Posibilidad de un nido

Homenaje a un Madrid que no será la tumba

Veo a las hordas de ultras gritando sandeces, a los franquistas de toda la vida modelo momia rediviva, a las señoronas de bandera con aguilucho, a los muchachos que cantan el Cara al sol sin saber lo que cantan, a los cazadores de hotelazo y chaleco acolchado, y no puedo dejar de preguntarme a quién se le podría ocurrir corear eso de que "Madrid será la tumba del fascismo" a estas alturas.

Hace nada escribí un artículo sobre lo necesario de la acción social, de un compromiso que vaya más allá de cumplir con las obligaciones básicas que dicta la ley y participe activamente en la construcción de una sociedad mejor. Lo considero imprescindible para que, por ejemplo, una ciudad no solo funcione, sino que resulte un lugar agradable para vivir. Vivir y no otra cosa es lo que hacemos. Respirar, comprar los alimentos, desplazarnos, trabajar, amar, disfrutar del tiempo que tengamos disponible para nosotras, para nosotros, criar, en el caso que así se decida, aprender, crecer, descansar... Ay, Madrid. Eso no debería suceder en un entorno hostil, no deberíamos permitirlo. Sin embargo, en la medida en que no participamos en el avance de la sociedad más allá del estricto deber legal, todo va quedando en la peores manos.

Dije entonces que el activismo, la acción social, es elegante. Me escribió una mujer conmovida por eso, porque siempre le habían hecho sentir lo contrario, que quienes nos manifestamos somos justo algo así como una banda de cochambrosos de saldo. Y no. Es precisamente en Madrid donde yo he aprendido que la acción en las calles tiene la elegancia de lo insobornable, de la generosidad, de lo estricto.

Por eso me gustaría que estas letras sirvieran como homenaje y agradecimiento a quienes en Madrid luchan, salen a las calles, se reúnen en asambleas, pelean en los barrios. Conozco a esas personas. Llegué a la capital hace diez años y de ellas he aprendido gran parte de lo que sé de las múltiples luchas por la dignidad y la decencia, de lo que soy ahora, gracias a esas gentes que son exactamente lo contrario de las que vemos en los telediarios armadas de aguiluchos, rosarios y bilis.

Junto a los movimientos sociales de Madrid he aprendido que resulta imprescindible salir del yo, abandonar la primera persona y pensar con otras. Me han enseñado que así se avanza de forma más inteligente, que cuesta menos hacerlo, que tiene el gozo del abrazo. Y que nada eres si crees que inventas algo. Eso es, también he aprendido en sus calles a no tener prisa, porque esto es una herencia y en herencia hay que dejarlo. La raigambre de quienes odian y someten, de los enemigos de la clase trabajadora, de los cortesanos avarientos, de los advenedizos sin escrúpulos, de los indecentes es tal, que en Madrid se lucha despacio y sin descanso

Las gentes que pelean por lo común en este territorio duro, ferozmente clasista, corte de hienas seculares, me han enseñado a ser responsable y a exigir una responsabilidad sin fisuras. Cuando te mueves entre ayusos y bárcenas, entre aznares y abascales, entre los cachorros de los nietos del franquismo, la frivolidad no parece una buena idea. Elegir de forma clara a las compañeras de viaje, salir a las calles, escuchar, aprender, tomarlo en serio, de eso se trata.

Ahora cunden las imágenes donde Madrid muestra sus peores prendas. La señora que, cubierta por la bandera de España, grita como una ave de mal agüero existe, como también el resto, y una corre la tentación de reducir la capital a eso. Y no.

Por eso quería, brevemente, dedicar mi pequeño homenaje a esas otras gentes de Madrid, las de sus calles y sus asambleas, la verdadera elegancia de esta ciudad heredera de luchas y resistencias. Seguramente, Madrid no será la tumba del fascismo, pero me tendrán ahí, plantándole cara, como han hecho siempre.

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