La Cámara de Representantes estadounidenses ha aprobado una ley que garantiza la confidencialidad de las fuentes periodísticas ante los tribunales. La medida se ha tomado para proteger a la prensa de los excesos de la legislación antiterrorista del gobierno estadounidense que ha llevado incluso a penas de cárcel.
La ley todavía debe pasar la difícil aprobación del Senado para entrar en vigor. La Casa Blanca, que teme las filtraciones, ha amenazado con vetarla y el Departamento de Justicia se opone por considerar que vulnera la confidencialidad de la información más sensible.
Este tipo de 'ley escudo' ya existe en 33 de los 50 estados pero por primera vez se podrá aplicar a nivel nacional. Los periodistas sólo se verán obligados a revelar sus fuentes si la información contribuye a prevenir actos de terrorismo, pone en peligro la seguridad nacional o puede evitar una muerte inminente.
La medida ha sido promovida por más de cincuenta proveedores de noticias, entre ellos la agencia Associated Press y el New York Times.
'En Estados Unidos no se debería meter a periodistas en la cárcel', declaró tras la votación el presidente de la Sociedad de Periodistas profesionales, 'la ley permitirá a la prensa trabajar sin temor a posibles represalias'.
En 2005, la entonces periodista del New York Times, Judith Miller, pasó 85 días en la cárcel por negarse a desvelar el nombre del alto funcionario que le había hablado de Valerie Plame, la espía de la CIA, cuya identidad fue filtrada a los medios para castigar a su esposo, Joseph Wilson, el embajador que puso públicamente en duda la solidez de las pruebas del gobierno estadounidense sobre el arsenal nuclear de Sadam Husein.
La fuente en cuestión resultó ser el jefe de gabinete del vicepresidente Dick Cheney, Lewis Libby, cuya pena por perjurio fue finalmente conmutada por la Casa Blanca. En los últimos tres años, más de cuarenta periodistas, han sido llamados a declarar en casos relacionados con terrorismo.
La ley supone un cierto alivio para una prensa desacreditada por una serie de escándalos que han dañado gravemente su reputación. La propia Miller dejó el New York Times, después de que su periódico reconociera que la principal fuente de sus artículos de portada sobre las armas iraquíes, era el entonces miembro de la oposición, Ahmed Chalabi
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