La dueña del burdel me vendía en los anuncios de los periódicos como 'Mulata brasileña, 120 de pecho. Francés hasta el final'. Otras veces cambiaba y decía que hacía un 'griego profundo'. Gastaba mucho en anuncios, en los principales periódicos de pago de tirada nacional (Público no los admite). Solía poner uno cada diez días, pero a veces, cuando no le funcionaban y no atraían a muchos clientes, llamaba a los diarios a los cinco días y los cambiaba. Algunos sonaban divertidos, como el de 'Yuli y sus amigas. Muy guarras'.
Una vez vino un chico a hacernos fotos para los anuncios, decía que los clientes querían saber cómo teníamos las tetas, 'la gente quiere verlas'. Yo no quería que me identificaran y me tapaba la cara, pero luego supe que se me reconocía. No servía de nada lo que yo dijera. Entonces ni siquiera era consciente de mi situación. Sólo que quería escapar viva de aquella prisión.
Todo empezó un día que fui a la Seguridad Social. Estaba a punto de perder los papeles que había conseguido por quedarme en paro. Esa mañana, se acercó a mí una mujer muy bien vestida y me ofreció trabajo cuidando de una persona mayor que vivía en un barrio de la periferia de Madrid. Desde que llegué de Brasil había estado trabajando como interna en dos casas y en una peluquería latina. Nunca me pagaron más de 700 euros.
Aunque me había quedado sin trabajo, mi vida estaba más o menos estabilizada. Después de dormir una temporada en un piso compartido, en una especie de pasillo, con la ropa en una maleta debajo de la cama, la cosa iba mejor. Vivía con un chico y, aunque echaba mucho de menos a mis hijos pequeños y soñaba con ahorrar y traerlos conmigo, estaba bastante bien. Hasta que llegué a esa casa y ya no volví a salir en dos años.
'Cuando no venían muchos clientes, llamaba a los diarios y cambiaba los anuncios'
Nada más entrar en aquel lugar, me di cuenta de que no era normal. Había muchas chicas medio desnudas. En el fondo, podría haber sospechado de la venezolana que me ofreció el trabajo, pero era muy ingenua. Cuando llegué a España, a veces veía chicas ejerciendo la prostitución en la calle y pensaba 'qué vagas son, no quieren trabajar'. Es como cuando ves los anuncios y no piensas en lo que a veces hay detrás.
La colombiana que era la dueña del burdel me ofreció trabajar allí. Decía que ganaría mucho dinero, porque a los clientes les gustaban mucho las mulatas como yo. En esa época tenía 12 mujeres en la casa, pero ninguna era negra. Yo me puse muy nerviosa, histérica, y le dije que me quería ir. Me dieron un vaso de agua para calmarme y yo no sé qué le echaron, sólo sé que me pasé dos días drogada.
Cuando recobré el conocimiento, me dijeron que lo habían intentado por las buenas y que ahora sería por las malas. Habían visto en mi bolso la foto de mis niños y tenían ya todos mis datos. Me amenazaron con que podría pasarles algo malo. Eso fue lo peor durante el tiempo en que me oblibaron a prostituirme, las veces en que decían que algún día mi hija también trabajaría allí y les haría ganar mucho dinero.
La casa tenía tres plantas y estaba en una calle estrechita. La habitación olía fatal: a semen, incienso y velas del brujo que venía a hacernos santería y a asustarnos... La colombiana que nos explotaba creía mucho en eso y podía gastarse en ritos hasta 1.000 euros, que, por supuesto, pagábamos nosotras. A veces nos obligaba a mantener relaciones con aquel tipejo, pero yo siempre me negaba, porque me daba muchísimo asco.
'Ves los anuncios y no piensas en lo que hay detrás. Los clientes no quieren saber nada'
De hecho, siempre llevé muy mal el tema de la higiene. Me duchaba e cuanto se iban los clientes y a veces me bebía literalmente el enjuague bucal porque no soportaba el sabor que tenían.
También tenía que drogarme todo el tiempo para aguantar. No sólo las palizas y los malos tratos, también las multas inventadas para no darnos el dinero que ganábamos. Es difícil imaginar qué se siente cuando te obligan a acostarte con 30 clientes al día, como me pasaba a mí muchas veces. Hubo un tiempo en que llegué a meterme 11 gramos de cocaína al día. Nunca antes había probado la droga ni lo he vuelto a hacer después de salir de allí.
Un día tuve una sobredosis. Estaba con un cliente que había pagado para estar en el burdel tres días drogándonos todo el tiempo y de repente sentí que me moría. Me quedé sentada sin moverme, abrazándome a mí misma. Sólo pensaba en que iba a morirme y que me iban a tirar al cubo de la basura. Eso era lo que decía siempre la dueña.
Pero en el fondo, como de verdad intentaba evadirme de aquello era pensando en el mar. Puede sonar inocente, pero era lo que me salvaba. Venían esos hombres y yo me concentraba en imaginar que estaba en una isla y no allí dentro.
'Aún recuerdo los gritos el día en que se supo que '20 Minutos' dejaría de publicar anuncios'
Es que, de repente me quedé sin vida. Todo quedaba muy lejos, mis hijos en Brasil, los estudios de Derecho de los cuales sólo pude hacer un curso, porque las monjas me quitaron la beca cuando les dije que no quería ser novicia... Pero eso no le importaba a nadie. En todo aquel tiempo, sólo un cliente se interesó una vez por mí, e incluso me dejó hacer una llamada con su móvil, pero la policía no me creyó y no volvimos a intentarlo. Además, tenía miedo. De estos sitios no sueles escaparte porque temes las represalias para ti y para tu familia. En el fondo, no hace falta que te vigilen para evitar que te vayas.
Por eso, era muy fuerte oír cómo los clientes se reían y nos decían 'es que las putas sois unas mujeres de vida alegre'. Pero no podíamos decir nada. Este mundo es el más hipócrita que existe. Dices cariño y papito a tipos que te dan asco. Y al final no sabes qué pensar de los hombres, yo no los entiendo. Un día le pregunté a un periodista de televisión que ha estado en muchas guerras si había oído hablar de la trata. Me dijo que sí. Le pregunté si le interesaba el tema, pero me dijo que no, que él iba a pasarlo bien y punto, que no pensaba en esas cosas. Su mujer ya no le ponía, pero estaba bien con ella gracias a esos desahogos.
Al principio lloraba mucho, incluso delante de los clientes. Cuando eso sucedía, iban y se quejaban a la dueña y ella les decía 'no te preocupes, no le hagas caso, es que está borracha'. Después me amenazaban y me decían que dejara de comportarme como una monja, que allí sólo querían putas.
'Cuando estaba prisionera llamé a mis hijos muy pocas veces. No me dejaban'
Los clientes van a comprar un cuerpo. Para ellos, ese cuerpo no tiene vida, no le preocupa si tienes sentimientos, si comes, si bebes, si respiras. A veces los miraba mientras sacaban el dinero de la cartera. Veía las fotos de sus parejas y pensaba '¡qué cabrones!' De vez en cuando, los llamaban sus mujeres y escuchaba cómo les decían que estaban haciendo horas extra en la oficina. A alguno incluso le daba morbo seguir haciendo el acto mientras hablaba con su parienta, como solían llamarlas. La dueña les ayudaba a tener coartada y cuando llamaba alguna esposa que sospechaba algo, fingía que era una veterinaria. Incluso decía a los hombres que se trajeran el papagayo o el perro, y lo dejaban abajo, en la recepción.
La mayoría quiere cosas básicas, aunque a medida que van probando, quieren experimentar cada vez más. Luego hay otro grupo que pide cosas raras que no entiendo. Por ejemplo, venía un abogado muy bien trajeado que se metía en una habitación de sadomasoquismo y quería unas cosas alucinantes. Se las teníamos que hacer y entonces aún lo pasábamos peor. La dueña nos obligaba, porque pagaba hasta 1.000 euros por algunas de esas sesiones.
'Durante un tiempo, al poco de denunciar, mi madre empezó a recibir llamadas'
Hay hombres que te tratan más o menos bien y otros que te maltratan. Necesitan sentir que son machos, que tienen fuerza, que son ellos los que mandan. A veces, me quejaba de que algo me hacía daño, pero decían 'no te quejes, eres una puta y te estoy pagando'.
Las cosas que pasan ahí dentro, cuando eres víctima de trata son durísimas. A mí lo peor que me pasó fue quedarme embarazada de un tipo asqueroso un día en que se rompió el condón. De repente, empecé a notar mareos, vómitos y somnolencia. Cuando me dormía, venía la dueña me pegaba y me gritaba 'venga, arriba, vienen a por ti'.
'Mi madre cuida de mis hijos en Brasil. Como no sabe nada cree que soy una mala madre'
Finalmente, me hicieron la prueba del embarazo y dio positivo. Entonces trajeron al brujo y me dieron unas pastillas y un té, algo asqueroso. Me encerraron en el cuarto oscuro que tenían en la planta baja de la casita y me hicieron abortar. Estuve a punto de desangrarme, con unos dolores increíbles. Creo que me salvé, precisamente porque volvió el tipo que me había dejado embarazada y pidió por mí. Le dijeron que estaba enferma y como insistía en verme, al final me hicieron ir con él. Pero me prohibieron que le dijera la verdad. Me debió de ver muy mal, porque me trajo ibuprofeno y antibióticos.
Después de todo aquello, cada día estaba más rebelde y al final no me importaba que me pegaran ni morirme y que me tiraran al cubo de la basura. Otras chicas también empezaron a protestar y al final la dueña y unos amigos suyos montaron una falsa redada con dos tipos que supuestamente eran policías de paisano. Gritó que saliéramos corriendo y así lo hicimos. Después supe la verdad.
Finalmente, la asociación Apramp contactó conmigo cuando estaba prostituyéndome en un piso. Había ido a parar allí después de la falsa redada porque no tenía papeles y no sabía a dónde ir ni de qué vivir. Desde octubre de 2009, trabajo en la unidad móvil de la asociación, ayudando a detectar otros casos de víctimas de trata. Mientras, estoy esperando que salga el juicio, porque acabé denunciando a los que me encerraron en la casa.
Desde entonces, no he vuelto a Brasil. Una de las razones por las que no quiero ir es porque allí corro más peligro que aquí, al menos hasta que se celebre el juicio. Hace poco mataron a una brasileña que había denunciado a la mafia que la explotó. Los proxenetas tienen contactos en el país de origen.
'Es difícil imaginar qué se siente cuando te obligan a acostarte con 30 clientes al día'
Durante un tiempo, al poco de denunciar, mi madre empezó a recibir llamadas raras y al final, por suerte, me hizo caso y cambió de número. Ella tiene la custodia de mis hijos, se la tuve que dar cuando me vine a España, para no tener problemas con el padre de los niños. Ella los está cuidando desde entonces, pero como no sabe nada de lo que ha pasado cree que soy una mala madre. Aún no me he podido sentar con ella y explicarle lo que me pasó en persona. No sé cómo lo haré. Ella cree que me he pasado dos años sabáticos, que he sido una irresponsable. Algún día iré a verla con todos los papeles de la denuncia, los del juzgado, todo. Buscaré a alguien que sepa español y que se los pueda traducir. Es que encima he quedado por la mala. A mis amigos no les he contado nada, me lo he quedado todo para mí solita.
Tampoco se lo he contado al chico con el que vivía. Un día me lo encontré en la calle y noté que no quería hablar y a mí me daba mucha vergüenza. Sé que cuando desaparecí de aquella manera estuvo buscándome y que preguntó por mí, pero luego se deshizo de mis cosas y ha rehecho su vida. En el fondo, prefiero que piense que soy mala persona a que se entere de la verdad.
'Allí corro peligro. Los proxenetas tienen contactos en el país de origen'
Ahora, desde que estoy en el programa de la Apramp apenas puedo mandar dinero a mi familia (su salario no llega a los 300 euros mensuales). Por eso piensan que soy una egoísta. Pero yo sólo quiero pasar página y traer a mis niños a Madrid cuando pueda. Soy de cumplir promesas, y un día me hicieron prometerles que los traería, aunque sólo fuera de paseo. Y aunque sólo sea de paseo, los traeré. Ya siento demasiada impotencia por no haber podido hablar con ellos. Cuando estaba prisionera los llamé muy pocas veces. No me dejaban. Sólo después de llorar mucho, de insistir y de pagar una multa gigante a la propietaria, me permitían hacer una llamada y siempre con personas delante. Una de ellas era otra brasileña que vigilaba cada palabra. Además, nunca podíamos charlar más de cinco minutos.
Después de tanta humillación y de varios meses de terapia, he empezado a rehacerme, a recuperar mi autoestima. Ahora disfruto yendo con la unidad móvil. Siento que puedo ayudar a otras chicas. He conseguido independizarme y ya no vivo en un piso de emergencia, como al principio de acogerme al programa de la asociación. Tengo una habitación en un piso compartido con una familia ecuatoriana, pero tengo hasta tele para entretenerme. Los fines de semana trabajo en una peluquería de dominicanas.
'He conseguido independizarme y ya no vivo en un piso de ayuda'
También tengo una rutina que me ayuda. Me levanto cada día a las 7 de la mañana. Eso fue lo que más me costó al principio, tener unos horarios. En la casa no los había. En cualquier momento podía llamar un cliente y tenías que arreglarte y atenderle. Ahora veo las noticias, porque me encanta enterarme de lo que pasa en el mundo. Y también miro el tiempo, para saber qué me pongo. Después voy a la asociación, cada día de un modo distinto. Cambio de ruta constantemente, para no tropezar con nadie. Nunca cojo dos días seguidos la misma línea de autobús o de metro. En ese sentido, aún no estoy tranquila.
Un día, mientras estaba en la estación de Renfe, me tropecé con la dueña del burdel. Ese día me puse fatal. Me miró con un odio. Imagino que sabe que yo una de las que puso la denuncia. A veces cuando pienso en que pronto tendremos el juicio me entran muchos nervios y no sé si resistiré. Es difícil describir cómo era esa mujer. Aún recuerdo los gritos el día en que se supo que 20 Minutos dejaría de publicar anuncios de prostitución. Pegó unos gritos. Decía 'no sabéis lo que significa eso. Es un diario que ve mucha gente. ¿Cómo van a encontrarnos los clientes si no hay anuncios?'.
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