Dominio público

Nunca hubo un 'caso Oltra'

Miquel Ramos

Foto de junio de 2022 de Mónica Oltra, el día en que anunció su dimisión como vicepresidenta de la Generalitat valenciana, después de su imputación judicial. EUROPA PRESS/Jorge Gil
Foto de junio de 2022 de Mónica Oltra, el día en que anunció su dimisión como vicepresidenta de la Generalitat valenciana, después de su imputación judicial. EUROPA PRESS/Jorge Gil

Todas las sillas de la sala donde se presentan los libros en una conocida librería de València estaban prácticamente ocupadas. El sociólogo Vicent Flor presentaba su libro Noves glòries a Espanya, un resumen de su tesis doctoral sobre el movimiento anticatalanista valenciano, ligado históricamente a la extrema derecha y al nacionalismo español. En la mesa lo acompañaban el periodista Juan José Pérez Benlloch y Mònica Oltra, entonces diputada de Compromís en las Corts Valencianes. Era principios de julio, hace ya trece años, en 2011, y en La Moncloa todavía gobernaba José Luís Rodríguez Zapatero mientras Francisco Camps presidía la Generalitat.

Al fondo de la sala siempre hay espacio para que los que no consiguieron asiento, puedan seguir el acto de pie.  Allí es donde se colocaría un nutrido grupo de personas que, una vez iniciado el acto, y al grito de ‘¡Todos a una, puta Catalunya!’, empezarían a lanzar objetos hacia la mesa y a romper los libros del autor. ¡Hijos de puta, guarros no! Cantan al unísono varios de ellos ante el público que les desafía poniéndose en pie, grabándoles con sus móviles y recriminando su actitud. Ni la seguridad del local ni la policía aparecen en ningún momento a lo largo de los varios minutos que dura el vídeo que un partido de extrema derecha colgó en su canal de Youtube, reivindicando la acción un día después.

Una de las personas que lideraba aquella protesta era José Luís Roberto, un conocido líder de la extrema derecha valenciana, abogado, empresario y presidente del partido nazi-fascista España2000. El mismo que, once años después, tuitearía un recorte de prensa del diario Las Provincias en el que aparecía, de nuevo, Mònica Oltra: La Fiscalía acorrala a Oltra y pide que la imputen por el caso de su ex. El periódico llevaba esta pieza en portada, y el líder ultra que la exhibía en su Twitter añadía: "Me la voy a follar sin tocarle un pelo. A ver si me dan una medalla". Roberto aparecía en escena representando a la menor que denunciaba los abusos, y por cuyo caso pretendía que se investigara a Mónica Oltra.

A José Luís Roberto se le conoce bien en València, y su fijación con Mònica Oltra no era ningún secreto. Tampoco su buena relación con el PP, durante cuyo mandato en la Generalitat obtuvo numerosos y suculentos contratos públicos para su empresa de seguridad. Oltra había sido una de las diputadas más destacadas en la lucha contra el PP, salpicado por múltiples casos de corrupción y embarcado en una vorágine especulativa y en una orgía constante de grandes eventos en plena era de la burbuja inmobiliaria y el despilfarro a calzón quitao.

En octubre de 2017, ya con el PP desalojado de la Generalitat, el líder ultraderechista se presentó una noche ante el domicilio familiar de la entonces ya vicepresidenta de les Corts Valencianes, Mònica Oltra, junto con varios militantes de su partido. Llevaban máscaras de la película de terror Scream, una gran bandera de España y unos altavoces, con los que hicieron sonar a todo trapo el himno de España.  Oltra vivía allí sola con sus hijos menores de edad. La derecha hizo del País Valenciano su cortijo durante dos décadas. Las instituciones les pertenecen por derecho divino, como bien saben en todas partes. Y la ultraderecha siempre ha actuado como fiel perro guardián de la finca.

La justicia absolvió a los responsables de esta acción, igual que había hecho con quienes reventaron la charla de la librería unos años antes. Igual que había sucedido en muchos otros casos de acoso y violencia de la extrema derecha en València aquellos años. De hecho, ni siquiera el PP condenó los hechos en las Cortes, a petición de los partidos de izquierdas.

Hoy, martes 2 de abril de 2024, el caso de Oltra ha quedado archivado. No hay indicios de ilegalidad, sino que se tratan de "meras sospechas, especulaciones o conjeturas sobre los que no puede basarse una imputación judicial definitiva". No existen indicios suficientes para sostener esta causa contra la exvicepresidenta, ya dimitida por esta causa, y el resto de los salpicados por este montaje, a quienes acusaron de encubrir los abusos de un educador a una menor tutelada por la Generalitat.

El presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, tras ser preguntado sobre el archivo de esta causa que tan bien le ha venido al PP para volver a la Generalitat, pedía a Oltra que pidiese ella perdón a la víctima de abusos. Volvía así a situar a la exvicepresidenta en el centro del asunto, a intentar verter otro cubo de mierda sobre una persona que ni siquiera es hoy diputada. Esto demuestra tanto el temor que le tienen a Oltra como la miseria moral que les inunda.

La abogada penalista Nora Rodríguez señalaba "la importancia de señalar quién hay detrás de todas estas acusaciones, a qué se dedican y la intencionalidad política que tienen", en su informe El lawfare sobre el espacio del cambio: Viejas formas para contener a la nueva política. Este estudio trataba de explicar cómo funciona esta estrategia de descrédito y desgaste de oponentes políticos y activistas. El uso de la vía judicial para "colocar el debate de la opinión pública en los marcos que les convienen, dilatarlo en el tiempo y mantener en el ambiente su discurso", no sería posible sin colaboradores necesarios.

El caso de Oltra merece una reflexión por parte de todos aquellos que participaron del escarnio y compraron el relato de los ultras, a pesar de los avisos y de los indicios de todo lo que había detrás. Indicios como las fotografías en las que salían agitadores ultras que formaban parte de la acusación popular y de la campaña de intoxicación junto con el ex presidente de la Generalitat Francisco Camps y el director de Ribera Salud. Hechos demasiado casuales y sospechosos que, sin embargo, no merecieron tanto espacio en los medios como el relato de estos propagandistas del odio y la mentira, a quienes la víctima de los abusos les importaba una mierda y tan solo pretendían sacar tajada de todo esto.

Lo grave en este caso es que se sumase tanta gente a este relato abanderado desde el primer momento por la extrema derecha, y a pesar de las advertencias de quienes conocían el contexto y a los personajes. Pero el daño ya está hecho. Nadie va a devolver ahora ni el cargo ni el tiempo ni la salud perdida en este asunto. Ni a los valencianos, lo que este montaje ha podido influir en el resultado de las elecciones pasadas que volvieron a colocar al PP a la Generalitat de la mano de los ultraderechistas de Vox. El partido que, casualmente, también estaba presente como acusación popular en el caso contra Mònica Oltra.

Los ultras se salen con la suya al haberse apuntado un tanto y recibir la cabeza de Oltra como un trofeo. Sus amos consiguen recuperar el poder y defenestrar a uno de sus principales oponentes. Y el resto nos quedamos igual, viendo como el tiempo nos da la razón como en tantos otros casos anteriores, y esperando a ver quién es el próximo.

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