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Los hijos, víctimas silenciosas

Los menores que crecen en la violencia machista sufren problemas de integración y agresividad.

YOLANDA GONZÁLEZ

Estar en permanente situación de alerta, hacerse pis en la cama, dificultades para aprender a leer y escribir, agresividad, problemas de integración. Estos episodios no son sólo sufridos por los hijos de mujeres maltratadas, pero están presentes en la mayor parte de ellos. Y son difíciles de borrar. Son las víctimas silenciosas. Las que escuchan las voces de papá al otro lado de la puerta. Los que tiemblan cuando oyen un portazo. Y a los que les cuesta deshacerse de estos miedos y encontrarse cara a cara con quien les obligó a ser mayor cuando acababan de descubrir el mundo.

“Es duro y no lo olvidan en toda su vida, pero un día como hoy, tenemos que centrarnos en que hay historias con final feliz, madres valientes que reescriben su vida y niños que tienen ganas de volver a ser niños”, explica Berta Núñez, una psicopedagoga de Badajoz acostumbrada a tratar los problemas que estos menores sufren en la escuela. “Da la misma satisfacción ver cómo van superando sus miedos y cómo cada vez van más enteros a los puntos de encuentro que cuando les oyes leer por primera vez”, explica.

Infancia rota

Más difíciles de tratar resultan los casos en los que el menor depende de las instituciones públicas o de otros familiares cuando la madre fallece. “En este caso, se les rompe la infancia y las perspectivas de futuro”, explican desde el Instituto de la Mujer. El papel de la escuela no sólo es clave a la hora de ayudar a estos menores a superar el problema. También lo es a la hora de formar en la igualdad, de evitar que se reproduzcan estos patrones agresivos. Enriqueta Chicano, presidenta de honor de la Federación de Mujeres Progresistas, alerta de que existen jóvenes que comienzan relaciones sentimentales a edad muy temprana, “que tienen una forma muy agresiva de relacionarse y que además la entienden como parte del comportamiento normal”.

Para las asociaciones de mujeres, los menores se convierten también en víctimas en el momento en el que su guarda y custodia se transforma en un objeto más de enfrentamiento entre los progenitores.

Ana María Pérez del Campo, presidenta de la Federación de Mujeres Separadas y Divorciadas es testigo del cambio que experimenta un niño cuando se le saca del entorno de la violencia, cuando se les escucha, cuando se les cree. “Los niños no son utensilios que se reparten”, sentencia.

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