Un arquitecto “argentino que vive en Connecticut, un tal César Pelli, que no sabe dónde está la calle Sierpes” ha llegado a Sevilla a levantar el rascacielos que hará sombra a la Giralda. Demasiada ofensa para el adalid de la Sevilla de siempre, el articulista Antonio Burgos, que describe así al autor de las torres del World Financial Center, en Nueva York, o de las Petronas de Kuala Lumpur.
Pero el argumento de Burgos y sus seguidores parece haber fracasado. Las obras de la futura sede social de Cajasol comenzarán este mismo mes y estarán finalizadas en tres años y medio. Serán 178 metros de altura, casi el doble de lo que mide la Giralda –97,5–.
“Los promotores ejercen la violencia de que tienen licencia de obras”, clama otro de los detractores del rascacielos, el arquitecto local Antonio Sáseta. Anclado en el marxismo de los sesenta, echa en cara a los defensores que “el capital y sus plusvalías” se esconden detrás de la torre de Pelli.
Sáseta expone también otro argumento recurrente cada vez que la arquitectura y el urbanismo amenazan con cambiar la faz clásica de la ciudad: “Últimamente, cuando paseo por Sevilla con mi hermano siempre me dice: mi Sevilla ya no es la misma, me la han robado”.
Eso sí que lo reconocen todos los arquitectos y urbanistas. La torre de Cajasol cambiará su destino para siempre. “Lo que se discute es el papel de Sevilla en el futuro”, afirma el urbanista francés George Zouain, miembro del Consejo Internacional del Patrimonio y Sitios. El Comité Español de esta ONG se ha mostrado contario al proyecto.
Sin embargo, Zouain, que llegó a Sevilla para estudiar el caso, concluye que “el impacto de la torre será positivo”. Su conclusión tiene que ver con su ubicación, extramuros del casco antiguo, al otro lado del río y en el extremo sur de Cartuja 93, en los terrenos de la Expo. Un espacio dedicado a la misma actividad terciaria que tendrá la torre de Cajasol, oficinas y comercio.
La clave es si el nuevo rascacielos puede o no coexistir con la Sevilla del casco antiguo sin perturbar sus modos de vida tradicionales. “Aquí, el problema es la distancia a la ciudad”, dice Joaquín Egea, presidente de la Asociación en Defensa del Patrimonio Histórico, que ha denunciado el proyecto.
La Ley de Patrimonio establece un perímetro mínimo de 50 metros en torno al bien a proteger. La torre de Cajasol se situará a 80 del borde del barrio de Triana, a 500 del borde del casco histórico y a 1.500 de la Giralda. La distancia, para los expertos, es suficiente para evitar que ambas torres colisionen, pese a que la ciudad es plana. De hecho, justo al otro extremo, los 162 metros de altura del pilón del puente del Alamillo superan con creces los 97,5 de la Giralda. Y no han supuesto ninguna amenaza contra la torre de la catedral.
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