Esa unidad de la que usted me habla (contra la III Restauración borbónica)

Esa unidad de la que usted me habla (contra la III Restauración borbónica)

Jóvenes que tiran las cosas al suelo

Leía a un profesor de EGB quejarse de sus alumnos. En una reflexión más amplia sobre los usos y costumbres del hoy, bajaba a tierra con un ejemplo que no nos resulta ajeno. Consideraba que esos preadolescentes eran una generación perdida y argumentaba para explicarlo que, después de tirar papeles al suelo y ser reprendidos, contestaban: "Que lo recojan las de la limpieza, que para eso les pagan".

Seguro que esos jóvenes bárbaros no son la mayoría, aunque suelen llevar la voz cantante y arrastran a muchos. Además, cuando el profesor lo ha querido contar es porque ya empieza a ser real. De los institutos y de los colegios llegan noticias alarmantes de machismo, de entusiasmo agresivo hacia la extrema derecha, de patrioterismo hueco, identitario y excluyente, de desprecio al mundo del trabajo -desde el profesor hasta quienes mantienen el colegio decente-, junto a una creciente falta de empatía preocupantes. Como si también los afectos se hubieran mercantilizado a la baja y fueran moneda de cambio en el mercado del reconocimiento del grupo.

Siempre tengo la sensación de que esos comportamientos son pasajeros, porque son una generación abierta, cuidada, viajada y con una amplia visión del mundo. Han leído menos libros pero saben muchas cosas. Internet no les hace muy profundos pero les hace muy extensos. Intuyo que son menos agresivos con los débiles que en mi generación -donde ni siquiera existía la palabra bullying y se masacraba en el instituto o el colegio al débil- y que su mayor permisividad sexual, su mayor relación con otras razas y culturas, su desenfado ante la experimentación y su alejamiento de los dogmas religiosos les va a llevar, aunque lo hagan más tarde, a perfilar sus opciones políticas de manera progresista.

Quizá es simplemente un pensar deseando, pero al igual que sus mayores eran radicales de jóvenes y conservadores de mayores, puede ser que ahora ocurra al revés y sean de derechas cuando jóvenes y de izquierdas cuando vayan siendo personas adultas. Ni tan mal. Aunque es bastante probable que haya que sufrirles esta fase juvenil autoritaria que, no por efímera, va a tocar menos las narices.

Uberización: un ánimo conservador que afecta a la izquierda

El ánimo social europeo es favorable a la derecha y a su propuesta autoritaria y egoísta. Llevamos en Europa cincuenta años de mercantilización de la vida, de fomentar la lucha por la supervivencia, de justificar la falta de compasión por nuestros "genes egoístas", de desmantelar lo público, de cortar los lazos sociales -desde fiestas populares a conciertos públicos, pasando por una mayor implicación pública en el ocio-, de castigar la desobediencia, de ejemplificar los usos y costumbres con vampiros sensuales, zombies incansables, caníbales amables, juegos del hambre implacables, calamares juguetones -aún más oscuros que su tinta- y ñoñerías de Disney que te permiten alargar la adolescencia hasta los treinta. Convive la incertidumbre vertiginosa del chat GPT y la Inteligencia Artificial  con la Iglesia que oculta pederastas y la financiación carnicera de la fiesta de los toros.

Radiografiar nuestras sociedades no es sencillo y aún está por ver el efecto de los hogares con dos proveedores que, sin embargo, apenas llegan a fin de mes (padre y madre trabajando y la madre multiplicándose o contratando migrantes para suplir los cuidados), la falta de estabilidad laboral, la permanencia en la casa de los padres hasta los treinta, el aumento de la esperanza de vida y el nuevo papel de los abuelos, el amor líquido y las enormes amenazas que parecen haber llegado para quedarse (crisis medioambiental, pandemias, guerras, migraciones masivas...). A lo que hay que añadir el despiste de la izquierda, la frecuencia con la que compra los marcos de la derecha y la facilidad con la que el sistema es capaz constantemente de agrietarla y dividirla hasta hacerla odiosa.

La "uberización de la vida" es creer que tienes chófer gracias a una estrategia empresarial que te hace sentirte muy bien al tiempo que a alguien se le estropean sus ocho horas de jornada convirtiéndolas en un panóptico constantemente fiscalizado. Te sientes importante mientras a alguien le pagan una miseria y le observan todos los minutos y horas durante los que está trabajando porque el cliente tiene, a golpe de click, la oportunidad de joderle la vida. Claro que el taxi tenía que modernizarse. Pero entrar en el siglo XXI no puede ser convertirte en un trabajador vigilado, explotado, enfrentado a otros trabajadores, ganándote la vida haciendo una tarea -conducir- y, de añadido, siendo además mayordomo de alguien por una carrera de diez euros. Por supuesto, la plataforma, sin mover un dedo, se queda un porcentaje de su trabajo, que en 2022 fue del 28%. Es el mercado, y no hace amigos.

La unidad que se olvida de la fraternidad

Es curioso que siendo la petición de fraternidad la más propia de la familia de la izquierda sea tan común que la izquierda esté siempre peleada.

De las tres exigencias de la Revolución Francesa, la de la fraternidad, y su derivada de la unidad, es el hilo rojo de las fuerzas del cambio durante los últimos doscientos años de la izquierda. La igualdad, que tenía como trasfondo la justicia, es un objetivo que se fue convirtiendo en igualdad ante la ley, en igualdad de oportunidades y en no discriminación. La izquierda, como sociedad que se pensaba a futuro, no tenía problema con que la gente viviera de su trabajo e, incluso, que se reconociera el mérito de quien realmente lo mereciera. El problema estaba en que no te pagaban el precio real de tu trabajo. El problema no era tanto que hubiera ricos, sino que hubiera pobres. Y afinando, que hubiera gente que, por las desigualdades, usara esa ventaja para afianzar sus privilegios.

La libertad nunca la ha vivido igual la derecha y la izquierda. La libertad de la mujer que limpia el colegio donde tira los papeles el joven aprendiz de Marcos de Quinto está sujeta a su sueldo y a sus obligaciones. Para que pueda realmente ser libre hay que regular el salario, la jornada laboral, las condiciones de trabajo... La libertad del niño malcriado al que no le hemos enseñado empatía está en hacer lo que le da la gana. Y si su rebeldía puede ser un factor positivo de crecimiento, cuando se convierte en crueldad está impugnando el sistema educativo y haciéndole la vida imposible al resto.

La libertad siempre ha sido la condición de la vida. Una vida sin un escenario de libertad -sea real o inventada- es una cárcel. La Unión Soviética tenía que perder la guerra fría aunque alimentara a toda su población.

Desde la izquierda democrática, la libertad se entiende como un bien a repartir entre todas y todos. Para la derecha, la libertad debe entenderse como la no interferencia de cualquiera en el desarrollo individual. Por eso dicen los que se llaman "liberales" que pagar impuestos o no poder conducir borrachos es prácticamente comunismo. Y poner una maceta en la ventana, ecologismo para emprendedores. Un anuncio comercial de los mismos que reclaman ayudas del Estado ante cualquier contratiempo y llaman "paguita" cuando esas ayudas van a los humildes.

Desde una mirada progresista, aproximarnos hacia la igualdad (es lo que conocemos por justicia) y poder hacerlo en libertad, implica la necesidad de juntarnos, pues los privilegiados son pocos pero suelen tener de sus lado el sable, la toga, la porra y el crucifijo. El cemento de la unidad que consigue transformaciones es la fraternidad -hoy añadimos la sororidad-, ese sentimiento de que no nos son ajenas las suertes de los demás y, en consonancia, nos ponemos en movimiento para poner fin a esa brecha. La unidad es el mantra por excelencia de la izquierda, su canción "el pueblo unido, jamás será vencido" y su demostración un constante ejercicio de fracaso.

Vetos que ganan juicios tan sumarios que envilecen el cristal de los acuarios (o para evitar la tercera Restauración borbónica)

En España, como en tantos sitios, la crisis del modelo neoliberal en la primera década del nuevo siglo echó a las gentes a las calles. La rabia contra los políticos ladrones e inútiles generó una engañosa sensación de unidad. El "sistema" luego se encargó de volver a fragmentar lo que la frustración había unido. Los sistemas electorales siempre benefician a los poderosos. De lo contrario, no jugarían a la democracia. Aunque, pese a todo, a veces pierden. Un poco. En esa brecha se coló el Gobierno de coalición. Por eso las élites necesitan tumbarlo. ¿Vamos a ayudarles?

En el escenario de las próximas elecciones de julio, la posibilidad de regresar al escenario bipartidista previo a 2011 es enorme. Después del 15M, una nueva restauración borbónica. Aunque quizá como farsa. Porque en 2011, el bipartidismo era entre Susana Díaz y Rajoy, y en 2023 puede ser entre Page y Feijóo ayudado por Abascal. Susto, aún más viendo la condición intelectual de los cargos de Vox y de la derecha asilvestrada (como la madrileña). Derechas que están celebrando el "castigo" a Podemos. La izquierda yendo a votar unida mientras la derecha brinda con champán su victoria. A muchos se les va a hacer difícil entender que mientras ninguno de los 15 partidos que configuran Sumar ve a sus líderes vetados -aunque sean ya políticos profesionales o hayan generado divisiones- a Podemos se le pongan censuras.

La única manera de romper la maldición de otra Restauración borbónica (la tercera después de la de Cánovas y la de la Transición) es logrando que el PSOE mantenga electoralmente el tipo y que a su izquierda se repita el escenario que se logró con Pablo Iglesias (35 diputados). Era la encomienda que se le hizo a Yolanda Díaz cuando se le entregó la batuta de la Vicepresidencia y la reconfiguración del espacio. Es la que se ha cerrado este viernes a trancas y barrancas después de un año de "escucha" y tras no haber encontrado el momento para escuchar a quienes le recomendaban hacerlo antes de las elecciones municipales y autonómicas.

El proceso de unidad que se ha registrado este viernes tenía que haber llenado el cielo de luces de colores, como en una noche de fuegos artificiales tras las fiestas regionales. Pero no ha sido así porque los vetos (en concreto a Irene Montero) y los puestos reales de salida entregados a Podemos no han emocionado a los de la franja morada, a sus líderes, sus militantes y sus votantes. Que contra todo pronóstico han logrado que 52.000 personas participen en un solo día en una votación (otras fuerzas tienen pendiente decir cuánta gente participó en las suyas).

Los vetos son la peor forma de construir la unidad. Porque en los vetos no hay ni fraternidad ni sororidad. Aún más cuando la Justicia española, que se empeña en ser española pero no ser justicia, se adjudica el derecho de querer hacer política en el momento que considere más oportuno. Tampoco la asignación cicatera de puestos tiene nada que ver con la justicia. No hay garantía alguna de que la secretaria general de Podemos, Ione Belarra, entre en el Parlamento. Si la lista no emociona, puede ser como un coche sin motor o una bicicleta sin pedales. Y todo este esfuerzo no servirá para gran cosa. Y será imposible frenar a las derechas. Alguien o ha hecho mal las cuentas o las ha hecho pensando solo en su territorio. Y necesitamos luces largas.

Fuera reproches, vengan las sororidades

Hace tiempo que no es momento de reproches de parte. Porque es indudable que si en Sumar hay gente que quiere enterrar a Podemos (airados en busca de alguna venganza), Podemos es responsable de haber generado ira en gente con la que, en nombre de la fraternidad, debiera haber tenido mejores relaciones. Es normal que dentro del Ibex 35 se odie a Podemos. No es normal que haya ex morados coléricos (muchos configuran hoy la estructura de Sumar) al punto de haber perdido la perspectiva. Mala consejera la cólera. Porque ciega. A la izquierda le queda mucho por aprender sobre cómo conciliar los conflictos.

Ojalá todos encontremos razones superiores para poner toda la inteligencia y el coraje para frenar la amenaza ultraderechista en España. Porque la tercera restauración borbónica viene con aires de venganza. Seguimos yendo tarde. Ya hemos perdido demasiado tiempo. No regalemos este sainete a la derecha que está celebrando lo que entienden que es la muerte de Podemos. Porque la oferta realizada es también el entierro de Sumar. ¿Cómo va a ir Yolanda Díaz a las elecciones en nombre de la izquierda con la derecha diciendo: ¡Gracias ejecutores de Podemos, muchas gracias por hacer lo que nosotros no pudimos! No es tiempo de asesores airados que tienen su horizonte puesto en sus territorios. Cuando las cosas encallan, es el momento de que la principal responsable tome las riendas del acuerdo.

Porque, de lo contrario, estaríamos tirando papeles al suelo y cuando nos regañen, porque nos regañarán, entonces, ¿qué diremos? ¿Que no sabemos cómo hemos llegado hasta aquí? O, aún peor, ¿que recojan la basura los que cobran para tener esto limpio?