A Silvio Berlusconi se le está escurriendo el poder de entre las manos. El primer ministro de Italia ha encajado esta pasada semana tres golpes de sus aliados en el Gobierno, en la política y en los medios de comunicación, que ya no están dispuestos a secundarlo en sus maniobras para eludir a la Justicia. La falta de atención a la crisis económica, además, le pasa factura.
El lunes tuvo que admitir la dimisión de un ministro , Aldo Brancher, al que trató de proteger, en vano, de un caso de corrupción. El viernes los medios de comunicación se plantaron para defender la libertad de información, en peligro por el proyecto de ley mordaza. El mismo día, todos los presidentes regionales, incluidos los de su partido, el PdL, se rebelaron contra el primer ministro por haberles endosado la mayor parte del tijeretazo anticrisis.
Los socios de 'Il Cavaliere', Bossi y Fini, no ocultan ya su malestar
Además, Berlusconi se ha encontrado con la negativa del líder del partido de centro UDC, Pier Ferdinando Casini, hoy en la oposición, a sumarse a su Gobierno. El jefe del Ejecutivo esperaba que lo ayudara a compensar los desplantes cada vez más frecuentes de los dos grandes aliados sobre los que reposa su poder en el Gobierno: Umberto Bossi, líder de la Liga Norte y Gianfranco Fini, ex jefe de Alianza Nacional y hoy cabecilla de una sección crítica del PdL.
Berlusconi trató de cortejar a Casini en una cena el jueves en casa del periodista Bruno Vespa, amigo de confianza y estrella mimada de la RAI. Puso toda la carne en el asador: invitó también a Tarcisio Bertone, número dos del Papa, que según la prensa italiana se limitó a mediar con su presencia. Al parecer, Casini exigió la caída del Gobierno actual, aunque sin pasar por las urnas. Se trataría de reproducir una clásica crisis a la italiana, con intervención del presidente de la República, Giorgio Napolitano, y un reequilibrio de fuerzas en el Gobierno, que pasaría por una dimisión de Berlusconi. Casini dejó claro que el magnate de la televisión podría liderar el futuro gobierno, pero Berlusconi no se fía. Teme que Fini, Casini y las fuerzas de la izquierda aprovechen la ocasión para entrelazar un pacto y echarlo. Además, presentar su dimisión, aunque luego sea para regresar, representaría admitir un fracaso.
Se especula con la posibilidad de un adelanto electoral para la primavera
Lo admita o no, sin embargo, Berlusconi hoy tiene los pies de barro. La caída de Brancher el lunes fue ya un mal presagio. Brancher ingresó en prisión preventiva en 1993 durante tres meses, acusado de haber financiado ilegalmente al ex primer ministro socialista Bettino Craxi con dinero de Berlusconi. Brancher era entonces un alto cargo de Fininvest, el imperio mediático de Il Cavaliere, pero negó entonces haber actuado por orden de su jefe. Y Berlusconi, diez años después, cuando el juicio estaba en la última fase de apelación, logró evitarle la cárcel al aprobar una ley que aceleraba los plazos de la prescripción de delitos. El 18 de junio de este año, nueva tabla de salvación: Berlusconi le ofrece un puesto de ministro y lo primero que hace Brancher es alegar la ley recién aprobada por su jefe, la del Legítimo Impedimento, para evitar ir a un nuevo juicio, esta vez por corrupción en una operación bancaria. Pero Napolitano se plantó y también Bossi y Fini acosaron a Berlusconi, hasta que este forzó la dimisión de su colaborador.
Brancher se convertía así en el segundo ministro obligado a dimitir en menos de dos meses: el anterior, Scajola, también por un presunto caso de corrupción desde el Gobierno.
Ahora, Berlusconi se ha echado atrás con la conocida como ley mordaza, que limita un instrumento precioso para las investigaciones judiciales, las escuchas telefónicas, y pena severamente su difusión en la prensa. Un periódico conservador como Il Corriere della Sera no salió a la calle el viernes, y ese día hasta los informativos de las televisiones de propiedad berlusconiana, las de Mediaset, y de la cadena pública que más controla, RAI1 se paralizaron casi al completo. Berlusconi asegura que la ley es 'sacrosanta', pero no ha tenido más remedio que mandar a un escudero, el ministro de Justicia, Angelino Alfano, a tratar de negociar la ley ante la Presidencia de la República.
Berlusconi se ha visto, además, incapaz de mediar entre su ministro de Economía, Giulio Tremonti, y sus barones regionales ante la ley tijera del presupuesto público. Tremonti endosó la mayor parte de los recortes a las regiones y no al Gobierno central. Estas han anunciado ahora que devolverán al Gobierno sus competencias porque son incapaces de hacer frente a los gastos de servicios esenciales como la sanidad o el transporte.
Berlusconi asiste impotente a la rebelión de tantos aliados. En los cenáculos políticos ya se hacen cábalas con que pueda haber elecciones en primavera si el primer ministro no logra enderezar el timón.
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