Dominio público

El poder de la palabra

Noelia Adánez

Jefa de Opinión de 'Público'.

Vista de la redacción de 'Público'. FOTO: JAIME GARCÍA-MORATO
Vista de la redacción de 'Público'. FOTO: JAIME GARCÍA-MORATO

En la era del "neoliberalismo mutante", nuestro mundo, atravesado por las tensiones consustanciales a la existencia de la amenaza climática, el belicismo rampante y las graves desigualdades a escala planetaria, parece asomarse a un abismo frente al que las izquierdas experimentan una mezcla de parálisis, estupor, falta de organización y confrontación interna que convendría empezar a superar.

En esta fase nuevos problemas y desafíos han dado lugar a la aparición de nuevos discursos y formas de impugnación del statu quo y de reivindicación de horizontes de justicia social. Sin embargo, muchas de estas reivindicaciones se han articulado desde las identidades y éstas, a su vez, desde el agravio y la queja más que desde la protesta organizada y desde lo que algunos han considerado el victimismo más que desde la formulación de propuestas universalizables

Las tensiones entre un sector de opinión dentro de la izquierda que pugna por superar el giro subjetivo e identitario y recuperar la perspectiva estructural y otro que, asumiendo que las identidades vinieron para quedarse, reconoce que es preciso contar con ellas para hacer políticas que mejoren las condiciones de vida de las mayorías sociales, hacen parte del momento actual.

Un momento en el que, en realidad, el principal problema de las izquierdas es la ausencia de una verdadera articulación social, de una forma de organización multinivel que, albergando la complejidad, tenga capacidad de convocatoria y acción. 

Si queremos sobreponernos y contener todo este sufrimiento y toda esta destrucción, será necesario desvirtualizar luchas, territorializar conflictos y reconducir la energía política en una nueva dirección, al margen de debates apócrifos y disputas en las que lo único que hay en juego son trampantojos propios del mundo declinante de las redes sociales y la economía de la atención.

Los feminismos han logrado activar proyectos de cambio basados en la convivencia, el equilibrio medioambiental, el respeto a los derechos humanos y la reproducción social. Y, sin embargo, sus avances están tropezando con la oposición frontal de unas elites interesadas en mantener un modelo de crecimiento excluyente, desigualitario y depredador perfectamente encajado en la cultura patriarcal. Tales elites, alimentando discursos regresivos y ultraderechistas, están propiciando el socavamiento de las democracias que conocimos y cuya existencia, a pesar de sus déficits, proporcionaban al menos espacios de relativa seguridad.

El declive de las democracias no es un futurible sino una realidad, como lo es la pérdida de confianza en la institucionalidad y la extensión de un sentimiento de abandono por parte de amplios sectores de la sociedad que abrazan el populismo ultraderechista con un entusiasmo cada vez mayor. 

Está creciendo el riesgo de que la violencia política irrumpa en la vida pública de democracias consideradas hasta hace poco estables como las de los Estados miembros de la UE o la estadounidenses. Es imposible ignorar que un expresidente acusado de instigar el asalto al Congreso de EEUU puede ser reelegido en este año que comienza. Es imposible asimismo ignorar que el lawfare y el mediafare en Europa o América Latina hace igualmente parte del quebranto democrático en el que nos empezamos a adentrar.

Lo sucedido con Podemos en España o con el Partido Laborista durante el Brexit en Reino Unido, aun tratándose de dos casos diferentes y siendo tal vez el primero de una mayor gravedad, son ejemplos que nos hablan de los límites que no se permite traspasar a las formaciones de izquierdas. Es muy importante que entendamos que el saldo final de estas experiencias tiene que ser de aprendizaje y que el conocimiento dramáticamente adquirido, en adelante, debe utilizarse menos en clave de lamento que de baza política que jugar.

El respeto al principio de separación de poderes y la neutralidad del judicial van a determinar la fortaleza de nuestras democracias en una medida tal vez mayor que los procesos electorales a resultas de los cuales, de manera creciente y preocupante, la ultraderecha está vaciando de contenido la democracia y la institucionalidad. La capacidad del poder judicial para ponerse enteramente al servicio del Estado de derecho y de los verdaderos medios de comunicación para informar, será determinante en la batalla por mantener con vida nuestras democracias.

En este último sentido, es de la mayor importancia que abramos espacios de opinión y debate, de deliberación pública, que acompañen y alienten nuevas formas de encuentro y organización social. En medio de océanos de opiniones anónimas, compradas y dirigidas a cebar informaciones falsas que trabajan al servicio de la corrosiva imaginación neoliberal, la opinión, como discurso expresado libremente y sustentado en una información veraz, es fundamental.  

Frente al uso violento de la palabra que está logrando abrirse paso en nuestras calles y en nuestros parlamentos, convertidos ya en espacios miméticos del estridente universo virtual, conviene oponer su función de intercambio de ideas y de deliberación. 

El poder, como potencial de discurso y acción, se genera según explicaba Hannah Arendt cuando la sociedad es capaz de asumir la condición de su pluralidad. No hay democracia sin deliberación ni opinión que funde y acompañe procesos de transformación social si prescinde de la interacción comunicativa, la escucha y la búsqueda de un sentido y un propósito para el mundo enraizado en la defensa de la vida y la verdad. Las izquierdas, de un modo u otro, también deberán asumir la condición de su pluralidad si quieren ocupar una posición de poder en nuestras democracias.

En esta nueva etapa, desde la sección de opinión de Público seguiremos promoviendo debates y dando espacio a perspectivas, voces y ángulos desde los que mirar y hacer inteligible la realidad política, social y cultural de nuestro tiempo. Pensamos que, ahora que nuestras democracias están cada vez más vacías de contenido deliberativo y más saturadas de impulsos destructivos, únicamente la información veraz y la opinión significativa y articulada los pueden neutralizar. Donde hay palabra hay poder y hay esperanza. Nos leemos.

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