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Tinder y la teoría del refuerzo intermitente

Dice la columnista Amy Alkon que Tinder “no está diseñada para encontrar el amor, sino para hacer tindering”… para engancharse al uso de esta red social. ¿Y cómo logra Tinder generar adicción a millones de usuarios que siguen confiando dócilmente en el ritual del swipe? A través del uso de diversos mecanismos conductistas y psicológicos como el refuerzo intermitente. 

A continuación, exponemos el origen de la teoría del refuerzo intermitente, su vinculación a la dopamina y al circuito cerebral de la recompensa y cómo apps de citas como Tinder seducen a sus usuarios con esta clase de gruesas, pero eficaces estrategias para “fidelizar” a sus usuarios. 

Refuerzo intermitente: ratas muriendo de placer 

Tinder y el refuerzo intermitente
Un ratón comiendo – Fuente: Pexels

A mediados de siglo XX, dos experimentos investigan el condicionamiento operante, la modificación de conducta y el circuito de recompensa dando lugar a teorías de amplia resonancia posterior como el refuerzo intermitente. 

Burrhus Frederic Skinner, el célebre psicólogo, filósofo social y uno de los padres del conductismo comprobó con ratas sus teorías acerca del condicionamiento operante. En la caja de condicionamiento operante —posteriormente denominada Skinner Box en referencia a esta serie de experimentos— incluyó unas luces, un dispensador de comida y una palanca.  

En un principio, Skinner experimentó con el refuerzo positivo de forma que las ratas recibían comida si respondían positivamente al estímulo. Cuando la palanca ofrecía una corriente eléctrica en vez de comida, las ratas dejaron de tocarla, un refuerzo negativo para desaprender la conducta inicial.

Tinder y el refuerzo intermitente
La caja de Skinner – Fuente: Wikipedia

Fue entonces cuando a Skinner se le ocurrió ofrecer un refuerzo intermitente, una recompensa impredecible no consecuente. Es decir, aunque la rata respondiese positivamente al estímulo no siempre recibía comida tras tocar la palanca. A veces salía comida, y a veces no, sin tener relación directa con su comportamiento.  

El resultado de la aplicación del refuerzo intermitente fue sorprendente: las ratas respondían de forma más intensa a los estímulos que cuando se probó con el refuerzo positivo: la incertidumbre con respecto a la recompensa era más adictiva, el hecho de no saber cuándo va a llegar era un acicate mayor que la certidumbre acerca de un premio por una actitud positiva. Para Skinner esto supuso concluir que el aprendizaje de una conducta es aún más fuerte cuando la consecución de la recompensa no se puede predecir.

No mucho más tarde, los psicólogos James Olds y Peter Milner hicieron un experimento de la misma naturaleza en 1954. Se trataba de estudiar el control del sueño-vigilia y su relación con el área reticular del mesencéfalo, pese a que finalmente conectaron los electrodos al área septal.  

En la caja en la que se experimentó con las ratas también había una palanca que se conectaba al electrodo de forma que la rata podía autoestimularse tocándola. El resultado del experimento fue que la rata llegó a presionan 7.000 veces la palanca buscando la autoestimulación.  

Los experimentos posteriores inspirados en el inicial demostraron que las ratas preferían la estimulación antes de realizar actividades esenciales como beber, comer o aparearse: no paraban de presionar la palanca hasta que desfallecían exhaustas.  

Refuerzo intermitente y sistema de recompensa 

Cerebro
Una tablet con unas imágenes de un cerebro

Estos experimentos sobre las posibilidades del refuerzo intermitente en las prácticas dirigidas a modificar la conducta estaban en relación con el descubrimiento del sistema de recompensa y su vinculación a la conducta motivada.  

El sistema límbico sería el circuito principal por el que discurriría el circuito de recompensa en el que intervienen partes muy relevantes del cerebro como la amígdala o el hipocampo. Y la dopamina sería el neurotransmisor encargado de activar el sistema de recompensa generando placer. 

¿Y cuál es la función prioritaria del circuito de recompensa? Aprendizaje y adaptación, basados en la motivación. El ser humano debe adaptarse y aprender en situaciones cambiantes por lo que el circuito de recompensa, activado por la motivación, nos ayuda a aprender sobre la marcha lo que es beneficioso para nuestro organismo y nuestro cerebro.

Si tenemos hambre, nos motivamos para comer, ofreciendo la dopamina del sistema de recompensa una descarga de placer una vez que consigamos alimento. Así, el sistema de recompensa muestra el camino hacia la búsqueda del bienestar, que también incluye el bienestar emocional, social y sentimental… Y aquí es donde entra el amor, el sexo y Tinder. 

Tinder y el refuerzo intermitente 

Tinder y el refuerzo intermitente
Una mujer sonríe con un móvil – Fuente: Unsplash

Los ingenieros informáticos, diseñadores y especialistas de marketing responsables de Tinder conocen bien cómo funciona el cerebro cuando los usuarios utilizan una de estas aplicaciones. Más allá de que sus objetivos sean más o menos opacos, la realidad es que millones de usuarios se conectan diariamente a Tinder para buscar pareja, amistad, sexo, diversión o puro entretenimiento.  

Pero muchos de ellos no son capaces de dejar swipear, aunque quieran. Hay algo que les fuerza a seguir con el ritual de deslizar el dedo buscando un usuario interesante, ponerle el corazón verde y esperar nervioso el match. El refuerzo intermitente es la clave que explica esta adicción a Tinder y otras aplicaciones similares. 

La aplicación de la teoría conductista del refuerzo intermitente a las apps de citas es bien sencilla. El usuario acude a Tinder bien motivado: encontrar pareja, amor, sexo y/o diversión. O jugar un poco mientras el metro llega a casa. Pero para que esa motivación proporcione placer debe haber una recompensa.  

No obstante, esta recompensa es impredecible, el usuario no sabe cuándo llegará. Puede ser casi instantánea si hacemos un match rápido o podemos tardar una semana. Pero la experiencia como usuario nos dice que, tarde o temprano, tendremos una recompensa a modo de match, una descarga de dopamina ante la posibilidad de vivir una inolvidable aventura sentimental. O no, puede ser un desastre, pero otros millones de usuarios nos esperan en el siguiente match para olvidar dicho desastre.

Tinder y el refuerzo intermitente
Una mano toca la pantalla de un móvil – Fuente: Unsplash

El refuerzo intermitente de esta recompensa impredecible actúa como la zanahoria atada al palo del burro. El usuario persigue su bocado de dopamina que llegará en algún momento del trayecto. No importa que tengamos que tirar de una pesada carga de horas muertas dándole al swipe: el premio es demasiado jugoso para rechazarlo. 

El hecho de que el usuario no reciba refuerzos continuados supone una dulce incertidumbre, una intensa anticipación del placer que puede ser aún más placentero, como cuando nos enardecemos ante un plato con nuestra comida preferida.  

Si cada vez que pusiésemos un corazón verde en Tinder recibiésemos un match, además de no dar abasto con tanta cita, la dopamina dejaría de hacer efecto, por sobredosis. Se perdería interés. Pero el refuerzo intermitente mantiene la pulsión emocional al alza permanentemente.

Como la rata de la caja, el usuario de Tinder es capaz de desfallecer exhausto dándole a la palanca: ¿buscando el amor… o simplemente haciendo tindering? Da igual, lo importante es recibir nuestra puntual dosis de dopamina o, como dice Amy Alkon, “convertirse en una rata de laboratorio en busca de coca, buscando sin descanso el próximo subidón”.



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