Irreconocible. Las luengas barbas canosas, el pelo también crecido y recogido en un curioso moño en lo alto de la cabeza, las gafas y, en resumen, un convincente aspecto de gurú New Age. Este disfraz proporcionó al serbio Radovan Karadzic, uno de los criminales de guerra más buscados, el escondrijo ideal que ha logrado sustraerle de una Justicia que durante 13 años nunca ha dejado de buscarlo. Mientras tanto, él ejercía tranquilamente como curandero en un centro de terapias alternativas de Belgrado.
Ahora, los rumores que entre la población serbia apuntaban a que el Carnicero de Sarajevo nunca estuvo muy lejos no han hecho sino confirmarse.
Hasta el lunes por la noche, cuando fue detenido a bordo de un autobús, el cambio radical que había experimentado su apariencia física permitió al responsable de la muerte de miles de civiles inocentes en la guerra de Bosnia pasearse tranquilamente por las calles de Belgrado, donde vivía bajo su falsa identidad.
Sus vecinos, su casero y sus compañeros de trabajo le conocían como Dragan Dabic, un apacible curandero que practicaba la medicina alternativa en un consultorio privado del barrio Nueva Belgrado, la zona moderna de la capital serbia en la orilla izquierda del río Sava.
El prófugo se había metido bien en su papel. Incluso daba conferencias sobre bioenergía y meditación y escribía artículos en la publicación Zdrav zivot (Vida sana) con su nuevo nombre, que era el que constaba en sus documentos. También en las tarjetas profesionales que daba a sus clientes.
“Nunca se me ocurrió que este hombre con larga barba y cabello blanco era Karadzic’’, dijo ayer el editor jefe de la revista Goran Kojic.
En los artículos que escribía, el curandero aludía, por ejemplo, a las técnicas de meditación populares.
El doctor Dabic gozaba de una excelente reputación entre sus pacientes, que lo consideraban un ejemplo de religiosidad.
Su alternativo trabajo servía de coartada al genocida para justificar su peculiar aspecto físico. Una de sus pacientes creía que la trenza que llevaba en la cabeza servía para “poder recibir diferentes energías”.
Con este trabajo que le ofrecía la excusa perfecta para su extravagante apariencia, el criminal se había mimetizado. Era un ciudadano más que, según su abogado, Veselin Vujacic, se desplazaba utilizando un abono de transportes.
El fiscal serbio encargado de capturar a los acusados de crímenes de guerra, VladimirVukcevic, explicó ayer que la nueva identidad de Karadzic, de 63 años, “era tan convincente que se movía con libertad por la ciudad e incluso aparecía en lugares públicos”.
Rasim Ljajic, encargado serbio de cooperar con el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia, explicó, por su parte, que la operación que terminó con la detención del prófugo se inició cuando la Policía detectó una red que le daba apoyo.
“Como todos nosotros sospechábamos –algunos estábamos seguros de ello– Karadzic se ha escondido de la Justicia detrás de nuestros nombres y nuestras vidas diarias, usando a la población serbia como escudos humanos”.
Jasmina Tesanovic, escritora y periodista serbia conocida por su pacifismo, explicaba ayer así en un correo electrónico a Público su impresión tras conocer que Karadzic era vecino de su barrio.
Nueva Belgrado es un distrito en el que se instalaron numerosos refugiados serbios que huyeron de otras repúblicas de la ex Yugoslavia tras la guerra. Este carácter de barrio de acogida hace de él un lugar ideal para esconderse. En la mayor parte de los casos, los vecinos no se conocen y no existe una conciencia de comunidad.
En el vecindario, explica la escritora serbia, que define al detenido como “un carnicero genocida disfrazado de curandero”, incluso se suponía que era “cliente asiduo de un popular restaurante de derechas, donde el personal de las ONG no es bien recibido”.
No sólo en esta zona se adivinaba su presencia. En Pale, la pequeña ciudad cercana a Sarajevo donde vivió con su familia, se decía que se le había visto de vez en cuando.
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