Dominio público

Crazy little girl

Alana S. Portero

Jennifer Lopez y Ben Affleck durante un partido de la NBA.- Jason Parkhurst/USA TODAY Sports/REUTERS
Jennifer Lopez y Ben Affleck durante un partido de la NBA.- Jason Parkhurst/USA TODAY Sports/REUTERS

Estos días, en redes sociales, especialmente en Tiktok, se hace mofa de un fragmento del documental que acompaña a Jennifer Lopez en la grabación de un nuevo disco y que sirve de excusa para repasar con ella los últimos 20 años de su carrera, The greatest love story never told. La cinta está compuesta, sobre todo, de cortes de la artista detrás del escenario o de las sesiones de preparación y descansos de sus grabaciones. En uno de ellos, el que ha desatado las burlas, aparece calculadamente despeinada, con una camiseta blanca holgada y unos pantalones deportivos, sentada en una silla con las piernas separadas y el cuerpo echado hacia delante, primero mira su reflejo pensativa, como cansada, poseída por un ataque furtivo de existencialismo, se toca el pelo y pronuncia una especie de monólogo ante el espejo en el que se recuerda a sí misma como una "niña loca y salvaje llena de sueños" que correteaba alrededor del bloque del Bronx en el que vivía. Está todo tan compuesto y tan guionizado que cuesta no sonreír con un poco de apuro al verlo. Es como si cada diez minutos el reloj interno de Jennifer Lopez tuviese una alarma puesta para recordarnos su humilde procedencia, usando cada cliché que se le pasase por la cabeza y haciéndonos dudar de que alguna vez haya estado de verdad en el Bronx. 
 
Esa escenificación tan artificial de chavala de barrio ha puesto en marcha una máquina correctiva inmensa en la que miles de personas suben vídeos riéndose de ella, quienes la conocieron en el pasado cuentan episodios embarazosos de su infancia y adolescencia para desacreditarla como la vecina del Bronx que, les guste o no, sí fue. Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, aparecen de debajo de las piedras personas que le han servido cafés o han atendido sus necesidades en hoteles, restaurantes o locales de ocio para dejar claro lo malísima persona que es, lo mal que trata a todo el mundo y descubrirnos el rostro de un verdadero monstruo. 
 
Es pasmoso lo fácil que resulta subirse al carro de la humillación de las mujeres, lo poquito que hace falta para cebar la inercia misógina y lo divertido que le resulta a casi todo el mundo, sea hombre, mujer, persona no binaria, activista, rancio o medio pensionista. La misma persona que puede estar un día celebrando el 8M en sus redes subiendo una foto de Emmeline Pankhurst, al día siguiente está llamando zorra sin escrúpulos a Jennifer Lopez porque el empleado de una gasolinera afirma que no le dio las buenas tardes cuando fue a repostar, o porque cree a pies juntillas el testimonio anónimo de alguien, que conoce a otro alguien, que perteneció a su grupo de asistentes y dice, diez años después de ser despedido, que Jennifer Lopez grita a sus empleados.

Es muy probable que la artista neoyorquina sea intratable, que se haya convertido en una mujer clasista a la que le molestan los pobres y que solamente tire de barrio para componer una estética del fetiche que venda su marca. Con su pan se lo coma, pero rebuscar en la basura de la gente, por muy famosa e insoportable que sea, nos hace peor de lo que somos. El papel de turba menesterosa apiñada en la Vendôme para juguetear con las cabezas de los tiranos, sobre todo de las tiranas, es desagradable, violento y nos acerca demasiado al lugar mental en el que podemos terminar haciéndoselo a alguien que no se lo merece, si es que tal cosa se la merece alguien.  
 
Esta columna no habla de cancelación, ni de censura, eso solamente es posible de arriba hacia abajo y son las instituciones quienes pueden ejercerlas. Tampoco se defiende la idea de que las mujeres no estemos sujetas a la crítica más áspera cuando sea necesario, es la idea de la facilidad con que se participa de rituales misóginos disfrazándolos de venganzas de clase. Es incómodo, de mal gusto, interesado y tramposo que la antipatía o los malos modales sirvan para despellejar a una mujer en conversaciones de rellano, que estas no afecten al estatus de Jennifer Lopez no significa que esté bien hacerlo.  
 
Hace poco, Anne Hathaway se hacía viral en el peor de los sentidos por una reacción bastante lógica con unos fans. Les decía, firme y muy educada, que no podía pararse a firmar y fotografiarse con todos en la calle, que posaría para ellos y seguiría su camino al compromiso en el que la estaban esperando. Solo hizo falta que la actriz fuese humana una tarde, que no se comportase como la novia de América, para que corriese como la pólvora la idea de que siempre fue una estúpida y que su amabilidad durante décadas era una pose. Como si de alguna manera no lo fuese toda amabilidad pública. Que una se fuerce a comportarse de una u otra forma no resta autenticidad o valor a tal comportamiento. La mayor parte de las reglas del baile de la humanidad consisten en fingir cosas que no apetecen. 
 
Lo cierto es que una mujer visible no tiene forma de acertar en su desempeño público, siempre habrá alguien analizando cada movimiento que haga, dando por valioso cada testimonio de la primera gárgola de tendedero que tenga algo que decir, escrutando cada expresión facial o cada paso en falso que . Tal vigilancia predispone a cumplir con la profecía, ponerse a la defensiva y, si no justifica, si hace comprensible la decisión de no dar oportunidad alguna a mostrarse amable y desde luego anima a mandar a escardar cebollinos a un barranco a cualquiera que se acerque. 
Si ha de ser sumisión o nada, entonces que sea nada. Sea Jennifer Lopez, Anne Hathaway o La Zarzamora. 

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