Todas las circunstancias que ayer rodearon al debate electoral parecían concebidas para boicotearlo. Para empezar, se emitió a las 23.30 horas de una noche de viernes, claramente fuera del prime time televisivo. Si quedaba algún espectador interesado en verlo, es probable que le costara averiguar la hora de emisión, porque no se hizo pública hasta el jueves y por tanto no pudo publicitarse. Y, sobre todo, las normas del debate estaban diseñadas para aburrir al elector hasta la saciedad: los candidatos tuvieron turnos fijos de tres minutos, en los que sólo podían hablar de los temas previamente señalados por el moderador; la cámara enfocaba sólo al que hablaba y en ningún caso a otro de los presentes en la sala, aunque estuviera siendo aludido. Para colmo de asombro, no se podían hacer réplicas.
El responsable de estas normas es, como repitió varias veces el presentador, el Consejo de Administración de la televisión pública. Este órgano está dominado por la mayoría absoluta del PP. Esta circunstancia dio pie a los tres candidatos de la oposición que participaron en el debate -Jorge Alarte (PSOE), Marga Sanz (IU) y Enric Morera (Compromís)- a repetir durante los días previos al encuentro una queja común: que los conservadores trataban de esconder el debate para que Camps no se expusiera a las críticas directas por su gestión o por su implicación en casos de corrupción.
Si este era verdaderamente el objetivo del PP, puede decirse que quedó conseguido. El formato del encuentro ayudó al presidente valenciano a ignorar todas las alusiones de sus rivales políticos sobre el caso Gürtel, por el que permanece imputado. 'Señor Camps, usted dentro de unas semanas puede estar sentado en el banquillo junto a los cabecillas de la trama. Y esto debilita nuestras instituciones', le espetó Marga Sanz. 'Usted habría de irse a casa', continuó Morera. Alarte, por su parte, lo acusó de descuidar su gestión por estar 'centrado en su agenda judicial' y de haber 'mentido cuando nos dijo que no conocía al Bigotes'. Cuando el turno volvía a estar en manos de Camps, este no hacía ningún comentario al respecto.
Las estrictas reglas propician un encuentro mortecino sin réplicas También Jorge Alarte, aunque en menor medida, aprovechó esta imposibilidad de réplica para no contestar a las acusaciones que los partidos minoritarios lanzaron a su partido. Sanz acusó al PSOE de llevar adelante una 'política contra los trabajadores'. Los dos líderes también afearon a Alarte la obsesión por el AVE mientras se descuida el transporte público urbano y de cercanías. El líder socialista no les contestó directamente: ignoró las críticas y presumió del logro de la alta velocidad.
La sucesión de monólogos tuvo, al menos, la virtud de que cada candidato desgranara sus prioridades. En cuanto a la identidad valenciana, Camps se centró en la 'prosperidad' como virtud de los valencianos, y aprovechó para llevar el debate al plano nacional y prometer que 'cuando Rajoy sea presidente la Comunidad Valenciana comenzará a salir de la crisis'.
Jorge Alarte rompió definitivamente con la tradición catalanista de su partido y se mostró orgulloso de 'la senyera, el valenciano y nuestros tres territorios, Valencia, Alicante y Castellón'. Marga Sanz sí reivindicó los lazos culturales y lingüísticos del País Valencià, Catalunya y Baleares. Por su parte, Morera fue a lo práctico: reprochó a Camps que haya perdido el control sobre las cajas de ahorro valencianas y prometió invertir en la industria cultural valenciana y no a 'traerlo todo de fuera' como, según afirmó, es costumbre del presidente.
La oposición critica la semiprivatización de la sanidad y la educación
Los servicios públicos fueron otro de los grandes temas. Francisco Camps presumió de su gestión: 'Hemos inaugurado un centro de salud al mes y un hospital al año'. Alarte, por su parte, le recordó que miles de niños estudian en barracones: 'El señor Camps no ve la realidad, y quien no ve la realidad o no quiere verla no puede resolver la situación'. Morera, Sanz y Alarte coincidieron en denunciar la semiprivatización de la sanidad que está llevando adelante el Consell.
Cada candidato hizo uso de su estrategia: Camps habló de política nacional, Alarte se mostró como una alternativa solvente. Marga Sanz, por su parte, llamó al voto útil: se esforzó en destacar que su formación es la que 'lidera' la izquierda minoritaria'. Morera trató de espantar ese fantasma y presumió de una 'presencia sólida' en todo el País Valencià.
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