Otras miradas

Peligro: cine 'woke'

Juan Roures

Periodista y escritor

Fotograma de la película 'Barbie'.
Fotograma de la película 'Barbie'.

Al término de la proyección de Desconocidos, el devastador romance entre Paul Mescal y Andrew Scott que han ignorado los Oscars, escuché a un espectador murmurar que "últimamente hay maricas en todas las películas". De poco habría servido asegurarle que ningún otro título de la cartelera tiene temática LGTBIQ, porque su comentario no partía de datos objetivos, sino de la sensación de que el séptimo arte ya no es lo que era. Y ahí tengo que darle la razón. Afortunadamente. 

Durante décadas, el cine fue blanco, masculino y cishetero. Como la propia sociedad, vamos. Había excepciones, claro, pero no eran más que eso: excepciones. Por fin, las cosas están cambiando. Por fin, se representa lo nunca representado, al nunca representado. Y eso, para algunos, es insoportable. Es "woke". 

Poco importa que, constituyendo las mujeres la mitad de la población, las películas creadas por ellas sigan escaseando. Son demasiadas, porque estamos acostumbrados a su ausencia. Que una obra como Barbie, que no solo está escrita, dirigida, producida y protagonizada por mujeres, sino que nunca deja de recordárnoslo, sea el taquillazo del año resulta incómodo. 

Hasta hace bien poco, era habitual encontrarse con un listado de "las mejores películas" sin una sola directora. A nadie le sorprendía. Pensadlo, en serio: sin lógica alguna para que la realización cinematográfica estuviera en manos de los hombres, lo estaba. Se daba por hecho que la figura del director de cine era masculina. Y blanca. Y cishetero. 

La ausencia de representación desembocó en una dictadura de la mirada, y por eso quienes huyen del "feminismo forzado" de Barbie son incapaces de detectar la misoginia de muchos "peliculones". Oppenheimer, sin ir más lejos, donde personajes femeninos de relevancia histórica son reducidos a esposas y amantes mientras la cámara se relame con el padre de la bomba atómica. Porque eso es lo normal. El feminismo es ideológico, el machismo, no. 

Por la misma razón, cada vez que una persona no blanca gana un premio, se habla de "cuotas". Véase el desprecio que está recibiendo estos días la Lily Gladstone de Los asesinos de la luna, calcado al que se ganó el año pasado la Michelle Yeoh de Todo a la vez en todas partes. En cambio, que Halle Berry fuera la única mujer racializada con el Oscar a la mejor actriz de las 94 ediciones anteriores no llamaba la atención. El racismo que dejaba a negros o asiáticos fuera de la pantalla y por tanto del reconocimiento no indignaba tanto como lo hace ahora la supuesta discriminación positiva. 

Y qué decir de los personajes LGTBIQ. Siempre fueron marginados y, de repente, están por todas partes. Qué horror, encontrarse con una familia homoparental en Lightyear. Qué ideológico. Da igual que su relación se mostrara sin aspavientos ni discursos. La película fue despreciada por los homófobos orgullosos (obvio), pero también por quienes aseguran que lo único que les molesta de la comunidad LGTBIQ es el victimismo. ¿Darse un pico es victimismo? 

El caso de Lightyear era delicado porque involucraba a un personaje archiconocido y, encima, apelaba a los niños. La de tonterías que se hacen y dicen en nombre de los niños. Como si ellos no vivieran todo con naturalidad. Algunos padres aseguraron que la astronauta lesbiana (que para colmo era negra) los forzaba a tener conversaciones controvertidas, pero cuesta imaginar a los niños preguntando al respecto y, si lo hicieran, sería el momento perfecto para la explicación más básica del mundo: que el amor entre personas del mismo sexo existe y es válido. Que, si ese niño termina siendo homosexual, será aceptado. Muchos pagarían por tener una excusa para decirles algo así a sus hijos, como se vio en Heartstopper, ese "lugar feliz" de Netflix. 

Y es que la diversidad cinematográfica, aparte de resultar más interesante y realista, hace del mundo un lugar mejor. No, no es idealista decirlo. Si Encanto alcanzó tanto éxito fue, entre otros motivos, gracias a que esa chica de gafas y cejas pobladas, sin la cintura imposible de Bella, Jasmín y compañía, atraía a quienes rara vez había representado Disney. Los vídeos de niñas latinas flipando frente a la pantalla se hicieron virales; ahora vas y les dices que te aburren más que La sirenita negra, que su mera existencia es "woke". 

Nadie dice que todas las películas tengan que albergar a todas las minorías, pero lo cierto es que cualquier producción que pase de los diez personajes debería incluir, por ejemplo, un personaje LGTBIQ. Por pura probabilidad. Y aun así pocas lo hacen. El cine español suele tacharse de "supergay" a raíz de la fama de Almodóvar y sin embargo la gran mayoría de las ganadoras del Goya carecen de presencia LGTBIQ alguna. O la tienen y es Santiago Segura caricaturizando la pluma en La niña de tus ojos, que es peor. 

Algo que mucha gente LGTBIQ  lamenta es haber crecido sin referentes. Sin nadie que afirmara que no por inusual dejaba su identidad de ser normal. Y ni siquiera hablamos de los años 50, cuando el Código Hays prohibía lo que consideraba "perversiones". En los 90 tocaba emocionarse con Titanic porque el protagonista de Philadelphia mostraba más pasión por la ópera que por su amante. Todavía no existían las plataformas, ni siquiera la posibilidad de descargarse ilegalmente Beautiful Thing o But I'm a Cheerleader. Y encima había que tragarse al psicópata travestido de El silencio de los corderos como icono cinematográfico trans. 

Con el siglo XXI llegó la revolución digital y también la social. Y es comprensible que algunos sientan vértigo. Gente que lleva siglos en la sombra reclama ser protagonista, lo que fuerza a que el patriarcado llegue a su fin y hasta revisar obras maestras y decir que igual no eran tan buenas. Que el canon lo crean quienes mandan no es ningún secreto, y por eso es tan divertido que la prestigiosa lista de Sight and Sound, antaño liderada por Ciudadano Kane y Vértigo, considere ahora que la mejor película de la historia es Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles, dirigida (brillantemente) por una belga lesbiana y protagonizada por un ama de casa cuya acción más emblemática consiste en pelar patatas con calma. 

¿Constituyen las más de tres horas de Jeanne Dielman la mejor película de la historia? Probablemente no, nadie merece tamaña responsabilidad. Pero lo cierto es que la sorprendente victoria de la ya fallecida Chantal Akerman representa de maravilla el momento actual, ilusionante para unos y agobiante para otros, temerosos de perder sus privilegios (o algo más, si el #MeToo no se duerme, que todo está relacionado). 

Ese miedo florece siempre que una producción se sale de la norma. Y eso que, por suerte, cada vez son más las que lo hacen (hasta Dune es "woke" ya). La prensa más carca se apresuró tanto a tildar Te estoy amando locamente de fracaso que ni siquiera esperó a los datos de recaudación del primer fin de semana. Y hasta un producto tan inocente como Mr. & Mrs. Smith recibió la típica oleada de suspensos en Filmaffinity antes de estrenarse por el simple hecho de que sus protagonistas son, además de normales y corrientes, racializados. En toda la serie apenas hay un par de referencias raciales. Veredicto: demasiadas. Si tiene que haber negros en pantalla, que sean como Morgan Freeman y no den la brasa. O mejor, como la Hattie McDaniel de Lo que el viento se llevó, que, a pesar de ser nominada al Oscar, tuvo que seguir la gala separada del equipo. Si ganó fue porque ya en 1940 su personaje satisfacía a los racistas, aún hoy incapaces de admitir que el cliché de la esclava que se desvive por sus amos es dañino. 

El Oscar de McDaniel no era "woke" porque quedaba claro cuál es el lugar de cada uno, en pantalla y en la vida real. El de Kathryn Bigelow, la primera directora en conseguirlo (¡en 2010!), tampoco, ya que daba para pregunta del Trivial y además siempre se dijo que su cine parecía dirigido por un hombre (supuestamente, como cumplido); los de Chloé Zhao y Jane Campion, en 2021 y 2022, empezaban a antojarse excesivos, que una cosa es aceptar a las mujeres y otra, valorarlas en igualdad de condiciones. Ambas eran, sin duda alguna, las mejores de sus respectivas ediciones. 

Replantearse las cosas conlleva un esfuerzo. Cuando el privilegio te ha acompañado toda la vida, inconscientemente quieres que todo siga igual. Y llamas "woke" a todo lo que desestabiliza esa comodidad, porque no hay forma más sencilla de combatir una reivindicación que ridiculizarla, dar por hecho que quienes se quejan son una panda de locos. Ya se hizo en su día con las sufragistas, empeñadas en alcanzar algo tan radical como, atención, el derecho al voto. Pero lo cierto es que, a pesar de que el cine "woke" ha llegado para quedarse, los reaccionarios pueden respirar tranquilos: siempre serán una parte lo bastante grande de la población como para que alguien tenga el dinero y las ganas suficientes de hacer otra película de Rambo 

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