La crisis de Fukushima es ya el segundo accidente nuclear más grave de la Historia, puesto que comparte con el accidente de Three Mile Island (EEUU) en 1979. Las autoridades de Japón reconocieron este viernes que la amenaza de la central atómica es mayor de lo que sostenían hasta ahora y elevaron el nivel de la catástrofe de 4 (daños a escala local) a 5 (daños a gran escala), según la escala de la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA). La tabla tiene su máximo en 7, que sólo alcanzó el desastre de Chernóbil en 1986.
“La situación sigue siendo muy grave”, reconoció hoy el primer ministro, Naoto Kan, en un discurso televisado. La evolución de los trabajos en la central de Fukushima, añadió, “no permite todavía ser optimistas”. Sin embargo, quiso transmitir un mensaje de esperanza en el futuro, ahora que muchos ciudadanos se preguntan cómo será su nueva vida una vez se solucione la crisis. “Reconstruiremos Japón de nuevo”, indicó Kan confiado. “No hay lugar para el desaliento”.
Aunque sigue habiendo peligro de fusión en varios reactores de la planta, por primera vez desde que estalló la crisis la jornada de hoy no terminó peor que la anterior.
“Nos movemos hacia una situación estable que no cambia, lo que es positivo. Es cierto que la mitad del combustible [usado] no está cubierto con agua, lo que es malo. Pero al menos los niveles de agua en las unidades 1, 2 y 3 son estables”, manifestó Graham
Andrew, asesor científico del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), desde Viena. Para Andrew, la “gran preocupación” en este momento es el estado de las piscinas de combustible usado de las unidades 3 y 4 de la planta, aunque no dio más detalles al respecto.
El OIEA también mostró su preocupación por el aumento de la temperatura en los reactores 5 y 6, hasta ahora los menos problemáticos porque estaban parados cuando ocurrió el tsunami. Eso no le impidió sentenciar que de momento no se registran riesgos para la salud “a menos que la situación empeore drásticamente”.
La jornada de hoy en Fukushima volvió a tener como objetivo enfriar a base de agua marina los seis reactores nucleares. La máxima prioridad era el número 3, cuyo doble armazón de seguridad está dañado y es el único que trabaja con plutonio, mucho más nocivo que el uranio.
Por segundo día consecutivo y durante 50 minutos, seis motores de bombeo japoneses y otro más cedido por EEUU rociaron con 40 toneladas de agua a toda presión la bañera del combustible del reactor 3. La operación se realizó a intervalos de entre 5 y 10 minutos, periodo a partir del cual la exposición a la radiación podía ser perjudicial para la salud de los operarios. A última hora de la noche, una unidad especial de los bomberos de Tokio compuesta por 130 personas se estaba desplazando hacia Fukushima para sumarse al operativo.
Mientras el enfriamiento del combustible a través del agua continuaba en una carrera contrarreloj, los trabajos para restaurar el suministro eléctrico en la planta de Fukushima se convirtieron en una prioridad. Asegurar una fuente externa de en ergía podría permitir a los reactores recuperar sus sistemas de refrigeración, considerados vitales para poder ponerlos bajo control.
Aunque los generadores debían empezar a funcionar este viernes, la Tokyo Electric Power (Tepco), propietaria de la planta, confirmó que trataría de arrancar el suministro de energía para encender las bombas de agua de las piscinas a partir de esta mañana. “Si consiguen encender las bombas de agua eléctricas y bombear el agua al núcleo, podrían tener la situación controlada en un par de días”, aventuró Laurence Williams, profesor de Seguridad Nuclear en la Universidad Central de Lancashire.
La jornada también trajo noticias positivas en cuanto a la emisión de radiaciones. Renate Czarwinski, experta en radiación del OIEA, aseguró que las dosis de radiación registradas en la zona cercana al desastre han bajado sustancialmente en los últimos días. Por ejemplo, en Tokio, que se encuentra a 230 kilómetros de Fukushima, la radiación medida ha descendido desde un máximo de 0,5 microsieverts por hora el 15 de marzo hasta menos de 0,1 dos días más tarde.
La exposición a 100.000 microsieverts por año es el umbral aceptado por los expertos para considerar evidente el riesgo de desarrollar un cáncer. Eso significa un margen de 274 microsieverts por día. Permaneciendo en interiores, la cifra de radiación que se recibe “es sólo el 10% del total del exterior,” confirmó el radiólogo Kelichi Nakagawa, quien rebajó a 150 el límite de microsieverts que un humano puede recibir cada día sin exponerse a desarrollar problemas de salud.
Japón sintió un escalofrío cuando el reloj alcanzó hoy las 14.46 horas. Se cumplía una semana del terremoto y posterior tsunami que ha causado ya más de 16.000 muertos y desaparecidos. Sin embargo, las sensaciones del momento cambiaron en función de la exposición a la tragedia. En el norte, pueblos enteros parados en las provincias de Miyagi e Iwate, supervivientes y equipos de seguridad unidos, emoción a flor de piel. En el sur, pequeñas concentraciones en medio de un ritmo de vida plenamente normal.
Japón es hoy un país que contiene dos mundos. El de la mitad sur, afortunado y rico, y el de la mitad norte, destruido y famélico. Osaka es la capital de esa nueva tierra prometida, un rodillo que avanza hoy al ritmo de las grandes urbes sin apenas tiempo para pensar en lo que ha ocurrido ni en lo que aún está por venir.
Tokio marca la frontera entre ambos, con tendencia a decantarse hacia el norte o hacia el sur en función de cómo soplen los vientos y los humores de cada habitante.
En Niigata, una ciudad 200 kilómetros al oeste de Fukushima, vive Noriko Kuroda. El azar hizo que su ciudad cayera del lado malo. “De momento hay comida y agua, pero nos falta gasolina. Solamente podemos comprar diez litros por cada coche. Si hubiera que huir de aquí no tendríamos suficiente combustible, estaríamos atrapados”, lamenta.
Kuroda se muestra “tranquila”, pero advierte: “A algunas familias con niños pequeños les gustaría salir de Niigata, pero se van a quedar porque no hay más remedio. De momento tenemos suerte porque el viento sopla hacia el este, pero prefiero no pensar qué pasaría si cambiara de repente”.
Así viven millones de personas desde hace una semana, pendientes de la dirección del viento. Algo tan banal e impredecible puede marcar para ellos la frontera entre la salud garantizada y el riesgo de desarrollar una enfermedad a largo plazo.
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