La vieja proclama de Llibertat, amnistia i Estatut d’autonomia que se gritó el 1 de febrero de 1976 en Barcelona; la histórica reclamación del Estatut de meses después en Sant Boi; la multitudinaria marcha del 11 de septiembre del 77. A esas viejas imágenes, pilares del legado sentimental catalán, se unió ayer una nueva marea humana convocada bajo un lema distinto: Som una nació. Nosaltres decidim.
Una metáfora ilustra el clamor popular que acompañó al mensaje. Tras días de pugna para pactar un protocolo para la cabecera de la marcha que fuera admisible para todas las fuerzas políticas, este, finalmente, resultó invisible. El paseo de Gràcia quedó desbordado y a millares de manifestantes les resultó imposible situarse detrás de la senyera, de la proclama y de los presidentes de la Generalitat y del Parlament actuales y anteriores que tenían que encabezar la marcha. El tapón humano forzó que la manifestación arrancara con 45 minutos de retraso y que, en una hora, avanzara menos de cien metros. Tras una hora y media de estática reivindicación, se disolvió oficialmente la concentración.
La céntrica vía barcelonesa ofrecía un aspecto insólito: en pleno sábado, con los termómetros sobre los 30 grados y un sol inclemente, no eran los turistas los que se adueñaban de sus aceras, sino personas de todas las edades con senyeres (bandera de Catalunya) y estelades (enseña independentista). Los escaparates de boutiques y joyerías pasaban inadvertidos para un enjambre humano que tenía serias dificultades para saber dónde comenzaba la manifestación, puesto que el entramado de calles perpendiculares del Eixample parecían celebrar, colapsadas, su propia marcha.
Entre los convocantes había casi 1.700 entidades, sindicatos y los partidos políticos que representan al 87% del Parlament de Catalunya. Múltiples sensibilidades estaban representadas, pero fue el independentismo el que ganó por goleada la batalla de los símbolos y los lemas.
Varias generaciones gritaron más por la independencia que por el Estatut
La de ayer fue una de las mayores concentraciones de la historia de Catalunya. El número de manifestantes osciló entre el millón y medio que contó la organización y las 1.100.000 personas que vio la Guàrdia Urbana. En todo caso, fueron centenares de miles de manifestantes los que acudieron a la marcha acompañados de decenas de miles de estelades y gritos a favor de la independencia. La estrella del merchandising fue una mano gigante con dos palabras: Adéu, Espanya.
Entre la multitud había familias, ancianos y niños. A sus 85 años, Eduard Martí no podía contener las lágrimas cuando recordaba las marchas de la Transición. 'Fue apoteósico, muy emocionante', decía. Junto a él, Isabel, de 48 años, se refería al TC: 'Es injusto lo que nos han hecho'. Y Joan, de 58 años, culpaba a los partidos catalanes: 'A los de aquí les ha faltado ambición; los de allí ya sabemos cómo son'. Xavier, de 21 años, era claro. 'Quiero a Catalunya; por nuestra historia y tradiciones ya hace mucho que tendríamos que ser un país independiente'. Cerca de él, Enrique, con 65 años y gorra del PSC, decía sentirse español. 'Soy extremeño, pero de alguna forma quiero a Catalunya'.
Semejante variedad de opiniones parecía contradecir a la secretaria general de PP, María Dolores de Cospedal, que horas antes manifestó que la marcha no sería 'representativa' del sentir de los catalanes. La magnitud de la protesta fue tal que diversos líderes políticos se pusieron de acuerdo para hablar de que el 10-J supondrá un antes y un después. Artur Mas, presidente de CiU, expresaba esa idea: 'Catalunya ha hecho una gran apuesta por un Estado plurinacional, pero el TC quiere una Constitución cerrada'. Su conclusión fue que 'Catalunya debe escoger un camino distinto'.
El presidente de ERC, Joan Puigcercós, constató que 'el autonomismo se ha acabado'. Visiblemente satisfecho, aseguró que el soberanismo ha encontrado un nuevo nicho: 'Hay mucha gente que no es independentista pero que está viendo que no queda otro camino'. El secretario general de ICV, Joan Herrera, afirmaba, por su parte, que la jornada de ayer fue 'histórica y marcará un antes y un después' y pedía llevar la unión al Parlament.
Los manifestantes pudieron escuchar las palabras leídas desde el escenario en el sentido de que 'Catalunya, como toda nación, tiene el derecho inalienable de decidir libremente su futuro y aspirar si quiere a la plena soberanía'. La presidenta de Òmnium Cultural, Muriel Casals, lanzaba un aviso a los políticos: 'Que sepan que nos tendrán a su lado si dan el paso adelante que el país necesita'.
La marcha, que registró un único incidente cuando un exaltado se encaró con el president Montilla y tuvo que ser interceptado por el servicio de seguridad, vivió pequeñas réplicas en lugares como San Sebastián, Londres, Berlín, Bruselas, Buenos Aires, Nueva York o Los Ángeles. El catalanismo podrá recordar el 10 de julio de 2010 y juzgar si esa fecha sirvió para cerrar la impaciencia de Lluís Llach. 'Estoy hasta los cojones de que letras que escribí hace 30 años sean aún vigentes', dijo ayer. Su tema L’estaca fue, como en la Transición, la banda sonora de una marcha histórica.
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