La última encuesta del CIS sobre Andalucía ha causado desazón en la derecha. Mayoría absoluta pero por los pelos. Mayoría absoluta pero no tan absoluta. Un mínimo movimiento en la adormecida masa de votantes de la izquierda y se puede ir todo al traste. Adiós todas las bellas promesas, adiós gobierno austero, adiós eficacia, adiós transparencia, adiós confianza, adiós empleo, adiós riqueza, adiós felicidad... A ver si después de meses y meses ganando en las encuestas y ejerciendo Arenas de presidente en ‘in pectore' va a resultar que se queda, como el pobre Moisés, a las puertas de la Tierra Prometida. Ya le ocurrió en el 96 y puede volver a ocurrirle. Te sacrificas por tu pueblo hasta límites tan heroicos como renunciar al sueldo que te paga el partido para que tus adversarios no sigan con la matraca de que eres el político mejor pagado de Andalucía y luego el maldito pueblo es capaz de pegarte la patada y quedarse tan ancho. La verdad es que en los pobres nunca se puede confiar del todo y los andaluces quizá son todavía demasiado pobres para saber lo que de verdad les conviene, que es votar a la derecha para que los saque de pobres.
Se adivina en el horizonte electoral andaluz una campaña de proporciones épicas. Y si no se adivina, debería adivinarse. La izquierda que tantos dan por desahuciada tiene que apelar de nuevo a la épica. De nuevo a su genuina vocación, tantas veces traicionada, de excelencia ética. De nuevo a los estandartes de antaño. De nuevo a las nobles banderas de nuestros padres. La izquierda ha de apelar de nuevo a la idea de que Andalucía tiene que frenar a la derecha porque si ella no lo hace ya no quedará nadie que pueda hacerlo durante largos años. Andalucía es el último dique. Si el 25 de marzo no se contiene la marea, habrá inundación derechista absoluta por muchos años. La izquierda ha de apelar de nuevo a la idea de que la derecha necesita ser frenada porque cuando actúa sin freno se convierte en un peligro. El grito de guerra no es ¡que viene la derecha!; el grito de guerra es que la derecha ya ha venido y no es conveniente que venga tanto. Que venga, sí, pero que venga menos.
Ciertamente, todos los partidos necesitan contrapesos que los desanimen de cometer los excesos a los cuales tiene tanta inclinación todo aquel cuya profesión es el poder, pero la derecha los necesita especialmente porque la derecha no suele, al contrario que la izquierda, tener ni siquiera el contrapeso de su propia conciencia. Es una de las deficiencias, o de las ventajas, quién sabe, de su ADN. No es que los hombres y las mujeres que militan en la derecha sean gente sin conciencia ni corazón. En absoluto: los tienen como todo el mundo. Cuando, en tanto que ciudadanos particulares, actúan desde su conciencia y desde su corazón son como todo el mundo, ni más duros ni más blandos, ni más severos ni más indulgentes, ni ángeles ni demonios.
Pascal ya nos alertó de ello: 'La experiencia nos muestra una diferencia enorme entre la devoción y la bondad'. Cuando gobierna, la derecha cree que hay que dejar de lado la bondad y que basta con la devoción: lo importante es rezar y que la gente los vea rezar, no hacer buenas obras y que la gente los vea haciéndolas. Las buenas obras han de quedarse para la esfera privada, no para la pública. Hacer buenas obras en la esfera privada se llama caridad, y eso a la derecha siempre le ha parecido bien, pero hacerlas en la esfera pública se llama solidaridad y eso ya no le ha parecido nunca tan bien.
Por eso, cuando actúan desde su ideología, cuando gobiernan con sus ideas y no con su corazón, y es con las propias ideas como se gobierna, entonces la gente de la derecha no cuenta con el contrapeso moral de la propia conciencia susurrándole al oído que ciertas cosas no deben hacerse, y no cuenta con ese contrapeso precisamente porque la fe conservadora cree que cada cual tiene lo que se merece; que si no triunfas es porque eres un blando o un inútil o un vago; que si eres pobre como lo han sido tus padres, tus abuelos, tus bisabuelos, o incluso como lo son la inmensa mayoría de tus vecinos o tus compatriotas, por algo será; que si cobras el paro demasiado tiempo es porque no quieres buscar trabajo; que si eres un empresario tienes que tener las manos libres para despedir porque cuando los trabajadores no tienen el miedo en el cuerpo no se toman interés por el trabajo y te engañan siempre que pueden; que cuando dejas a la gente a la intemperie, no le queda más remedio que aguzar el ingenio y buscarse la vida, y desde luego que se la busca, vaya si se la busca, y los que se quedan en el camino, mala suerte, que hubieran sido menos blandos, menos inútiles o menos vagos.
El clásico decía con gran sagacidad que los excesos de la monarquía se curan con la república y los excesos de la república se curan con la monarquía. Lo mismo vale aplicado a la izquierda y la derecha, que a fin de cuentas encarnan dos actitudes de moral pública tan antiguas como la misma vida en sociedad. ¿Necesita Andalucía ser gobernada por la derecha para que esta la cure de los excesos cometidos por la izquierda durante treinta años? Hay una mayoría social de votantes que así lo cree. Muchos de ellos lo creen no porque sean propiamente de derechas ellos mismos, sino porque opinan que escandaleras como la de los ERE fraudulentos no pueden quedar impunes como, por otra parte, sí han quedado impunes escandaleras como ‘el caso Gürtel' en Valencia; y porque opinan en definitiva que Andalucía le vendría bien un poco de la medicina que promete la derecha: menos gasto, menos paños calientes, menos indulgencia, menos PER, menos funcionarios, menos trabas, menos parados, menos vagos, menos socialistas...
En realidad nada de todo eso es lo que la derecha ha practicado en Madrid, Murcia o Valencia, donde lleva gobernando un par de décadas: en ninguno de esos lugares se gasta menos dinero público, sino que se gasta en una determinada dirección; sigue gastándose mucho dinero en sanidad y en educación pero se gasta desviándolo cada vez más a manos privadas para que sean ellas las que presten tales servicios, en la certeza de que la sanidad y la educación son perfectamente equiparables a la recogida de basuras o a la incineración de cadáveres. Los ejemplos de Gran Bretaña o Estados Unidos deberían servirnos de escarmiento, pero a la derecha española no solo no le sirven de escarmiento, sino que le sirven de ejemplo: ¡pues claro que hay que poner límites al disfrute de la medicina y la educación públicas!, ¡pues claro que hay que racionalizar ese gasto poniéndolo en manos de gestores privados que a su vez tengan las manos libres para contratar y despedir a los trabajadores!
Rajoy siempre dice que no podemos gastar lo que no tenemos, y es verdad, pero lo que nunca dice es que seguramente nuestro problema principal no es ese sino más bien el contrario: no es que gastemos lo que no tenemos, que también, sobre todo desde que estalló la crisis, sino que no gastamos lo que sí tenemos, que no disponemos de las ingentes cantidades de impuestos que deberían llegar y no llegan al Tesoro Público porque la red de conducciones fiscales del Estado tienen tantas grietas y fisuras que por ellas escapa un escandaloso volumen de dinero que no tributa. A la derecha no le preocupa especialmente el fraude fiscal porque entiende que ese dinero que escapa al fisco está en buenas manos, que las mejores manos donde puede estar es en las manos privadas y no en las públicas, donde solo sirve para despilfarrarlo en gastos como la construcción y equipamiento de hospitales de última generación donde pueda operarse gratis cualquier muerto de hambre que pase por allí.
A la izquierda sí le preocupa el fraude fiscal, pero las más de las veces parece como si no le preocupara. Tiene demasiado miedo de que si lo persigue con excesiva saña el dinero se vuelva contra ella o vuele a otros lugares donde seguro que sí recibirá un trato más laxo e indulgente. Le pasa a la izquierda con el mundo del dinero lo mismo que con la Iglesia Católica: que conoce muy bien sus excesos, sus privilegios, su ventajismo, sus connivencias, pero no se atreve a combatirlos enérgicamente por temor a que el remedio sea peor que la enfermedad y el fuego purificador del laicismo acabe incendiándolo todo, como ocurrió durante la única vez que realmente se intentó, que fue en la Segunda República.
En otras elecciones andaluzas el Partido Socialista ganó porque merecía ganar. En esta ocasión no está nada claro que lo merezca, pero es preferible que siga gobernando, si bien la bajo la severa mirada de Izquierda Unida y cumplimentando los deberes que esta tenga a bien ponerle. Es preferible que siga haciéndolo porque la derecha no merece acaparar, ni nosotros tampoco nos merecemos que acapare, todo el maldito poder en España. Porque si lo acaparan comenzarán a ponerse chulos y, como tantas veces, todos pagaremos su chulería. Quizá el dilema no sea tanto que Andalucía necesita que la siga gobernando la izquierda como que España necesita que la derecha no gobierne en todas partes, y el único espacio política y territorialmente significativo que aún se le resiste es Andalucía.
El PSOE necesita conservar el poder en Andalucía para que esta sea su campamento base y también su capilla y su refugio: el lugar donde cumplir penitencia, hacer propósito de enmienda, tomar aliento, recuperar fuerzas, restañar heridas, reponer ánimos, planear ofensivas e iniciar, en fin, la difícil y comprometida ascensión hacia el norte para reconquistar ese país que perdió por la crisis económica internacional, sí, pero también por su mala cabeza, como aquel rey Rodrigo del romancero cuyo triste lamento bien podría ponerse en boca de ese otro Rodríguez también llamado Zapatero: 'Ayer era rey de España, / hoy no lo soy de una villa; / ayer, villas y castillos, / hoy ninguno poseía. / Ayer tenía criados, / hoy ninguno me servía'.
Izquierda Unida necesita que el PSOE conserve el poder en Andalucía para que esta sea el laboratorio donde IU pueda ensayar de una vez por todas algunas de sus propias políticas, aunque quien las ejecute sea el PSOE por mandato interpuesto de la federación de izquierdas. Si el Papa es el vicario de Cristo en la Tierra, el PSOE sería el vicario de IU en Andalucía. ¿Que se trata de una posición subalterna? Puede, pero es que cuando se ha pecado mucho la penitencia nunca puede ser liviana.
Y España necesita que el PSOE conserve el poder en Andalucía para que esta sea para el PP su incómoda pero justa, buena y necesaria mosca cojonera, que el diccionario de uso del español de Manuel Seco define como 'la mosca que se sitúa en los genitales de las caballerías causándoles gran desazón' y cuya entrada es ejemplificada con este rudo fragmento de la novela de Andrés Berlanga ‘La gaznápira': 'Le echó unas cuantas moscas cojoneras a su burra y la pobre brincaba y coceaba como una posesa'. No queda otra: o Andalucía hace de patriótica mosca cojonera de la derecha o la derecha hará de implacable mosca cojonera de toda España.
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