Ibaraki, una de las provincias del litoral oriental nipón más afectadas por el terremoto del viernes, se encuentra sumida en la oscuridad y el silencio, con casi la totalidad de sus edificios dañados y carreteras cortadas.
El temor a un tsunami como el que barrió la vecina provincia de Fukushima ha obligado a evacuar pueblos enteros, que ahora sólo cuentan con la presencia de furgones de las Fuerzas de Auto Defensa y coches que por megafonía advierten del peligro que acecha mar adentro.
Los que se han quedado hacen guardias en grupo a las puertas de sus casas con linternas y la compañía de la NHK, la única emisora de radio que sigue activa y que anuncia las nuevas alertas y repasa las nefastas secuelas del mayor seísmo del país.
A tan sólo 87 kilómetros de Hitachi, una ciudad silenciosa y cubierta de polvo y escombros, los servicios de emergencias alertaron del peligro de fugas radiactivas en un reactor nuclear cercano, aunque el tráfico rodado en la zona se ha reducido al mínimo.
Yun, un joven que reside en la cercanías de la central nuclear de Tokai, indicó que el Gobierno japonés los mantiene informados y que asegura que esa planta no ha registrado fugas por las medidas de seguridad contra terremotos.
'De todas formas no estamos tranquilos, no sabemos lo que realmente puede pasar''De todas formas no estamos tranquilos, no sabemos lo que realmente puede pasar. Es una situación muy triste para Japón', lamentó.
Al norte de la ciudad de Mito los semáforos no funcionan en los cruces y casi la totalidad de los puentes o pasos elevados sufren desperfectos por la devastación del terremoto, a lo que hay que añadir la absoluta ausencia de señales de telefonía móvil.
Las calzadas está pobladas de grietas u onduladas por el seísmo, aunque por el momento se permite circular a no ser que el firme se haya convertido en un tremendo socavón o los puentes no hayan soportado las acometidas de los temblores.
La eficiencia japonesa se hace notar en la rapidez con la que, en tan sólo 24 horas, se han colocado avisos en las zonas más peligrosas, así como en las primeras obras de reparación de los desperfectos en las vitales vías de comunicación terrestre.
El tren bala o Shinkansen no funciona y ninguna de las autovías que se dirigen al malogrado norte de Honshu están abiertas, lo que junto a los negocios cerrados y las fachadas hundidas conforma un desolador paisaje en uno de los países más avanzados del mundo.
El gradual avance de la onda del terremoto de 8,8 que azotó el norte y este de Japón es más que evidente en las proximidades de la frontera con la provincia de Fukushima, ya que pocas edificaciones están en buen estado.
Siguiendo con la vista el litoral hacia el norte se ven grandes columnas de humo negro, mientras que cuando cae la noche acercarse a la rompiente de las olas es una tétrica experiencia por los gritos de alerta de los altavoces.
Mito es una de las últimas ciudades camino de la 'zona cero' de Sendai que tiene electricidad, aunque la rutina diaria se ha parado por completo y los populares combini, tiendas de 24 horas omnipresentes en Japón, han cerrado.
No se observa desesperación entre los habitantes de la provincia de Ibaraki, que se resignan cuando confirman que un combini está cerrado o aguardan en largas filas en sus coches a la espera de repostar en las escasas gasolineras. Una vez se deja Mito, las ciudades del norte, como Hitachi, están abandonadas a unos pocos coches, personas en bici y esporádicos convoyes de bomberos, policía o militares.
Seguir más la norte, según Yun, es una temeridad, ya que los que se encuentran allí están incluidos en el penoso recuento de damnificados o víctimas de esta tragedia nacional.
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