Abraza al presidente. Estrújalo. Lánzalo al aire. Bésalo. Golpéalo. Ahora quémalo. Compra otro. Lula es más que Lula. Más que un presidente. Más que un pobre transmutado en héroe por el poder. Convertido en una serie de peluches por el prestigioso artista Raul Mourão, el presidente de Brasil levanta pasiones superlativas. Exageradas. Más amor que odio. Pero también desprecio. Idolatría. Pocos son ajenos al fenómeno Lula, el sindicalista que con un lema políticamente correcto -Lulita paz y amor- dejó de ser el lobo antidemocrático y conquistó la presidencia del gigante suramericano en 2002.
Lula es más que Lula. Es ya un peluche. Diez. Cientos de ellos. Un pedazo de trapo que se enreda en el corazón. A pesar de los chistes que atacan su escasa cultura, del desprecio que muestra por él la élite, Lula resiste, aguanta, pedalea. El gordito, el casi analfabeto, el que maltrata el diccionario de la lengua portuguesa. El que improvisa los discursos.
Contra viento, marea y pronósticos apocalípticos, Lula va a dejar la presidencia en 2009 con la popularidad rozando el cielo. El 55% de los brasileños aprueba su gestión, según datos del pasado marzo de la consultora de opinión Datafolha. El dato es un récord absoluto de la historia de Brasil. Apenas un 11% de los encuestados considera su gestión 'mala o pésima'.
Su antecesor, el centrista Fernando Enrique Cardoso, dejó el gobierno con un 26% de aprobación. Y nunca, claro, fue hecho peluche. Demasiado rico, demasiado culto. Lula le fulmina en popularidad.
A principios de mayo, Lula seguía escalando al limbo de la fama: un 57,5% de aprobación, según la consultora independiente Sensus. Hay un detalle crucial en esa encuesta: el 50,4% de los brasileños cambiaría la
Constitución para posibilitar el tercer mandato de Lula. La Carta Magna lo impide. Hasta el propio Lula renegó siempre de explorar esa posibilidad.
Sin Lula, la oposición barre
Pero la calle manda. Habla. Quiere. Dicta caminos. Y en esa misma encuesta, el 29,4% de los encuestados nombraba a Lula cuando se les preguntaba por su candidato favorito.
Lo que más asusta al Partido de los Trabajadores (PT), al que pertenece el presidente, es que la oposición barre en todas las encuestas a cualquier candidato postLula. José Serra, del Partido de la Social Democracia Brasileña, perdió por goleada frente a Lula en las elecciones de 2006.
Pero ahora, sin Lula en el horizonte, es el candidato más firme. Serra, según Sensus, obtendría el 34,2% de los votos. Ciro Gomes, aliado de Lula y líder del Partido Socialista Brasileño, conseguiría un 17,8% de los sufragios. Heloísa Helena, del izquierdista Partido Socialismo y Libertad, se llevaría el 14,1%. Y Patras Ananias, ministro de Desarrollo, se quedaría con una limosna para el PT de Lula: 3,8%.
El Peluche Lula mantiene silencio. ¿Será candidato a un tercer mandato? De vez en cuando, tira balones fuera: 'Estoy trabajando con mucha fuerza en mi sucesión', dice.
Dilma Roussef, el ojito derecho del PT, respetada ministra de la Casa Civil, parece la encargada de recibir el testigo de la era Lula. Pero las encuestas, de momento, maltratan su falta de carisma: apenas aparece en las preferencias espontáneas del 6% de los encuestados por Datafolha.
La pregunta en boca de todos es: ¿Hay vida para la izquierda después de Lula? ¿Tendrá el peluche presidencial un relevo a la altura?
Los periodistas Gilberto Dimestein y Josías de Souza, en La historial real. Trama de una sucesión narran cómo se fue formando el mito de Lula. Cómo perdió la campaña de 1998 frente a un Cardoso que contrató a la flor y nata del marketing político de Estados Unidos. Dimestein y De Souza cuentan que Cardoso aceptó usar el teleprompter, el aparato electrónico que muestra el texto en letras enormes delante del presentador televisivo. Y que Lula 'jamás se rindió ante esa máquina'. Lula perdió.
Después, se rindió al marketing. Y para ganar en 2002, convirtió sus puntos flacos en virtudes. Improvisando en los discursos. Atacando al corazón. Otros políticos como Dilma Roussef o Patras Ananias no son nadie sin teleprompter. Y difícilmente serían transformados en un peluche, hazaña inédita y paradójica en la historia presidencial de Brasil.
Convertido en Che Guevara
Raul Mourão -rubio, charlatán- recibe a Público en su taller, en el destartalado barrio de Lapa. El área podría ser territorio Lula: pobres, fachadas desconchadas, adolescentes embarazadas. Brasil humilde al 100%, una mina de votos para un presidente que puede presumir de haber logrado durante su mandato reducir la pobreza extrema, que ha pasado del 28,2% en 2002 a 19,3% en 2006, según la Fundación Getulio Vargas.
Mourão es el cerebro de una de las muestras artísticas más comentadas de los últimos años: un proyecto creativo que en 2006 sintetizó el fenómeno Lula en series de peluches del líder sindical venido a presidente, imanes de frigorífico con su imagen, dibujos, serigrafías de un Lula-Che Guevara, versiones de la mítica fotografía del cubano Alberto Korda.
'La idea nació en 2005 como una broma, cuando vi que se le trataba como a una estrella del rock. Lula fue un producto de marketing perfecto, masivo, exageradamente populista. Se convirtió en un icono, en un mito. Fue y es impresionante', explica Mourão.
Su Lula de peluche, que se inauguró en la Galería Oeste de São Paulo y en la galería Lurixs de Río de Janeiro, arrasó. Estalló la fiebre del amuleto presidencial. Los peluches, que se vendían desde 400 hasta 20.000 dólares, se agotaron. 'Unos los quieren para abrazarlo. Otros lo tienen por el suelo, para darle patadas', dice sonriente Mourão.
El artista destaca que el proyecto vio la luz en plena crisis del mensalão (la compra de votos parlamentarios con un salario mensual de dinero público), en plena decadencia del icono. Lula el incorruptible era acosado.
El diseñador Marcelo Pereira, que participa en el proyecto de Mourão, resume así la mutación del Lula abrazable en el presidente bajo sospecha: 'Ahora nos lo pensamos dos veces antes de abrazarlo. Hay algo de juguete-asesino en su expresión'.
Pero el Presidente Amuleto ganó la partida, según Raul Mourão: 'En Brasil el hombre, el presidente inculto que habla de fútbol y cerveza, puede con cualquier escándalo'.
Raúl Mourão muestra el Lula Caixa Dois (peluches encerrados en una caja, en referencia a la fraudulenta Caja 2 de los fondos reservados, centro de varios escándalos de corrupción)'. ¿Qué pasaría si saliésemos repartiendo peluches presidenciales por el desconchado barrio de Lapa? ¿Furor, ¿Desprecio? 'Cariño, seguro, es uno más de la familia', afirma Mourão.
Un presidente de andar por casa
En la película Entreactos (2004), el cineasta Joao Moreira Salles retrata los bastidores de la campaña que llevó a Lula al poder. Lula, al desnudo. Simpático, populachero. Lula 100%, refinadísimo marketing. Duda Mendoça, el mejor publicista de Brasil y creador del lema Lulinha, paz y amor, aparece en el filme al lado del sindicalista. Lula, en un momento del documental, se corta el pelo. Vacilón y un poquillo chulo, afirma que 'podría haber sido un buen jugador de fútbol'.
Precisamente eso, en palabras de Mourão, es lo que 'fascina a los brasileños'. Un presidente de andar por casa. Uno más. Un amigo fanfarrón. Un icono que, en un país donde se tiene una relación más afectiva que dialéctica con los políticos, funciona.
La corrupción desprestigió al Gobierno. La cúpula del PT tuvo que dimitir. Incluso el creador/inventor de la imagen de Lula, Duda Mendoça, perdió muchos puntos tras ser sorprendido in fraganti en una sórdida pelea de gallos en la periferia de Río de Janeiro. Pero da igual. Lula está en la cima. Y, gracias a algunos méritos indiscutibles y a su apoyo a los más desfavorecidos, sería invencible en cualquier elección.
No es casualidad que el director de cine Fabio Barreto se encuentre rodando Lula, el hijo de Brasil, ficción sobre la historia del presidente. Y tampoco que João Miguel, el actor elegido para interpretar a Lula, haya renunciado a hacerlo por la 'admiración' -palabras textuales- que tiene por el mandatario. Lulita paz y amor. Che-Lula Guevara. Inimitable. Inigualable. Lula nuestro, que estás en los cielos.
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