Hace una década, toda Europa debatía sobre la conveniencia o no de seguir el ejemplo francés y reducir la jornada laboral a 35 horas semanales. Ahora, toda Europa debate cómo aplicar el mandato de trabajar más y atrasar incluso la edad de jubilación.
La Unión Europea de 2001 tiene muy poco que ver con la que acaba de adentrarse en la nueva década y no sólo por los procesos de ampliación, que casi han doblado su tamaño. El retroceso de la izquierda -en cada uno de los países y, por tanto, en las políticas que emanan de Bruselas- ha sido tan contundente que habría que recular muchas décadas para encontrar un mapa de Europa tan teñido del color conservador y con tan escasa presencia de rojo y verde.
El retroceso es cuantitativo (sólo seis de los 27 miembros de la UE tienen un gobierno que se considera progresita), cualitativo (en ningún Gobierno de las potencias tradicionales europeas hay rastro de la izquierda) y afecta a todas las familias que se reclaman de izquierda. Y la gran paradoja es que el hundimiento generalizado ha coincidido con la mayor crisis del capitalismo desde el crash de 1929.
La izquierda ha tocado fondo -o está muy cerca de alcanzarlo-, pero no se da por vencida: la gran mayoría de sus actores están convencidos de que la situación es reversible y hay muy buenas cabezas pensando en cómo hacerlo. Eso sí, cada una dentro de su propia familia.
Público ha querido escuchar algunas de las voces más prestigiosas de todas estas familias políticas que tratan de recuperar el terreno perdido en medio del vendaval y les ha preguntado cómo revertir la situación. El caleidoscopio recorre generaciones -el sociólogo Ignacio Urquizu, ya muy influyente en la treintena, junto al catedrático emérito de Historia Josep Fontana-, tradiciones ideológicas muy distintas -desde el socialismo más liberal de Carlos Mulas-Granados, director del principal think-tank del PSOE, hasta el radicalismo antiglobalizador del politólogo de la UNED Jaime Pastor- y culturas políticas tan alejadas como la anglosajona -con Matt Browne, asesor electoral del laborismo, o James K. Galbraith, economista de la Universidad de Texas- y la francesa, de la que es un exponente de primer nivel el catedrático Sami Naïr.
Por distintas que sean sus recetas, las premisas suelen ser parecidas y empiezan con que el momento es excepcional y que, por tanto, requiere respuestas excepcionales.
'La crisis de la izquierda no puede zanjarse simplemente en que ahora hay un ciclo de la derecha y que ya vendrá uno de la izquierda. No es una cuestión de ciclo; es mucho más profundo', subraya Naïr, catedrático de Ciencia Política de la Universidad París VIII y ex eurodiputado socialista.
Desde el punto de vista meramente electoral, la hecatombe no tiene precedentes: la izquierda tenía siempre algún feudo poderoso. Ahora, en cambio, no es que haya sido desalojada de los Gobiernos de las principales potencias (Francia, Alemania, Reino Unido, Italia) o incluso de los países nórdicos, donde gobernó ininterrumpidamente cinco décadas, sino que todas sus (escasas) plazas están asediadas, ya sea por los mercados, las encuestas o ambos.
Los gobiernos de partidos progresistas en la UE se limitan a seis: Grecia ha sido rescatada y, en la práctica, intervenida; Portugal está en el punto de mira y en España los socialistas se encuentran al menos 15 puntos por debajo en las encuestas tras su giro 'responsable'. En Austria, la extrema derecha pisa los talones a la gran coalición liderada por los socialdemócratas, que están en mínimos históricos, y todo apunta a que la excepción eslovena -un país procedente de Europa del Este con gobierno socialdemócrata- llegará a su fin en 2012. Chipre, con gobierno eurocomunista, tiene elecciones este mismo 2011.
Este último ciclo de elecciones parlamentarias, en medio de la crisis económica, ha registrado además derrotas de magnitudes históricas para los socialdemócratas: en Alemania, Dinamarca, Austria, Suecia y Finlandia han tenido su peor resultado desde la II Guerra Mundial. Y en Reino Unido y Holanda, el segundo peor. Además, la debacle ha afectado a todas las fórmulas, desde las más a la derecha (como la del neolaboralismo británico) hasta la más a la izquierda, como la francesa.
El terremoto que sufre la socialdemocracia no ha sido compensado con un avance a su izquierda. Al contrario: salvo excepciones puntuales, todas las familias progresitas están debilitadas. Incluso los partidos verdes, que pese a todo tienen una tendencia al alza generalizada en buena parte de Europa, tienen hoy muchísimo menos poder del que contaban en el último cambio de década: ahora deben conformarse con celebrar la consecución de un solitario diputado en Reino Unido -todo un hito en las elecciones de 2010-, cuando al inicio de la década anterior tenían ministros en países tan importantes como Francia y Alemania.
Por su parte, la izquierda de matriz comunista ni siquiera ha logrado detener su declive, de nuevo con excepciones: ha perdido ministerios y votos, y ha visto cómo se reducían casi a la nada los dos grandes proyectos emergentes de los que presumía a mediados de la década de 1990: España -IU-ICV cuenta con el 3,8% y dos diputados, cuando en 1996 tenía el 10,5% y 21 actas- e Italia, donde la izquierda alternativa es extraparlamentaria tras acariciar el 9% en 1996.
La mayoría de los entrevistados por Público coinciden en que hay que volver a empezar, casi desde el principio: a no dar nada por sabido. Y a preguntarse de nuevo casi todo, incluidas las preguntas de partida, aunque acaben siendo las mismas de siempre, como recomendaba Tony Judt en Algo va mal (Taurus, 2010), el testamento intelectual del historiador británico en el que trataba de explicar a sus hijos antes de morir -padecía una enfermedad incurable- por qué fue buena la sociedad forjada en Europa tras la II Guerra Mundial con fermento sobre todo socialdemócrata.
¿Pero pueden las soluciones keynesianas tradicionales aplicarse en un mundo tan distinto como el de la globalización? 'Imposible', subrayan las voces partidarias de acelerar la modernización de la socialdemocracia. 'Sí, siempre y cuando se articulen a partir de estructuras supranacionales', contestan los que se sitúan más a la izquierda.
Podría parecer un cruce de caminos, pero la coincidencia en la imperiosa necesidad de 'construir elementos de gobernanza global' esboza un terreno común que recorre todas las voces progresistas. Pero hay más: todos consideran imprescindible tejer nuevas coaliciones -entre ellos, pero también con la sociedad- si se aspira a recuperarse.
En estos momentos, el pegamento común que recorre las 12 voces que ha escuchado Público es la defensa del Estado del bienestar, aunque no necesariamente en el formato actual. Y la advertencia de que debe ponerse el foco en algo que hasta hace poco la mayoría daba por supuesta: la democracia misma.
'Las democracias son cada vez menos democráticas; necesitamos que los Parlamentos recuperen el poder político que tienen los expertos', avisa el sociólogo Ignacio Urquizu. 'Hay que revisar a fondo los mecanismos del sistema para establecer una democracia realmente participativa', coincide el historiador Josep Fontana.
Nadie tiene las recetas acabadas, pero todos coinciden aún en otro punto: la historia no ha terminado. Y aunque pudiera parecerlo, ni siquiera en la UE.
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