La noche del 2 de septiembre de 1939, el Winnipeg, un viejo carguero francés de la I Guerra Mundial, atraca en el puerto de Valparaíso. Hacinados, desnutridos y casi desnudos 2.365 españoles vuelven a divisar tierra firme tras casi un mes de travesía transatlántica que les ha permitido dejar atrás la maloliente arena de los campos de refugiados de Francia. Frente a ellos se encuentra un nuevo mundo: la tierra del poeta Pablo Neruda, que había intervenido para sacar de la nada a estos exiliados de la guerra. Miles de personas aguardan en el puerto para dar un caluroso recibimiento a los represaliados. Una pancarta de los presentes convierte la desesperación de los exiliados en carcajadas: “Bienvenidos coños”.
'Que la crítica borre toda mi poesía, si le parece. Pero este poema, que hoy recuerdo, no podrá borrarlo nadie', recita Pablo Neruda en la partida del viejo Winnipeg, el barco que permitió que la pesadilla vivida por 2.365 exiliados se convirtiera en un pasaje hacía una nueva vida.
El barco era un viejo carguero francés de la I Guerrra Mundial
Entre las bodegas del viejo barco, listo para el desguace hasta que Neruda le encontró un mejor uso, se encontraban artistas, zapateros, jornaleros, diputados, etc. Gente de toda clase y condición con una única cosa en común: combatieron por la República y una vez terminada la guerra no tuvieron otro remedio que cruzar los Pirineos hasta llegar a Francia. Se calcula que 500.000 personas cruzaron la frontera en 1939, medio millón de españoles que tenían que buscar una nueva patria, porque la suya los fusilaría en caso de retornar.
En esos campos de exiliados se encontraba el artesano zapatero Isidro Martín Fernández. Alistado en las milicias republicanas, luchó en Brunete y en Madrid. Perdida la guerra cruzó a pie la cordillera que separa Francia de la tierra donde permanecían sus tres hijos. A inicios de agosto del 39, llegó la noticia a los campos de refugiados de que Neruda había fletado un barco, pero no había lugar para todos. Llegaron decenas de camiones para recoger a los afortunados. Tras innumerables horas esperando a que alguien leyera su nombre y le indicara su camión, los vehículos marcharon sin nombrar a Isidro. El futuro debía esperar.
Apenas unos minutos después, un camión regresó. Uno de los pasajeros había muerto nada más iniciar el trayecto hacia el puerto. La tragedia se vistió de oportunidad para Isidro que fue llamado para ocupar el lugar del fallecido. Isidro tenía 41 años, era viudo, y atrás dejaba una vida entera dedicada a los zapatos y a sus tres hijos que quedaban en Portillo (Toledo). “Mi padre marchó con la pena de que sus hijos pudieran acusarlo de abandonarlos. Desde que llegó no hizo otra cosa que trabajar para llevarse a sus hijos”, recuerda Matilde Martín, hija del nuevo matrimonio que Isidro mantendría en Chile, para Público.
Un mes menos un día duró la travesía por el Atlántico del Winnipeg. En el mismo barco que Isidro viajaba Eduardo Robles, malacitano que trabajaba como actor y cantante de flamenco. Este hombre recorrió España entera huyendo de las tropas franquistas hasta cruzar la frontera con Francia. Málaga, Madrid, Valencia y Barcelona, para, finalmente, atravesar la cordillera pirenaica hasta Francia. Una vez allí consiguió un billete para el Winnipeg. Atrás dejó a su madre y su hermana pequeña, sólo él tuvo acceso al barco. Manola Robles, hija de Eduardo, recuerda que su padre recordaba la solidaridad que se desplegó en aquel barco.
“Todos aguantaban como podían, a pesar del hambre, el frío y el miedo. Los que estaban en mejores condiciones trataban de entretener con cantos y juegos a los más pequeños. Él solía actuar como payaso para que los niños olvidaran las penurias. Como siempre decía, la travesía de aquel barco era como ir al fin del mundo por mar”, recuerda Manola.
Los exiliados españoles fueron recibidos como héroes en Chile
El 3 de septiembre, tras pasar la noche dentro del barco esperando el amanecer, la tripulació del Winnipeg volvió a pisar tierra. Ninguno de los presentes daba crédito a lo que veían sus ojos. Derrotados y humillados por los vencedores de la Guerra Civil, eran recibidos como héroes en el nuevo mundo. Nadie sabía donde iban ni donde estaban. Chile sonaba a una tierra muy lejana. Ahora tocaba reiniciar una nueva vida con la esperanza de que Franco no durara mucho tiempo en España.
Isidro tuvo que esperar once años para reunir a la familia. En febrero del año 50, Isidro reunió el dinero suficiente para pagar el pasaje a Justa y Carlos, sus dos hijos más pequeños. Su hijo mayor ya había formado su propia familia. Allá este hombre recuperó su trabajo como artesano zapatero trabajando para un convento de monjas. Tuvo cinco hijos más, entre los que se encuentra Matilde, rehizo su vida aunque no olvidó su anterior vida.
“Mi padre nos relataba sus experiencias en el período republicano. Nos hablaba de la solidaridad, la dignidad de la persona y el compañerismo. Y sus relatos los acompañaba de sus actos. A mi casa vinieron muchos republicanos del Winnipeg a pedir ayuda. Mi padre jamás se la negó. El día que murió no dejó nada a repartir porque todo lo había dado entre los republicanos españoles que no tuvieron tanta suerte como él”, apunta Matilde, de 62 años.
Los republicanos que se exiliaron en Chile firmaron un documento en el que se comprometían a no participar activamente en la política chilena. Matilde recuerda las reuniones entre los amigos españoles en las que hablaban del fascismo, el capitalismo y de cómo ayudar a Salvador Allende. De hecho, en una de las habitaciones de la casa de Isidro se instaló una secretaría de la campaña de Allende.
Isidro no vivió para ver a Salvador Allende llegar al poder en Chile. Murió de un tumor cerebral en el año 1961 con 64 años. No vivió como su familia sufrió una historia análoga a la suya y tuvo que huir de Chile perseguidos por la dictadura de Pinochet. De los cinco hijos de Isidro en Chile, tres fueron asesinados por la dictadura. Matilde estuvo presa durante meses y el hermano se escapó de la cárcel en la famosa fuga del 30 de enero de 1990. Ambos se exiliaron en España en un camino de ida y vuelta huyendo de las dictaduras militares y del fascismo. “Tengo a mis hijos allá, pero vivo en España. Chile me duele demasiado”, concluye Matilde.
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