La estampa siempre fue bonita: una pareja con aires bohemios pero con ropa cara se pasea empujando un cochecito con el correspondiente bebé elegante a bordo. Él empuja y ella charla desenfadada por su móvil para cerrar un trato en su negocio de grafismo.
Parecen inofensivos, pero el auge de esta categoría social, los llamados bobos -burgueses, por el nivel de renta, y bohemios, por el estilo de vida- provocó a finales de los noventa un vuelco que arrebató el Ayuntamiento de París a la derecha.
Ahora, los bobos se están mudando a la Banlieue (suburbios) comprando lofts, talleres abandonados, altillos y hangares del cinturón rojo de la capital. Su llegada ha causado un seísmo político en la izquierda a menos de tres meses de las elecciones municipales.
El término bobo no tiene nada que ver con el coeficiente intelectual de una persona ni con la comunidad oeste-africana del mismo nombre. Se trata de un término acuñado a finales de los noventa y consagrado en 2000 en un libro del periodista estadounidense David Brooks.
Contracción de la palabra inglesa para burgués y bohemio - bourgeois y bohemian-, al principio servía para definir a una especie de post-yuppies, pero en Europa cobró su verdadero carácter: define a una persona de clase media-alta por sus ingresos, pero de estilo de vida bohemio y popular.
Ni yuppies ni hippies
Montreuil, ciudad obrera adosada al flanco este de la capital francesa y conocida por albergar la enorme sede del sindicato CGT, es el epicentro del nuevo terremoto bobo. La ciudad comunista sigue teniendo un 70% de vivienda social, pero el 30% restante ha cambiado de dueño.
Adinerados grafistas, artistas plásticos, periodistas de élite, genios de la informática e ingenieros comerciales la han elegido como lugar de residencia.
La llegada al cinturón rojo de estos jóvenes profesionales, herederos tanto de los yuppies de los ochenta como de los hippies de los setenta, que rechazan el estilo de vida clásico de sus padres burgueses, ha provocado un vuelco demográfico, inmobiliario y político especialmente fuerte en Montreuil.
Demográfico, porque a la población estable de en torno a los 90.000 habitantes se han sumado, según el último censo de Montreuil, casi 10.000 más. Inmobiliario, porque los precios de la vivienda en esta periferia, hasta ahora de proletarios y precarios, se ha disparado, con una subida de un 14,3% este año.
Político, porque el voto, tradicionalmente copado por el Partido Comunista, empieza a cobrar tintes rosas y verdes, agudizando el apetito del Partido Socialista y de los ecologistas.El alcalde de la ciudad, Jean-Pierre Brard, un comunista disidente pero respaldado por el Partido Comunista Francés, ha tenido esta vez que negociar duro con las otras formaciones de izquierda para conservar su condición de cabeza de lista para las municipales de marzo.
Y lo ha conseguido sólo a medias. El Partido Socialista, que había sopesado durante semanas la posibilidad de dejar tirado en la cuneta a todo lo que lleve color rojo, finalmente ha moderado sus objetivos y le acompañará.
Por el contrario, una líder ecologista, la senadora y ex ministra Dominique Voynet, ha anunciado que va a dar el salto: presentará su propia lista en la primera vuelta municipal, desafiando así la hegemonía comunista. Lo nunca visto.En otras cinco ciudades del cinturón rojo, también habrá primarias entre los partidos de la izquierda, algo inédito.
Son Aubervilliers, La Courneuve, Bagnolet, Pierrefitte-sur-Seine y Vitry-sur-Seine, suburbios separados de París por el gran muro y auténtica frontera psicológica que es la autopista de circunvalación de la capital, el péripherique.Los bobos ya colonizaron a finales de los noventa lo que quedaba de barrios populares dentro del París intramuros, capital que, con sus 87 kilómetros cuadrados, es excepcionalmente pequeña si se la compara por ejemplo con los 607 kilómetros cuadrados de Madrid.
El este de París intramuros, los barrios de Belleville, Ménilmontant, Père Lachaise o Canal Saint Martin, por ejemplo, ya están saturados de lofts, antiguas fábricas y otras superficies atípicas convertidas en viviendas de lujo de puertas adentro, aunque conserven su aspecto destartalado de puertas afuera.
En París, no queda sitio
A los bobos ya no les queda poco o nada que comprar en París para materializar su ideal de una vida que compagine lujo bohemio y contacto con las clases populares. En el catálogo de la agencia inmobiliaria Atéliers du Loft, hay el triple de ofertas en la banlieue -el extrarradio- que en el París intramuros. La capital se ha quedado pequeña para la categoría social emergente de la globalización.
El fenómeno no es tomado a la ligera por los estudiosos del gigantesco problema urbano que atraviesa Francia, cuya manifestación más espectacular son las insurrecciones que periódicamente viven los suburbios, por ejemplo recientemente en Villiers-le-Bel, al norte de París.
El catedrático de la Universidad de Nanterre Jacques Donzelot teorizó recientemente sobre el nacimiento, con los bobos del extrarradio, de una tercera fractura urbana en una Francia hasta ahora dominada por el choque entre, de un lado, las ciudades y las periferias burguesas y, de otro, las ciudades dormitorio paupérrimas.
En París, analiza el urbanista, la dominación de los bobos ha acentuado las dos 'pesadillas sociales de las clases medias: la amenaza que creen sufrir por parte de los habitantes de las ciudades dormitorio y el rechazo que creen sufrir por parte de los habitantes de los barrios acomodados'. Una tenaza que explicaría el voto del miedo que en 2002 puso alas en los pies del ultraderechista Jean-Marie Le Pen y en 2007 aupó a Nicolas Sarkozy a la Presidencia.
Ahora, con la invasión bobo de la Banlieue, el experto ve una tercera fractura con su consiguiente peligro: 'La construcción de un espacio urbano selectivo, en el que una población acomodada de manipuladores de símbolos -yuppies, bobos e intelectuales ricos-, ávidos de barrios populares, hará que se mantenga la apariencia popular, pero obligará a la población pobre a marcharse, expulsada por la subida de los precios inmobiliarios'.
Las elecciones municipales de marzo próximo dirán si esa tercera fractura de la que habla Donzelot y la batalla por la izquierda que conlleva son beneficiosas para la oposición o aceleran el irresistible ascenso de la mayoría de Nicolas Sarkozy.
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