Es de noche en la Plaza del Símbolo del Partido en Pyongyang. Las autoridades de la capital de Corea del Norte acaban de cortar la luz a todos los edificios para dejar el distrito a oscuras. La plana mayor del último régimen estalinista del planeta asiste a un espectáculo de fuegos artificiales con motivo del 65 aniversario de la fundación del Partido de los Trabajadores y la reelección del dictador Kim Jong-il como su secretario general. Por megafonía, una voz proclama que 'el pueblo coreano es invencible' y que el espectáculo es 'una prueba de que la voluntad de Kim Jong-il es hacer feliz a su pueblo'.
Durante media hora, el público, unas 5.000 personas, observa el alarde pirotécnico sobre el monumento a la hoz, el martillo y el pincel, el símbolo del comunismo a la coreana. Cuando termina, se hace el silencio. Un grupo de 20 personas aplaude durante unos segundos hasta que frena de golpe. Después, otro grupo hace lo mismo en la otra punta del graderío. Y, finalmente, otro más. El resto calla. Sólo aplauden los que son enfocados por las cámaras de televisión oficial. Cuando acaba la pantomima, todos vuelven en fila india a sus casas.
Esto es Corea del Norte, un país de 24 millones de habitantes resignados a rendir un culto delirante al Querido Líder Kim Jong-il. Si no lo hacen, les espera la tortura, los trabajos forzados o el fusilamiento. Público entró en el país más hermético del planeta con la Asociación de Amistad con Corea, una organización de occidentales que apoyan la dictadura. Los periodistas están prohibidos, así que este reportero entró como veterinario.
Los anfitriones muestran un país donde reina la felicidad. 'El Querido Líder garantiza una vivienda y alimentos básicos para todos, aquí no hay robos, ni McDonald's, ni prostitución, ni drogas, ni disidentes. Todo el mundo daría la vida por el líder', explica Jo Chol-ryong, del Comité de Relaciones Culturales con Países Extranjeros. ¿Y las informaciones que hablan de campos de prisioneros y ejecuciones? 'Mentiras fabricadas por los medios occidentales'.
Desde 1945, sólo 60.000 personas consiguieron escapar de la dictadura, la mayoría hacia China o Corea del Sur. Sus testimonios son diferentes a los de la propaganda, como explica el ruso Andrei Lankov, profesor en la Universidad Kookmin de Seúl y uno de los mayores expertos en las cloacas del régimen norcoreano. 'Como regla, desde la década de 1960, los discapacitados no tienen derecho a residir en Pyongyang. Sólo los que sufren un accidente durante la mili reciben permiso para seguir viviendo en la capital. La mayor parte de los discapacitados son realojados en el campo', señala. Los ciegos, las personas con síndrome de Down o en silla de ruedas son expulsados a pueblos vetados a cualquier observador. Nada puede manchar el escaparate de la sociedad perfecta: Pyongyang.
En uno de sus últimos informes sobre Corea del Norte, publicado en agosto de 2009, Amnistía Internacional denuncia la situación de unas 200.000 personas encerradas en campos de prisioneros y condenadas a talar árboles y picar piedra diez horas al día durante años. En 2007, la organización surcoreana Good Friends divulgó el fusilamiento en un estadio del encargado de una fábrica ante 150.000 personas. Su delito consistió en hacer llamadas internacionales, algo prohibido en un país desconectado del mundo. Internet no existe y los medios de comunicación sólo informan de las actividades de Kim Jong-il. Ni una sola imagen sobre lo que ocurre en el resto del planeta.
'Las ejecuciones públicas son escasas y se llevan a cabo en el campo. Las víctimas no son presos políticos, sino criminales comunes, como asesinos o traficantes de droga. Nunca oí hablar de ejecuciones públicas de presos políticos, aunque algunos, la mayor parte conspiradores, fueron ejecutados delante de unos escogidos', matiza Lankov. La mayor parte de los asesinatos se lleva a cabo en secreto, ante un pelotón de fusilamiento o en la horca. 'Pintar un grafiti contra el Gobierno basta para ganarse la ejecución', añade el profesor.
La supervivencia del régimen es fruto de la suma de una historia cruel a lo largo del siglo XX y de la creación de un sistema de represión. En 1905, Japón ocupó la península de Corea durante 40 años. Según la versión oficial, Kim Il-sung, padre de Kim Jong-il, aplastó a los invasores en 1945 para crear una nueva patria, pero la propaganda omite un detalle: Japón se rindió después de que EEUU borrara del mapa Hiroshima y Nagasaki con bombas atómicas. La URSS y Washington se repartieron la península tras la Segunda Guerra Mundial, y en 1950 llegó la guerra entre las dos Coreas. La propaganda asegura que Kim Il-sung barrió al ejército enemigo. Los historiadores cuentan otra película: tras dos millones de muertos, las dos partes firmaron un armisticio en 1953. Nunca se selló la paz. Oficialmente, Corea del Norte sigue en guerra con EEUU y Corea del Sur.
Varias estimaciones coinciden en que 30.000 norcoreanos fugados viven en China de manera ilegal. Otros 20.000 alcanzaron Corea del Sur y 10.000 norcoreanos están en otros países. La Alemania comunista parece un coladero comparada con la jaula de Corea del Norte. Entre 1961 y 1989, 700.000 personas escaparon de la RDA. En más del doble de tiempo, sólo 60.000 norcoreanos lograron salir de su país.
El historiador Pierre Rigoulot cree que algo está cambiando. 'Hace diez años, muchos de los que intentaban llegar a China acababan ejecutados. La cosa ha mejorado. Si los atrapan, los torturan y pasan unos meses en prisión', explica. Rigoulot escribió en 2000, junto a Kang Chol-hwan, Los acuarios de Pyongyang, uno de los primeros testimonios en Occidente de la vida en los campos de concentración de Corea del Norte. Kang, que escapó del país tras pasar diez años en un gulag, fue encerrado a los 9 años porque su padre había sido acusado de traición.
'No hay que exagerar la situación. Hay una tendencia a rebajar el número de campos de concentración, quedan siete u ocho de gran tamaño. Someten a los presos a una reeducación, les recuerdan las hazañas de Kim Il-sung y Kim Jong-il, y les obligan a trabajar sin descanso, pero ya no hay la violencia de antaño', matiza. Rigoulot nunca entró en Corea del Norte.
El historiador mira al futuro con esperanza. Los modernos aparatos de radio empiezan a entrar con relativa facilidad en el país. La población comienza a saber qué ocurre en el mundo gracias a las emisoras chinas y surcoreanas. También se introducen ordenadores portátiles y unos pocos pueden ver películas. Y cada vez más personas cruzan el río Yalu, la frontera norte del país, hacia China. 'El aislamiento no puede durar siempre', reflexiona Rigoulot.
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