Cuando le preguntaban de dónde era, él respondía que de Salvochea, una aldea a tres kilómetros de Riotinto, en Huelva. 'Cada vez que lo decía, me pegaban una paliza. Había que llamarla El Campillo, como a ellos les gustaba', recuerda ahora Ricardo Limia a sus 94 años. Esos 'ellos' a los que hace referencia son los fascistas de todo pelaje que le arruinaron media vida. Y no sólo por no permitir llamar a su pueblo con el apellido del mítico revolucionario y anarquista Fermín Salvochea que le dio nombre durante los años previos al estallido de la guerra. La toponimia aquí es lo de menos. Ricardo Limia fue un esclavo del franquismo.
Acabada la guerra, el régimen naciente aprovechó la mano de obra esclava para la construcción de una ambiciosa infraestructura destinada a poner en riego más de 50.000 hectáreas en Sevilla y Cádiz. El resultado es lo que aún hoy es el Canal del Bajo Guadalquivir, conocido como el Canal de los Presos. Salidos de campos de concentración como el de Los Merinales, allí trabajaron miles de personas en condiciones extremas de 1940 a 1962, en uno de los mayores empeños represores franquistas. 'Cuando la CGT hizo la primera investigación sobre el canal, encontramos a unos 30 supervivientes. Que nos conste, Ricardo es el último que queda vivo, al menos en Sevilla. He dado charlas por todo el país y no he encontrado a más. Desde luego ninguno ha contactado con nosotros', afirma el activista de la CGT Cecilio Godillo,defensor de la dignificación del campo de Los Merinales.
La faraónica obra requirió mano de obra forzosa durante 22 años
Ricardo recibe a Público en Dos Hermanas (Sevilla), donde vive junto a su hijo, José Luis, en una casa próxima a Los Merinales. 'Tras estallar la guerra, me escondí un año por la sierra de Huelva, junto a otros milicianos. De allí salió un destacamento de mineros de Huelva a la Pañoleta para luchar en el frente. Fue un engaño. Los mataron a todos. Yo me salvé porque iba detrás en una moto', cuenta Ricardo, que a veces vacila y otras se emociona durante el relato. 'Todas las noches dormía escondido detrás de un árbol con un ojo abierto. La gente era mucho más mala que ahora', repasa. Tras ser reclutado a la fuerza y descubierto su plan para pasar a la zona republicana, fue condenado a cadena perpetua en 1937, pena conmutada luego por trabajos forzados. A sus 21 años y habiendo sido secretario general de las Juventudes Socialistas Unificadas de
Riotinto, era carne de canal.
'Los presos morían de hambre, enfermedades, palizas... No lo podéis imaginar. Como te desviaras una mijita, te castigaban. Más tarde o más temprano, caían sobre ti', recuerda Ricardo. Él era encargado de llevar la contabilidad de la construcción y controlar los carburantes. 'Me salvó todo lo que aprendí en Salvochea. Como era una colonia minera controlada por los ingleses, sabía leer y escribir, porque ellos obligaban a aprender a todos los niños', recuerda sabiéndose casi un afortunado. 'No tuve que cargar piedras. Si no, no hubiera llegado a los 94 años', reflexiona. 'Pero en el campo era uno más. Dormíamos todos en los barracones, en el suelo. Me podían mirar mejor o peor según el día, pero era un preso. Era un esclavo, como todos', recalca.
'Los presos en Los Merinales morían de hambre y de palizas'
Ricardi asegura que durante su estancia en el campo se libró por los pelos de una condena a muerte por ayudar a unos presos a escapar. Esquivó el paredón gracias, asegura, a la intercesión de uno de sus jefes, Tomás Valiente. Durante años, cuenta su hijo, se despertó llorando de miedo y de confusión tras unas pesadillas que le recordaban cómo, tras aquel episodio, los guardias lo sacaban por la noche para fusilarlo y luego lo devolvían entre risas al barracón.
Ricardo, que ha sido homenajeado por la Asociación Memoria Histórica y Justicia, tiene ahora ante sí, enmarcada, la declaración del Ministerio de Justicia que declara que fue perseguido por razones políticas. 'Cuando la recibí, me emocioné. Pero es tarde. Muchos inocentes que ya no están han tenido que vivir toda la vida siendo tachados de delincuentes', dice.
El único buen recuerdo del campo para Ricardo es que allí conoció a Margarita, que iba a llevar ropa a su hermano. Se casaron tras abandonarlo en 1942 y regresar a Riotinto, donde sacó plaza de jefe de estación. 'Me declaré culpable de los robos en los vagones. La gente lo hacía por hambre', recuerda. Lo echaron y se marchó a Sevilla. 'Debía presentarme cada día en el cuartel. Un día llegué tarde. Me dieron una paliza', cuenta. Estuvo vigilado hasta 1963. Luego montó una panadería. Y llegó a ser uno de los líderes de este gremio en Dos Hermanas.
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