Si lo importante era ganar, Silvio Berlusconi lo consiguió. El primer ministro italiano obtuvo el respaldo de la Cámara Baja en la moción de censura presentada por Italia de los Valores (IdV) y el Partido Democrático (PD) a finales de noviembre. Pero el cómo lo hizo, por tres votos de diferencia, entrará en los libros de historia junto a cinco nombres propios. Los de los diputados tránsfugas, Domenico Scilipoti, Massimo Calearo y Bruno Cesario, que abandonaron sus respectivos partidos el pasado jueves montando un movimiento denominado Grupo de la responsabilidad. Y también los de dos diputadas de Futuro y Libertad (Fli) arrepentidas, Maria Grazia Siliquini y Catia Polidori, que a última hora decidieron mostrar su fidelidad a Il Cavaliere, desobedeciendo las órdenes de su partido y dejando en ridículo a su líder, Gianfranco Fini.
Mientras el Senado y el Congreso italianos decidían la suerte política de Berlusconi, en el centro de Roma, cientos de estudiantes se enfrentaban con la policía en unas protestas que acabaron en batalla campal. También hubo manifestaciones en otras ciudades del país.
Dos parlamentarios del Fli apoyan a Il Cavaliere' y cambian de partido
De los 627 diputados que ocupaban sus escaños, 314 votaron en contra de la moción de censura, 311 a favor y dos se abstuvieron. Estas son las cuentas que necesitaba Il Cavaliere pero que no ocultan la realidad: su Gobierno sigue en minoría, la oposición se hace más amplia y la reputación del país se hunde aún más si cabe. Porque hoy la democracia italiana vivió una nueva página negra convirtiendo el Parlamento en un circo.
La Cámara Baja se llenó de gritos, insultos, amenazas, amagos de llegar a las manos y sobre todo del runrún de la compraventa de votos por parte del Pueblo de la Libertad (PdL) de Berlusconi, que sus diputados acompañaban con risas cómplices.
Di Pietro lo acusa de convertir el país en una «república bananera»
Antonio di Pietro, líder de IdV, sabía de lo que hablaba cuando acudió a la fiscalía de Roma a denunciarlo el viernes y acusó hoy a Berlusconi de la treta, al tiempo que le hacía responsable de haber reducido Italia a una 'república bananera'. Los decisivos tránsfugas, Scilipoti y Cesario, eran de izquierdas hasta el jueves, que se hicieron responsables y pegaron un bandazo ideológico. Tanto como Calearo, que cambió la chaqueta del PD el mismo día que estos dos por la del berlusconismo.
Luego está el caso del Fli. Siliquini y Polidori se fueron a la acera de enfrente camino de votar desatando los aplausos de los fieles de Il Cavaliere y los insultos de sus adversarios. La primera porque 'no quería votar con la oposición'. La segunda porque había recibido 'presiones y amenazas' de los finianos. Antes de que hubieran votado todos los diputados, las dos anunciaban su vuelta al PdL. Los otros tres confirmaron lo que se venía hablando en la prensa en los últimos días con una reunión en la intimidad del despacho del primer ministro una vez pasada la moción.
Entre medias se vio desfilar a tres diputadas, Giulia Cosenza, Giulia Bongiorno y Federica Mogherini, del Fli y del Pd, que están a punto de dar a luz. Bongiorno acudió a la Cámara en ambulancia y silla de ruedas. Y se perdió de vista a otro finiano, Silviano Moffa, que, al parecer, se olvidó de votar.
Fini se convirtió entonces en el centro de las burlas de los miembros del PdL y la Liga Norte. Maurizio Gasparri le dedicaba una peineta al presidente del Parlamento y todos cantaban en coro 'dimite, gilipollas'. El mayor enemigo de Berlusconi se lo tomaba con filosofía. Sólo suspendió la sesión una vez y, eso sí, se encendió un pitillo recuperando un vicio que había perdido hace ahora un año. Era un mal momento para dejar de fumar.
La jornada había empezado en el Senado con el voto de moción de confianza que solicitó el Ejecutivo para guardarse las espaldas. Allí la formación de Fini le hizo la última oferta al PdL. Ofrecía su abstención a cambio de la dimisión inmediata del jefe del Ejecutivo y de un nuevo Gobierno que incluyera a la Unión de Centro (UdC) de Pier Ferdinando Casini y al propio Fli. Era la misma propuesta que manejaban los equipos negociadores de ambos partidos la noche anterior y que Berlusconi ya había rechazado.
Y así volvió a ser. Il Cavaliere ganó la moción de confianza por 162 votos a favor, 135 en contra y 11 abstenciones. Y con el recuento hecho público se inflamaron los discursos en el Parlamento y los manifestantes en las calles. Aparecieron los tránsfugas y Berlusconi, victorioso, repartía besos y abrazos a sus nuevos amigos sin tapujos. Porque para él ganar era lo importante.
Si su victoria ha sido pírrica, poco importa. Esta tarde, en la presentación del libro de su amigo el periodista Bruno Vespa, Berlusconi descartó de un plumazo convocar a los italianos a las urnas: 'Italia no necesita elecciones'.
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