Melissa sabe que, por mucho que estudie, nunca podrá, al menos de momento, optar por un trabajo. No por falta de vocación o estudios sino porque no tiene papeles. Como Melissa doce millones de indocumentados viven en Estados Unidos, algunos desde hace décadas, al margen del sistema, a su sombra, sin poder regularizar su situación porque Washington no ha sabido resolver el explosivo (más aun en año electoral) tema de la inmigración ilegal.
Melissa (prefiere no dar su apellido) habla y se expresa como una estadounidense. No le queda rastro del acento de la Colombia natal que abandonó cuando tan sólo tenía ocho años, para instalarse con su madre en Nueva York. Ahora tiene diecinueve y, pese a todos los obstáculos, ha conseguido matricularse en la Universidad para prepararse a lo que le gustaría ser: asistente social.
Pero sin papeles, no tiene futuro. Pese al miedo de su madre, Melissa ha decidido romper el silencio de los que malviven en situación irregular, y unirse al Consejo de la Juventud de Nueva York (New York State Youth Leadership Council) una organización estudiantil que milita a favor de los derechos de los ilegales. En un edificio destartalado del Soho, la asociación comparte piso con otras organizaciones en contra de una causa (la guerra, la discriminación) o a favor (de la revolución global, de los profesores de la causa socialista).
Los indocumentados viven en apariencia vidas normales. La madre de Melissa es empleada del hogar, Melissa es 'mesera', camarera, en un restaurante local. En Estados Unidos los ilegales pueden estudiar, porque las escuelas y las facultades no piden papeles de residencia, los niños tienen incluso seguro médico (hasta los 18 años) pero no pueden conseguir el carné de conducir, indispensable en un país donde no existe otra forma de documentación (no hay DNI). Melissa vive con su pasaporte colombiano, que el consulado le renueva sin problemas, pero no puede salir del país.
Y no puede optar a becas: sólo 5 a 10% de los 4.500 jóvenes indocumentados que terminan sus estudios secundarios en Nueva York no acceden a la universidad. Por eso el Consejo Estudiantil ha hecho del Dream Act su principal reivindicación.
En Estados Unidos viven 12 millones de indocumentados al margen del sistema
El Dream Act es una de las promesas incumplidas del Congreso estadounidense. La iniciativa (acrónimo por Development, Relief and Education for Alien Minors) lleva más de diez años en la agenda legislativa. El gobierno de Barack Obama tiró la toalla en 2010, incumpliendo así una de las grandes promesas del presidente hacia el electorado latino que le votó en 2008. La ley ofrece a los hijos de indocumentados que llegaron a Estados Unidos siendo niños y que a todos los efectos se comportan, piensan, viven y hablan como estadounidenses, un camino hacia la regularización, ingresando en el ejército o haciendo estudios superiores, con la ayuda de becas.
Ante la parálisis de Washington, en este y en muchos otros temas, los estados han decidido tomar la iniciativa. Texas, Nuevo México y California han adoptado sus propios Dream Acts, mucho más restrictivos, y Nueva York está en ello. Estas legislaciones no ofrecen realmente un camino hacia la legalización pero sí permiten a los ilegales tener acceso a becas para seguir sus estudios. No contemplan sin embargo el hecho de que, sin papeles, ninguno de estos estudiantes podrá optar a los puestos a los que teóricamente se están formando.
Hace dos semanas el Consejo organizó una marcha en Albany (capital de Nueva York) para tratar de convencer a los legisladores locales. Los demócratas están en gran parte a favor, pero los republicanos, mayoría en el Senado estatal, se oponen. A nivel nacional, la inmigración ha sido uno de los temas más conflictivos en los debates de las primarias conservadoras. La solución para los candidatos republicanos es más: más vallas, más control, más medidas de seguridad en la frontera o la 'deportación voluntaria' mencionada por Mitt Romney.
Obama prometió aprobrar el 'Dream Act', pero lleva 10 años paralizado en el Congreso
Melissa estaba en el Congreso en octubre de 2010 cuando el Dream Act se quedó sin los cinco votos necesarios para su aprobación. 'El debate fue muy duro. Tuve que quedarme callada mientras decían que nuestros padres eran criminales y que la única forma de resolver el problema migratorio era cerrar la frontera, fue una experiencia muy frustrante'.
En Nueva York no quedan tantos votos por conquistar, unos 25 en la Cámara Baja, otra treintena en la Alta, calcula Vishal Mistry, coordinador legislativo del Consejo estudiantil. Espera que para el verano las cosas se hayan decantado a su favor. 'Que lo apruebe Nueva York mandaría un mensaje muy simbólico al resto del país', dice Mistry.
El alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg respalda el Dream Act. El gobernador del estado, Andrew Cuomo, no se ha pronunciado. Obama ha sido una decepción, reconoce Melissa, pero 'está solo frente al Congreso y no puede luchar contra todos', de todas formas con los políticos 'hay que mantener las distancias'.
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