viernes. 19.04.2024

Partidos de izquierda alternativos al populismo

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Desde que comenzase esta pandemia se han llevado a cabo varios congresos de partido. Comenzando por el de la extrema derecha populista, convertido en una metáfora de su proyecto de antifeminismo y fake news, con la crítica cínica al ocho de Marzo como determinante de la tardanza en la respuesta sanitaria del gobierno.

A lo largo del año pasado, ya en plena pandemia, se han realizado los congresos, obligadamente telemáticos de Podemos y Cs, poniendo con ello en evidencia, la situación crítica de la participación, también en los partidos políticos populistas. Una mutación de la participación hacia la mera participación legitimadora y de la corte del líder. Una pérdida de capacidad analítica de los partidos, en la que antes el análisis fijaba el contenido político, lo que tradicionalmente no permitía al líder virar en cuestiones esenciales como gobierno ahora no, ahora sí.

Un proceso que trasciende lo local con lo ocurrido en el Capitolio y la incapacidad de reacción del partido republicano, en que, salvo un puñado de diputado y senadores díscolos, demuestra que la involución democrática populista no es cosa de un solo individuo, sino que afecta a una parte significativa de la sociedad norteamericana, a su representación política, y ante todo al partido republicano, secuestrado por su principal cargo público que se ha erigido como el único interlocutor de una masa cada vez más radicalizada.

Más recientemente, el duelo entre el PDCat y JpCat de Puigdemont ha terminado con la absorción del electorado tradicional por parte del populismo de Junts y la pérdida de la representación parlamentaria de la estructura de partido tradicional. No menos importante es el cambio de candidato en el PSC como fruto de la designación de las encuestas, que además ha culminado con un éxito electoral,  convirtiendo con ello las primarias en papel mojado. Un movimiento nacional que devora a sus predecesores y unas primarias que el populismo propone como método democrático alternativo y no como una mejora de la democracia representativa, todo en una sinécdoque política que continúa corroyendo la pluralidad democrática.

Las características de los partidos del clima populista que vivimos, se resumen en lo siguiente: partidos personalistas, direcciones reducidas a una corte, adhesión al líder, y política de agitación emocional de una masa radicalizada y guiada por el marketing electoral de consumo. Pero sobre todo partidos vacíos de un pensamiento que fije contenidos que impidan el libre arbitrio del líder en cuanto a táctica y estrategia. De este modo, el sistema de ideas se simplifica cuando por contra la sociedad es cada vez más compleja y la democracia también. La simplificación de las ideas permite unas veces asumir incoherencias políticas y personales (presencia en consejos de administración incluida) y otras levantar grandes polémicas a discreción sólo del interés electoral. La simplificación les impide analizar qué es la democracia y qué es el Estado en democracia y qué se quiere construir, porque en el fondo tanto democracia como Estado democrático son estructuras en las que el populismo no cree y que concibe más como un impedimento que como medio natural para el desarrollo de la convivencia social.

Trataré pues de acotar el análisis en nuestro país a las formaciones políticas de la izquierda y a su situación actual de absorción efectiva dentro de los nuevos partidos populistas.

La evolución de los partidos que venimos de la izquierda ha tenido mucho que ver con la del sistema social y político. Nacimos con el capitalismo industrial como partidos revolucionarios y nos incorporamos como reformistas al juego parlamentario con la consolidación de democracias sociales. También con la sociedad de la comunicación de masas y más tarde con la transformación digital y las redes sociales hemos ido cambiando de forma y de funcionamiento.

Recientemente, con el neoliberalismo, hemos pasado del modelo de consumo personalista y el corporativismo del partido de gestión de la época de la comunicación de masas, culminando en la actualidad con el partido populista de adhesión al líder y agitación emocional. Un partido carente de un discurso y pensamiento propios sustituidos por el relato.

Hoy, tanto IU como el PCE en su seno, sufren la disolución de su acumulado de experiencia democrática. La incorporación al populismo supone la renuncia a toda una tradición intelectual. Se abandona la idea democrática cuando de facto se rompe con la línea que daba continuidad al proyecto del eurocomunismo.

Errores de la izquierda antes del populismo

El giro populista no aparece de pronto, ha madurado con el tiempo. Desde hace años hemos venido sufriendo una escisión de personalidad entre el dogma de la identidad revolucionaria y la realidad de la política reformista, en buena parte porque no hemos logrado integrar en nuestra cultura política la idea de complejidad.

En consecuencia hemos mantenido un debate identitario, obsesivo y paralizante cada vez que nos hemos enfrentado a la necesidad de la negociación, los acuerdos y las alianzas políticas. En este sentido, las experiencias de gobierno compartido, en particular las autonómicas, confundieron más que enriquecieron a una base social acostumbrada a discursos simplificadores.

También la nostalgia y la patrimonialización del movimiento de masas ha estado en el origen del conflicto con el espacio autónomo del sindicalismo y de los movimientos sociales.

A nivel interno, hemos vivido un pluralismo degradado en forma de confrontación y división permanente y la consiguiente dificultad para llenar de matices la necesaria cohesión en la acción política. Como consecuencia, sufrimos la incapacidad para el cambio y la regeneración interna y la degradación de las estructuras territoriales significativas. A todo esto se ha añadido un federalismo entendido en los últimos tiempos como una suerte de sálvese quien pueda, de dispersión del proyecto y en algún caso de mimetismo nacionalista.

Pero, sobre todo, la persistencia de dos aparatos (IU-PCE) ha sido un error histórico que ha convertido al PCE en un instrumento de pensamiento marginal e izquierdista desconectado de toda existencia social y al tiempo en un lobby de presión sin responsabilidad electoral. Así, sin ideas surge el dogmatismo ideológico y la parálisis política sustituida por algunas causas puntuales en la sociedad y en las redes sociales.

Como consecuencia, experimentamos una militancia tan menguante como radicalizada y confundida con las nuevas contradicciones de la participación abierta a simpatizantes, las primarias y las cuotas de la pluralidad en las candidaturas. Una lectura solo metodológica de la democracia interna.

Todo ello llevó en el momento de la crisis y la indignación a percibirnos más como una parte del problema que como solución y preparó el terreno para la colonización del populismo de izquierdas. Nos situó como parte de la estructura política o, cuando menos, como parte ineficaz para el cambio social. O parte del sistema o izquierdismo ineficaz y sobrecargado ideológicamente.

En definitiva, la pérdida de la capacidad analítica nos impidió desarrollar en toda su dimensión teórica y práctica la apuesta democrática realizada en los años 70 y nos dejó al albur del populismo de izquierdas. Se desterró la idea de complejidad, de ahí a rechazarla había un solo paso, que ahora hemos dado.

El movimiento ideal del populismo

Los partidos populistas son la consecuencia de la crisis y de la demanda de cambio que los hicieron creíbles. Entre sus líneas básicas estarían en primer lugar el antagonismo frente a la casta, como alternativa al reconocimiento mutuo y la transacción política y el mito de la participación directa y las primarias como parte de un modelo de democracia directa opuesto a los órganos representativos y a su modelo de decisión mayoritario.

Sin embargo, las únicas alternativas realmente existentes son el autoritarismo, el totalitarismo o el fascismo y generar el caldo de cultivo antes descrito, lo único que abona es el terreno para esas tres manifestaciones del retroceso histórico.

Del modelo populista formaría parte también la voluntad de un funcionamiento como movimiento frente a los modelos de partido tradicionales, la de crear movimientos propios alternativos a los propios sindicatos, el modelo confederal de partido y de país, así como los enjambres emocionales en las redes sociales junto a las primarias digitales.

Las características pues del modelo político populista suponen la primacía del partido personalísimo y como producto de consumo, de la política como agitación y sobreactuación emocional más que como relación entre diferentes, y por tanto la sustitución del proyecto por el relato y de la deliberación por la agitación. Unos principios muy básicos, pero sin responsabilidad.

El antagonismo y la agitación son otra de sus características más genuinas. La guerra por otros medios. Lo bélico (conquistar el cielo, el frentismo, el miedo va a cambiar de bando, el retorno del líder después de la ausencia, juego de tronos…) es su combustible. El líder, y su corte son indispensables en su esquema de poder. La sociedad es impura y hay que purificar. Sin embargo, la democracia no es una guerra es por el contrario pacto y dialéctica.

El modelo propuesto por el populismo es antagónico a la realidad y a la vida social. No obstante, lo que importa es el mito, se vive en esa irrealidad y se alimenta.

La realidad es la de una dirección monolítica y personal del líder y la corte del príncipe como modelo. La de una organización jerárquica y centralizada, con la paradoja de un grupo parlamentario de funcionamiento confederal. Unas primarias como selección personalista y excluyente y unos círculos vacíos, sin afiliación ni militancia, con el sucedáneo de la agitación digital al servicio de los argumentos de parte en el gobierno.

Pero sobre todo el pragmatismo en las alianzas, subordinado a la prioridad de la participación en el gobierno

Se confunde gobierno y poder. De ahí la queja: “no tengo el poder, aunque estoy en el gobierno…luego no lo tengo porque algún otro lo detenta”. No se reflexiona sobre la nueva realidad del poder en una sociedad compleja, simplemente: “Yo tendría que tener el poder”. El gobierno no se entiende como dirección política de la complejidad sino como medio de ejercer una forma ya arcaica de poder que se ansía. Un poder de sociedades jerarquizadas que ya no volverán. Así, no es que yo pueda fallar en la gestión ya que la filosofía populista excluye el propio fallo pues la pureza nunca se equivoca, la razón es que no tengo la fuerza suficiente para tener todo el poder. (Esto también parte del tipo de líder que muchas veces genera el populismo un personaje que infantiliza a la sociedad).

Todo pivota en torno al poder y la fuerza. Se pretende ignorar que ese mundo ya periclitó y que ahora se necesita inteligencia y gestión de lo plural. Por eso el parlamento es algo molesto que frena el poder y la fuerza, por otra parte, concebidos míticamente. En definitiva, la inexistencia de proyecto en favor de un mero relato.

La izquierda sin complejos de lo complejo

La sociedad es cada vez más plural y para evitar la atomización es preciso situar la idea de pacto como elemento clave de la acción política. Es imprescindible una izquierda con una cultura de pacto y cívica que eduque a la sociedad, a la base social y a la militancia. Tenemos que transformar la sociedad, pero eso lleva tiempo y mucha frustración. Si somos conscientes de ello nuestra fuerza se multiplicará y no caeremos en el mito de Sísifo de cuestionar siempre nuestra utilidad en los gobiernos y cómo debemos comportarnos en ellos. Sísifo acusado de reformista siempre volviendo a empezar.

Es imprescindible también un proyecto que haga suyo el retorno a la democracia representativa. El funcionamiento de la dirección colectiva y las primarias abiertas como complemento no como alternativa de democracia participativa. Porque el ciudadano democrático quiere participar de una manera distinta al mito participacionista. Hay que establecer nuevas formas de inclusión de gentes que tampoco quieren militar en sentido clásico. En este sentido una formación política para la apertura y la presencia en la sociedad y en las instituciones, con la prioridad de las alianzas políticas y sociales y el sindicalismo como cuestión clave.

Una izquierda que debe pensar, repensar. La conexión con los clásicos para desterrar los mitos y la simplificación. Eso supone el reconocimiento del acumulado de la experiencia para evitar retrocesos históricos. En ese sentido significa también retomar el pluralismo interno y el federalismo con la recuperación de la idea de España para la izquierda.

HEMOS DE ABANDONAR EL SIGLO XIX Y EL XX. HEMOS DE PENSAR DISTINTO.

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