Punto de Fisión

La vida iluminada de Mary Karr

Cuando uno lee una entrevista con Mary Karr, la escritora texana autora de tres maravillosos libros autobiográficos, es difícil apartar la idea de que esta mujer debía de andar a dos putas preguntas de agarrar una escopeta y vaciarla contra el periodista. Toda la conversación gira en torno a los traumas terribles de su niñez, las borracheras de sus padres, la noche en que su madre la amenazó con un cuchillo, el pavoroso incendio que devoró su casa, las dos violaciones que sufrió a manos de unos vecinos. Más adelante, ella también fue víctima del alcoholismo, su adicción destrozó su matrimonio y llegó a pensar si no le estaba dando a su hijo Dev la misma educación brutal que ella había recibido.

Sin embargo, al leer sus libros de memorias (de momento yo he leído dos, El club de los mentirosos e Iluminada), uno se encuentra riéndose a carcajada limpia casi en cada página, asombrado no sólo del ingenio inagotable sino de la elegancia y el donaire con que Karr ha decidido ajustarle las cuentas al pasado. Sucede entonces el milagro de la literatura, la forma que remueve el fondo, el estilo que se alza contra todas las trampas de la autocompasión y todos los tormentos del recuerdo. Nunca se insistirá bastante en que el sentido del humor -ese bufón que tanto repugna a los académicos- es una de las vigas maestras de la narrativa occidental, de Petronio a Dickens, de Swift a Twain, de Cervantes a Joyce. Pocos críticos caen en la cuenta de que los amigos de Kafka se partían de risa mientras les leía aquella escena de El proceso en que los policías se comen el desayuno del pobre Joseph K. y tampoco habrá muchos capaces de imaginar la sonrisa de Faulkner en el momento de bautizar a uno de sus inmortales tontos de pueblo con el sonoro apodo de Wallstreet Panic.

Mary Karr, una ilustre descendiente de todos ellos, ha aplicado el mismo principio de la risa catártica a un género habitualmente desprovisto de humor y ha logrado que sus libros de memorias se lean como una prodigiosa variación de la picaresca. Dos niñas que se crían en un entorno pueblerino, casi salvaje, entre serpientes y mapaches, gasolineras y torres de petróleo, con una madre mitológica, bipolar y esperpéntica que, entre trago y trago, la inicia en la lectura de los clásicos, y un padre fabuloso que se la lleva cada fin de semana a una asamblea de borrachuzos embusteros que compiten por ver cuál cuenta la trola más inverosímil. Es muy posible que en ese cónclave de jornaleros, la pequeña Karr adquiriera el oído fabuloso para aquilatar tacos, expresiones y metáforas que muchos años después iban a refinarse en una prosa de primer orden.

En Iluminada, el tercer tomo de la trilogía, Karr ejecuta el triple salto mortal de narrar su noviazgo, su matrimonio, el nacimiento de su hijo, sus continuas melopeas, su frustrada tentativa de suicidio y su sorprendente conversión al catolicismo, al que abrazó tras una larga serie de reuniones en Alcohólicos Anónimos. En una de ellas se encontró a David Foster Wallace, con quien mantuvo un breve romance y que aparece en unas pocas páginas casi de refilón, sin apellidos, uno más de los muchos escritores, profesores, voluntarios y perdularios anónimos que compartieron su descenso a los infiernos. Decía Lord Byron que el Quijote es el libro más triste del mundo y "más triste aún porque nos hace reír". El tuétano mismo del arte de Mary Karr palpita en esos pasajes donde alcanza a expresar el horror de la adicción sin renunciar ni al humor ni a la majestuosa potencia de su estilo: "Justo antes de cumplir un año sin beber, Joan me anima a fundar una tertulia para mujeres sobre diversos temas espirituales; una especie de reunión de costureras, pero para dar puntadas a las almas de las demás, autopsias de cadáveres que van pasando por turnos".

Después de probar diversos credos como quien prueba tiendas de campaña en medio de una tormenta, y de rebotar entre sacerdotes, consejeras e instituciones psiquiátricas, Karr se refugió en una iglesia. Por momentos el libro está a punto de zozobrar en un manual de autoayuda, riesgo del que escapa gracias a su sinceridad atroz, su ironía descacharrante y su perpetua capacidad de asombro, la misma que le lleva a descubrir que su madre -la mujer que se bebía la vida a tragos y que descartaba amantes como vestidos pasados de moda- le tenía preparado un pequeño milagro desde la niñez. En realidad, Iluminada es un libro plagado de milagros, el milagro de la maternidad, el de la supervivencia, el perdón, la oración, el amor, el milagro de la literatura capaz de transformar el fango y la mierda de la vida en la carne y la sangre de un libro.

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