Hay hechos que trascienden el pequeño espacio donde se producen. Como el resultado electoral en El Salvador, bastión de una de las oligarquías más reaccionarias del continente. Bastión también de uno de los pocos ejércitos que ha rehusado entonar el más elemental mea culpa por la riada de crímenes perpetrados en una década de guerra, entre ellos los asesinatos de monseñor Romero y de los jesuitas en la Universidad Centroamericana; sin olvidar los cientos de pueblos campesinos que fueron arrasados, dentro de la brutal estrategia de tierra quemada.
La firma de la paz, en 1992, dejó a las fuerzas de izquierda entre la amargura y el desconcierto. La derecha (cúpula militar, oligarquía, empresarios), agrupada en Arena, el partido creado por DAbuisson, autor intelectual de decenas de crímenes, se convirtió en una máquina de ganar elecciones.
El trauma de la desmovilización y el desarme después de resistir con heroicidad sin límites diez años de guerra pasó factura al FMLN. Creado casi con fórceps a principio de los ochenta, bajo el impulso de la triunfante revolución sandinista, los grupos que formaron el Frente Farabundo Martí vivieron un proceso difícil de unión.
Con la paz, muchas fisuras revivieron, agravadas por rupturas, deserciones y luchas internas. Ganaban alcaldías, algunas tan importantes como la de San Salvador, pero Arena les derrotaba una y otra vez en legislativas y presidenciales.
De fondo, las terribles campañas de miedo, advirtiendo de las represalias que tomaría Washington si ganaba el FMLN, en un país con dos millones de emigrantes en EEUU. Similares eran las campañas en Guatemala y Nicaragua. El triunfo del FMLN significa el fracaso de la política del miedo, que durante decenios ha paralizado a los pueblos.
La victoria de la izquierda salvadoreña llega en un momento especial, pues halla en el Gobierno a sus dos organizaciones hermanas: FSLN, en Nicaragua, y URNG, en Guatemala. Por eso el triunfo del FMLN se celebra como propio en esos países, que ven cómo por vez primera las naciones con mayor tradición guerrillera son gobernados por coaliciones nacidas de las organizaciones que protagonizaron la lucha contra las tiranías.
Aherrojados en su debilidad, los países centroamericanos necesitan unos de otros para sacar adelante proyectos políticos progresistas. Desde la afinidad y la hermandad fraguada en la guerra y en la paz, la suma de gobiernos de izquierda hará más fácil la aplicación de estrategias que combatan la desigualdad y la violencia, dos de las mayores lacras de la región.
Ha costado sangre, dolor y una perseverancia infinita, pero con el triunfo del FMLN, Centroamérica, traspatio del patio trasero, tierra de gamonales y tiranos, bautizada despectivamente banana republic, tiene ahora la oportunidad de avanzar en dos sueños históricos: su reunificación y la construcción de sociedades menos injustas. Los pueblos han votado. Toca ahora que los gobiernos de izquierda cumplan su parte.
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