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Cartel de 'Mi soledad tiene alas'. Imagen: Warner Bros.
Cartel de 'Mi soledad tiene alas'. Imagen: Warner Bros.
Candela González y Óscar Casas, en 'Mi soledad tiene alas'. Imagen: Warner Bros.
Candela González y Óscar Casas, en 'Mi soledad tiene alas'. Imagen: Warner Bros.

Candela González, protagonista de ‘Mi soledad tiene alas’: «Hay mucho temita con el acento»

Bajo el seudónimo de Candelacuore y junto al colectivo Free Sis Mafia, se introdujo como cantante de urbana hasta llegar a alcanzar los casi 40.000 oyentes en Spotify. Ahora, acaba de estrenarse como actriz en la ópera prima de Mario Casas.

Aurora Muñoz

Solo quedan dos años para que Mario Casas cumpla 20 años de su estreno como actor en la televisión con Obsesión, una telenovela de Televisión Española. Aquel papel favoreció que Antonio Banderas confiase en él y lo incluyera en el elenco de El camino de los ingleses. La película estaba poblada de actores y actrices como Marta Nieto, Raúl Arévalo o Fran Perea que se encontraban al arranque de sus carreras y encajaban en esa etapa vital de transición entre la juventud a la edad adulta. Casas tenía un rol secundario frente al protagonista, Alberto Amarilla, que interpretaba a Miguelito Dávila, un chaval que sueña con dejar su trabajo en una pequeña ferretería y convertirse en poeta. Algo de aquel primer proyecto en el cine impregna el espíritu de su debut como guionista y director.

Warner Bros. estrenó el 25 de agosto en las salas de todo el país Mi soledad tiene alasque Casas firma junto con la actriz belga Déborah François, su compañera de reparto en El practicante y protagonista de L’Enfant, un filme que se alzó con la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 2005. El confinamiento les pilló bajo el mismo techo y emplearon ese impasse para escribir a cuatro manos una historia de barrio con personajes que han construido su identidad allí y proyectan sueños fuera de sus límites.

Dan (Óscar Casas) no juega con las palabras como aquel personaje de Amarilla, pero hace poesía con sus grafitis en los muros de la periferia barcelonesa. Sus amigos Vio (Candela González) y Reno (Farid Bechara) le comparan irónicamente con Banksy. Así es la vida en el extrarradio: te pone los pies en el suelo, pero nunca estás solo en tu vuelo. Los tres jóvenes viven sin pensar en el mañana, entre fiestas y dando palos a joyerías para llenar la cartera. Sin embargo, las cosas se torcerán — siempre lo hacen — y se verán obligados a emprender un viaje que les obligará a dejar la adolescencia atrás.

Esta producción de Nostromo Pictures, con la participación de Netflix y la ayuda del ICAA, llega después de que Mario Casas se sacudiera la fama de ídolo adolescente y la industria dejase de subestimarlo al concederle el Goya por su interpretación en No matarásJusto de esta película sale el director de fotografía de Mi soledad tiene alas, Edu Canet que, junto a Núria Guardia (Paradise Hills) en la dirección artística, contribuye a redondear este proyecto con un estilo underground que le imprime personalidad a la cinta.

No es el único miembro del equipo que tiene relación con la trayectoria como actor de Casas. El que fuese protagonista de Tres metros sobre el cielo ha vuelto sobre sus pasos y parece haberse inspirado en directores como Paco Cabezas Alberto Rodríguez, con los que trabajó en Carne de neón, Grupo 7 y Adiós. Muchos han querido trazar similitudes entre aquellos personajes canallas que lo hicieron popular allá por 2010 y, de hecho, la estética dosmilera del vestuario y la banda sonora conectan directamente con estos referentes. Sin embargo, hasta ahí llega el calco.

El dibujo de los barrios de Barcelona (Bellvitge, La Mina) y Madrid (Lavapiés, Malasaña) que quiere trazar Casas tiene mucho menos de orgullo poligonero que de denuncia social. Nos enseña hogares desestructurados, delincuencia y aspiraciones que chocan con la dureza de la realidad en un intento de dar profundidad a una película destinada, sobre todo, atraer a un público adolescente. Es por eso que algunas críticas han encajonado a Mi soledad tiene alas en el cine quinqui, en el que se internó Daniel Monzón para Las leyes de la frontera o la reciente adaptación cinematográfica de Hasta el cielo, con la que Daniel Calparsoro ha revestido la autoficción obrera con tintes comerciales y mucho más actuales.

 

Casas, en cambio, no se ve reflejado en ese espejo y, a lo largo de la amplísima promoción que lo ha llevado por los platós de los programas de máxima audiencia, ha declarado que lo que le importaba era «encontrar a jóvenes no profesionales que le den una verdad única y especial a la película y que la hagan volar». Su hermano, Óscar Casas ha llenado cientos de titulares. Llegó a perder más de ocho kilos para meterse en el personaje, y lo ha fiado todo a la ópera prima de Mario, pero en el reparto brillan también joyas inesperadas como la debutante Candela González. Os invitamos a conocer a esta joven malagueña que dedicó más de tres meses a preparar su papel como Vio y que arrancó el rodaje con ‘mala pata’. Eso no le ha impedido llevarse gran parte de los laureles en el estreno.

Empezaste Sociología y Políticas, en la Universidad Complutense, y de ahí diste el salto a Comunicación Audiovisual. Ahora haces un tercer mortal para acabar desembarcando en el cine. ¿Qué es lo que te ha conquistado de la interpretación y de este primer papel?

Me gustó mucho cómo estaban escritos los personajes, que se expresasen de una manera diferente a cómo se sentían. También me conquistó que esta película está orientada a la parte más emotiva. Muchas cosas se expresan mediante miradas, con un método que seguimos desde el principio. Mario trabajó desde los castings para que ganásemos esa confianza, que es algo complicado cuando te enfrentas una situación en la que no has estado nunca, pero el rodaje es un micro universo con muchas sinergias, hay mucha conexión entre todas las personas que participan y ha sido un proyecto muy horizontal.

Vio, mi personaje, es una tía empoderada. Eso me inspiró. Además, sabía que Mario y Déborah habían escrito el guion. Yo la admiraba. Hablamos sobre Vio en uno de los de los castings y me encantó tener su visión desde el inicio. Déborah ha trabajado con cineastas como los hermanos DardenneRémi BezançonEmmanuel MouretDominik MollNicole Garcia o Emmanuelle Bercot. Tiene un pedazo de recorrido y eso se refleja en la película. Mario es más conocido para el público, todos hemos podido ver su crecimiento en el cine, que es impresionante, y eso me motivó mucho a aprovechar la oportunidad.

Hablas de un método específico para generar complicidad entre los personajes. ¿Cómo trabajásteis esa química entre Vio y Dan?

Mario no nos dejaba vernos fuera del rodaje a Óscar y a mí. Era bastante estricto. No podíamos hacer nada juntos y conocer a alguien dentro de toda esta locura, de una manera tan de película como es hacer cine, fue raro. Nos sentaban enfrente y nos hacían mirarnos a los ojos durante no sé cuantos minutos. Con estos ejercicios se creó una especie de cercanía física que nos favorece mucho en la película porque poco a poco íbamos acercándonos, nos íbamos conociendo con mucha curiosidad.

También tuve deberes de improvisación con de Farid en una sala de ensayo durante el casting. Esa química se ha cuidado mucho y nos llevamos muy bien desde el arranque del proyecto. Luego los titulares se disparan a veces, pero mi corazón va por todas y para mí la vida íntima es eso, íntima.

Fotograma de 'Mi soledad tiene alas'. Imagen: Warner Bros
Fotograma de ‘Mi soledad tiene alas’. Imagen: Warner Bros

La película refleja el día a día de unos jóvenes que se ven obligados a buscar alas para encontrar un camino de salida al extrarradio. A pesar de su crudeza, ¿ves esperanza en el relato?

La vida en el barrio puede ser muy dura, pero también es un entorno cercano. Se tejen redes que te sostienen dentro de esa comunidad, pero si no tienes unos básicos, si partes de la desigualdad de oportunidades que supone venir de la clase obrera y de una familia desestructurada, hay pocas salidas. Las condiciones socioeconómicas son complicadas, pero no determinantes. Hay mucha gente que se va de los sitios donde se criaron para buscarse la vida y eso es algo que está bien tener en cuenta en el cine. ¿Cuántos españoles hay en Berlín? Hay un montón de gente que aquí no encontraba curro ni de coña y ha logrado abrirse un camino con mucho sacrificio.

Yo vivo en un pueblo bastante humilde, Alhaurín el Grande, y hubo un momento en el que muchos de mis amigos del pueblo se fueron a Londres con ganas de ganar dinero, porque a partir de ahí puedes hacer muchas cosas. Es una cuestión emocional, no se trata solamente de una subsistencia material.

Compartes esos orígenes malagueños con tu personaje, ¿qué más te acerca a ella?

En realidad, el personaje de Vio se adaptó. La convirtieron en una migrante andaluza que vive en la periferia de Barcelona para que yo no tuviese que modificar mi acento. Eso es algo que supuso mucho para mí. En primer lugar, porque en Barcelona hay una cantidad de trabajadores andaluces que merecen ser representados. Mientras estuvimos rodando allí, me sorprendía porque cada persona que me cruzaba tenía alguna conexión con el sur. Sobre todo, la gente más obrera. Hay muchas abuelas que llegaron de Extremadura o Andalucía como mano de obra en las fábricas y eso no se puede obviar.

Por otra parte, todos sabemos que hay mucho temita con el acento y tenemos que luchar contra ese tipo de discriminación. Yo soy bastante partidaria de defender el patriotismo andaluz y no entiendo por qué un acento de Valladolid es mejor que el mío, pero todavía hay mucha tontería. Es muy generoso que se adapte un papel porque el director crea en el poder de actuación de una persona. Haber tenido que fingir un acento, me hubiera impedido centrarme en la emocionalidad del personaje.

Candela González, Mario Casas y Óscar Casas, durante el rodaje de 'Mi soledad tiene alas'. Foto: Warner Bros.
Candela González, Mario Casas y Óscar Casas, durante el rodaje de ‘Mi soledad tiene alas’. Foto: Warner Bros.

A menudo, las comparaciones son odiosas y se han trazado muchos paralelismos entre Mi soledad tiene alas y Hasta el cielo. ¿Enmarcarías este proyecto dentro del nuevo cine quinqui?

Hay una diferencia importante con Hasta el cielo. Ellos son una banda organizada y estos amigos forman una panda desorganizada. De hecho, ahí está el problema. Hay un momento en el que se creen que se pueden comer el mundo y a partir de ahí, las cosas se complican. Con 18 años estás en un espacio en el que puedes ser realmente quien tú quieras, luego el entorno nos condiciona; pero es bonito verlos libres y en su salsa.

Durante la carrera de Comunicación Audiovisual consumí bastante cine quinqui. Hice un par de trabajos sobre el género porque me interesaba mucho y hay cosas que sí están en esta película, aunque haya tirado hacia otro ámbito que se puede identificar un poco más con lo comercial, pese a que a mí me parece una película bastante indie, pero los referentes siempre son buenos. Me encanta Deprisadeprisa de Carlos Saura; también Barrio, de Fernando León de Aranoa y El pico, de Eloy de la Iglesia.

La mayoría está interpretada por chavales que no son actores, los cogían haciendo castings en los barrios y utilizaban escenografías naturales. Eran los años 80 y 90, una época muy complicada, pero a mí me parece interesante esa forma de integrarse en el entorno para hacer cine, le da bastante solidez, no solo desde el vestuario, sino también en la libertad creativa con la que se trabajaban. Esta película tiene esa vocación artística, salvando las distancias, porque Mario nunca nos planteó que tuviese la pretensión de hacer cine quinqui al uso.

Mario Casas da instrucciones a Candela González durante el rodaje de 'Mi soledad tiene alas'. Foto: Warner Bros
Mario Casas da instrucciones a Candela González durante el rodaje de ‘Mi soledad tiene alas’. Foto: Warner Bros

Este ha sido un debut triple: el Farid Bechara y el tuyo, como actores y el de Mario Casas, como director. ¿Cómo habéis vivido esa confluencia de primeras veces?

El actor que se posiciona como director parte de una empatía y de la capacidad de ponerse en el lugar de la persona que está actuando, como le sucedió a Daniel Guzmán en su primer largo. Mario lleva toda la vida haciendo cine y una carrera muy tocha a las espaldas, pero no ha tenido problema en confesar sus miedos y eso te sitúa en una posición más realista. Ha sido un acompañamiento fundamental durante todo el proceso que a mí me ha sorprendido, sinceramente.

Todos tenemos prejuicios, iba con inseguridades y, en cambio, he conocido a un Mario Casas que me ha hecho sentir parte de la familia. El verano pasado, me lesioné antes de empezar a rodar y empecé con muletas. Él estuvo muy encima, me animaba y me recomendaba ejercicio. Escogió rodearse de gente cercana para él, en la que podía confiar y nos ha devuelto lo mismo. Hemos estado muy cuidados psicológicamente. Me acuerdo de que un día me dio un ataque de ansiedad. Llevábamos muchas tomas de una secuencia complicada física y emocionalmente. Me senté en el suelo a llorar porque no podía más. Tengo una imagen de Mario agarrándome una mano y tranquilizándome, como un padre. Cuando hacía ese tipo de secuencias, me alteraba mucho y encontré una liberación en él.

La banda sonora incluye temas como Volar sin alas, de Morad o Cuídate, de Valeria Castro que envuelven la trama. La música ha sido importante también en tu despegue como artista, arrancaste un proyecto musical con el colectivo Free Sis Mafia y has llegado a alcanzar los 40.000 oyentes mensuales en Spotify como Candelacuore. ¿Qué te aporta esa otra faceta?

Considero que me ha ayudado mucho. Verme montada en un escenario y haberme enfrentado antes al miedo escénico, me ha dado tablas incluso en la parte mediática, porque con Free Sis Mafia ya tuvimos encuentros con la prensa, fuimos a la radio e hicimos algo de tele. No estaría aquí sin haber estado en el colectivo, no hubiese llegado al casting con algo que ofrecer. Cuando te ven en un videoclip bailando o interpretando una canción, ya pueden adivinar una cierta actitud. Fue clave.

La banda sonora de esta película es obra de Zeltia Montes, ganadora de un Premio Goya por El Buen Patrón. Ha hecho un trabajo precioso y me parece que le da una consistencia a la película tremenda, porque además se han hecho una mezcla interesante entre indie, flamenco y electrónica que representa muy bien el eclecticismo de los barrios obreros. La sociedad es clasista incluso con la música, pero estas canciones acompañan muy bien a los personajes. Se han escogido letras muy descriptivas que llenan los silencios de la película. De alguna manera, la música dialoga con los personajes y es una parte importante de ellos.

Yo me quedo con la canción de Chiquetete, Esta cobardía. Es un clásico y fue el tema con el que me preparé la primera escena. Me pasaron de guion y recuerdo que, cuando iba al al último casting, me la puse en los cascos y me sitúo en un lugar muy interesante. Era una canción que me ha acompañado a lo largo de mi vida, mi madre la ponía y entonces supe que yo era Vio.