estado. 'Cuando los acuerdos de Oslo, en 1993, pensábamos que nos permitirían volver a nuestras tierras, que los asentamientos iban a desaparecer, pero nada de eso ocurrió. Nuestras tierras siguen confiscadas, han destruido nuestras casas e incluso nuestra mezquita', comenta Hamandeh.
'Para mí es una cuestión de salud mental, de la salud mental de Israel. El Estado está cometiendo una injusticia y nuestra obligación es hacer algo', dice Eyel Megged, un escritor israelí que se ha acercado a Mufaqara en compañía de otras dos colegas para solidarizarse con los palestinos. 'Conforme pasa el tiempo los israelíes son más y más de derechas, se han vuelto insensibles a lo que sucede en Cisjordania. Hubo auténticos ‘profetas' israelíes que en 1967, cuando se ocupó Cisjordania, nos advirtieron de que la ocupación corrompería a la sociedad de Israel, y eso es lo que está ocurriendo'.
El abogado israelí Shlomo Lecker, que ayuda a los palestinos, dice que el Tribunal Supremo tiene tres opciones: expulsar a los palestinos de la Zona de tiro 918, dejar que los pueblos sigan donde están, o dictaminar muchas restricciones sobre los pueblos. De hecho, además de no permitir a los palestinos que conecten las aldeas con el servicio de distribución de agua potable, Israel tampoco les permite conectarse al tendido eléctrico. En realidad, no disponen absolutamente de ningún servicio público.
La línea verde que separa Israel de Cisjordania es cada vez más borrosa. Al acabar la guerra de 1967, la línea verde constaba de 390 kilómetros, pero ahora el muro de separación que ha construido Israel tiene una extensión, ya terminada o en proyecto, de casi el doble. 'El muro se ha construido para imposibilitar la creación de un estado palestino', dice Avner. La mayoría de los palestinos expulsados fueron echados después de los acuerdos de Oslo de 1993, donde se contemplaba un plan de paz, lo que da una idea de cuál es la voluntad de Israel.
'Además, Israel está aplicando la ley otomana [en vigor hasta la Primera Guerra Mundial] cuando es más restrictiva con la población palestina que la ley del Mandato Británico (en vigor hasta 1948, cuando se estableció Israel)', dice Avner. 'Quien tiene la última palabra sobre las normas que se aplican sobre los palestinos son los jefes militares israelíes, siguiendo las instrucciones del poder político, de manea que Israel hace y aplica las leyes que necesita en cada momento y según las circunstancias que más le convengan', confirma Maskit Bendel, una abogada de la Asociación de Derechos Civiles de Israel.
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