Otras miradas

Convencedme de que no voy a morir

Israel Merino

Israel Merino

Un activista medioambiental durante una protesta en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático COP28 en Dubai (Emiratos Árabes Unidos). REUTERS/Thaier Al-Sudani
Un activista medioambiental durante una protesta en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático COP28 en Dubai (Emiratos Árabes Unidos). REUTERS/Thaier Al-Sudani

Cada día me es más complicado ser mínimamente optimista, supongo que lo entenderéis.

Mientras escribo estas líneas, se anda celebrando en Dubái la COP28, ese evento por y para el clima que congrega y exhorta a 200 países diferentes (es el evento más masivo de todos, el Coachella de los congresos) a tomar medidas que paren este genocidio biológico llamado cambio climático. Una pena que el presidente de esta performance sea Ahmed Al Jaber, CEO de ADNOC, la gigantesca petrolera pública de Abu Dabi.

Cuando digo que soy poco optimista, lo digo enfadado. Sé que el pesimismo es la antesala del fracaso, de la muerte y de lo negro; sé que en estos tiempos inciertos en los que cantamos de verdad, con un estudio científico sobre la mesa, que no hay futuro, no puede haber espacio para el pesimismo en nuestro discurso, pero cada día es más complicado no dejarse besar por el derrotismo climático y vital y hasta metafísico.

Los expertos, los que realmente saben, nos advierten de que no podemos bajar los brazos y escuchar los cantos de sirena del colapso, pues al final nos atraerán hacia las rocas hasta reventarnos; sin embargo, cada día pesa más. Cada día es más complicado encontrar un gramo de esperanza entre la mierda de los rodapiés.

Los pibes de mi generación nos hemos criado escuchando que vamos a morir jóvenes, que, con muchísima suerte, podremos llegar a los cincuenta años antes de que lo más parecido a un refugio climático sea un horno incinerador.

Recuerdo de chico, en el cole, que un día fuimos a la casa de cultura de mi pueblo a ver una exposición sobre el cambio climático y la necesidad de proteger el medio ambiente. En ella, había una especie de movida interactiva, una pantalla con botones, en la que se veía un globo terráqueo. Según pulsabas un botón, se aumentaba la temperatura media del planeta e iban desapareciendo de la representación de la Tierra multitud de especies, hasta que al final moríamos también los humanos.

Los centenials (soy muy pesado con los centenials, pero debéis entender que mi única patria es esta generación) llevamos desde chiquitos recibiendo gustosamente alertas del peligro que se viene; prácticamente todos somos conscientes de la realidad, de la necesidad de hacer algo, del imperativo de no quedarnos con los brazos cruzados. El problema es que nos estamos cansando.

Sé que hay países, como China, que ya se están poniendo las pilas con el tema de las emisiones de CO2, sin embargo, la mayor parte del planeta sigue sumergida en la doctrina de advertirnos del indescriptible desastre que nos espera, pero sin hacer nada. También mientras escribo estas líneas, leo que la presidencia de la COP28 se ha vuelto a comprometer a reducir las emisiones y el uso del petróleo, pero sin sacar nada en claro ni proponerse ninguna medida real. Como yo cuando me prometo dejar de fumar, pero ni siquiera tiro el tabaco a la basura.

Con este panorama de no tomar ninguna medida, o aprobar alguna prácticamente irrisoria, me gustaría saber cómo queréis exactamente que no seamos derrotistas, colapsólogos o cómo narices se adjetive ahora no tener ninguna esperanza; me gustaría que alguien me explicara, en serio, cómo podemos tener algún tipo de fe en el futuro y no quemar ya todas nuestras naves, vivir con velocidad y nihilismo nuestras vidas o incluso matarnos rápidamente antes de que nos pille una muerte lenta (perdonadme, a veces me paso de intensito).

Urge que se nos convenza de que no vamos a morir, de que de verdad hay esperanzas, pero las palabras ya no nos valen y necesitamos hechos. La ecoansiedad, esa palabra de la que se ríen los imbéciles, existe y es muy dañina.

Necesitamos que los que de verdad tenéis capacidad para hacer algo lo hagáis, si no queréis que los cantos de las sirenas derrotistas nos revienten contra las rocas.

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