El filósofo José Antonio Marina (Toledo, 1939) está convencido de que la calidad de la educación en España no depende del dinero que se invierte en ella, sino de cómo se gestiona. Aun así, denuncia que los recortes están dañando la calidad educativa y echa de menos en el ministro Wert 'un poco más de dramatismo' a la hora de anunciar los tijeretazos en su cartera. Presidente de la Universidad de Padres, Marina reivindica la participación de las familias en la enseñanza porque a un niño 'lo educa la tribu entera'. Recientemente, ha puesto en marcha el Centro de Estudios en Innovación y Dinámicas Educativas (CEIDE-Fundación SM).
¿Por qué es necesario un Centro de Estudios en Innovación y Dinámicas Educativas?
Para ponernos a trabajar en lugar de seguir quejándonos. El centro parte de la idea de que los problemas en educación tienen soluciones no demasiado complicadas y además, rápidas. De manera que podemos mejorar nuestro sistema educativo sin grandes inversiones y en un plazo de tres a cinco años. Esta mejora deben hacerla los docentes porque la renovación de la escuela tiene que venir desde dentro. Por eso, hemos intentado poner en contacto a los mejores profesores de España con los mejores profesores del mundo porque son ellos los que saben cómo hacer las cosas. Vamos a fomentar la formación de nuestros docentes teniéndoles informados de los mejor que se hace en el mundo y proponiendo planes de investigación y de ayuda para que los buenos sean los que triunfen, que es lo que nos interesa a todos. También nos dirigimos a los que se van a dedicar a la docencia y que todavía están estudiando. Queremos atraer talento a la educación porque la educación es lo que nos puede sacar adelante.
¿Cuáles son estos problemas de fácil y rápida solución?
Los problemas que tenemos son, por un lado, una tasa muy alta de abandono y fracaso escolar. Y por otro, que nos hemos instalado desde hace muchos años en un nivel mediocre en educación. No somos catastróficos, pero estamos anclados en unos puestos de medianía que no son buenos en una sociedad competitiva como la actual. No es un problema económico, aunque los recortes afectan y mucho, sino de gestión educativa. Y podemos ayudar a mejorar esa gestión educativa formando bien a los profesores y a los directores de los centros, restableciendo las relaciones entre la escuela y la familia, que en este momento, están rotas; y explicando bien a la sociedad que la educación es cosa de todos. Para educar a un niño hace falta la tribu entera. Tenemos que librarnos de este discurso trágico de la educación, centrado en la impotencia, el desánimo y la dificultad. Tenemos que demostrar a la sociedad de que no estamos muertos.
Según el borrador de la reforma educativa, las decisiones del Consejo Escolar dejarán de ser vinculantes. No parece que vayamos hacia la reestructuración de las relaciones ente familia y escuela.
El problema es que no tenemos una cultura de participación en la escuela y los consejos escolares no han funcionado con la eficacia deseable. Se debe conseguir una mayor participación de los padres porque fortalecen la escuela. Los padres tienen que colaborar con los equipos directivos porque éstos han sido demasiado débiles en le sistema educativo español público. Mejorar el equipo directivo de una escuela es el modo más rápido de mejorarla. Porque con la misma ley y con el mismo presupuesto, una escuela bien llevada es una escuela que puede tener unos resultados fantásticos.
¿Cómo tiene que ser la escuela actual?
Lo primero es que la misma escuela sea capaz de aprender. No podemos despertar en los alumnos el afán de aprender si los profesores no estamos dispuestos a aprender. Tiene que ser más flexible y ágil porque tenemos que acercarnos mucho a los alumnos, a sus distintas velocidades de aprendizaje y a sus diferencias por su procedencia y cultura. Tenemos que saber qué competencias van a necesitar nuestros niños. Unas son cognitivas, otras son afectivas y otra es la capacidad de tomar decisiones, de mantener el esfuerzo para luego estar en condiciones de vivir, ser felices y ser buenas personas.
¿Estos objetivos son compatibles con medidas, como las reválidas, que implantará el Ministerio de Educación?
Los sistemas educativos tienen que tener sistemas de evaluación a todos los niveles: a los alumnos, a los profesores y a los equipos directivos. El problema está en cómo hacer esa evaluación porque si no la hacemos bien, el curso en que hay evaluación puede convertirse en un curso con muy poco interés educativo ya que estará dirigido a que los alumnos obtengan buenos resultados en las pruebas. Hay que formar a los profesores y a los inspectores para que no conviertan la reválida en el objetivo educativo principal de ese año. Nosotros no preparamos a alumnos para que hagan bien una prueba sino para que desarrollen su potencial educativo. Y las evaluaciones tienen que formar parte del proyecto educativo, tienen que ejercerse siempre con un papel educativo, no con un papel de control.
¿Afecta a la calidad educativa el aumento de un 20% en el número de alumnos por clase?
Sin duda alguna. Es de una ingenuidad insoportable y muy poco serio pensar que no influye para nada tener un 20% más de alumnos en cada clase. Porque hay que atender a la diversidad, porque hay que estar pendiente de los ejercicios que hacen los alumnos, porque hay que corregirlos. En la enseñanza secundaria, por ejemplo, los estudiantes tienen problemas personales en los que sólo les podemos ayudar nosotros porque muchas veces no los comparten con la familia. Tenemos que tener tiempo para eso.
¿Qué opina de los recortes de Wert?
Si el ministro hubiera dicho 'lo siento muchísimo, es un desastre pero hay que recortar en educación porque no tengo más remedio', lo hubiéramos comprendido. Lo que resulta incomprensible es esta visión de 'los recortes no se van a notar y todo va ir mucho mejor'. Da la impresión de que Wert vive en un país irreal, no sabe exactamente lo que sucede. Me gustaría haber visto más dramatismo en lo que dice el ministro.
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