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Una semana junto a Aminatou Haidar

Siete días de vértigo. La protesta silenciosa que inició en el vestíbulo del aeródromo ha dado paso, a medida que ella pierde fuerzas, a conflictos diplomáticos, un viaje frustrado o la intervención de u

SUSANA HIDALGO

Muchos seguramente no se la tomaron en serio, pensaban que era una loca que abandonaría la huelga de hambre, al día, a los dos días. Que todo quedaría en una pataleta', explica uno de los colaboradores más cercanos de Aminatou Haidar, la activista saharaui que ha desafiado con su huelga de hambre a los gobiernos marroquí y español.

Después de 22 días sin comer y de haber conseguido despertar la causa saharaui, la activista ha demostrado que su dignidad está por encima de todo. No quiere el pasaporte español, ni el estatus de refugiada. Tan sólo quiere lo que le corresponde por derecho: regresar a su casa de El Aaiún, junto a sus hijos.

El fenómeno Haidar no se entendería sin el apoyo incondicional de un grupo de 30 personas que no la abandona, día y noche. Una mujer le calienta con sus manos los pies, otra la asea, otros jóvenes mandan correos electrónicos a todos sus contactos con las novedades. Si uno permanece más de dos horas estos días en la cafetería del aeropuerto de Lanzarote y está trabajando en la causa o es periodista, recibirá un bocadillo gratis, o un yogur, o alguien le invitará de manera desinteresada a un café. Así funciona la solidaridad en torno a Aminatou.

La activista ha demostrado que su dignidad está por encima de todo

Al frente, el actor Guillermo Toledo, pero también el político local Carmelo Ramírez; Omar, uno de los más estrechos colaboradores de Haidar; El Mami Amar Salem, premio Liga Española pro Derechos Humanos; Carmen Giner, del Observatorio por los Recursos Naturales del Sáhara; Fernando Peraita; Man y Daniel, los cámaras de la televisión saharaui; Edi, la asistente que está con Haidar de manera permanente... Y así se ha formado una plataforma de personas anónimas que, pese a estar en Lanzarote, con una temperatura de 25 grados, no pisan la playa, ni el chiringuito. Permanecen día y noche en las instalaciones del aeropuerto. Comiendo bocadillos, se sientan entre los autobuses que aparcan en la terminal o se tiran al suelo del único metro cuadrado del vestíbulo del aeropuerto que tiene wi-fi.


El escritor le firma su último libro, la Audiencia Nacional investiga la denuncia y la plataforma trabaja desde el bar.

Día 16 de la huelga. Aminatou Haidar aparece a las 11.00 horas en el vestíbulo del aeropuerto con Edi, su asistente, que empuja su silla de ruedas y le sostiene el bolso. '¡Un aplauso para Aminatou!', pide alguien. La gente aplaude. Ella lleva la cabeza cubierta por un velo, la bata típica saharaui (malhfa), y calza unos zapatos negros. 'Es coqueta', dice una de sus asistentes. Haidar se tumba en una colchoneta. Dos horas después el escritor José Saramago la visita y le firma un ejemplar de Caín, su último libro.

'No me importa, es por una buena causa', dice una de las camareras

Mientras, en la cafetería, sus simpatizantes ocupan buena parte de las mesas. 'No me importa, es por una buena causa', dice una de las camareras. Man, el cámara de la televisión saharaui, edita las imágenes que ha grabado durante el día. 'Ir recogiendo, vamos a cerrar', anuncia la camarera.

Por la noche, es hora de bajar al aparcamiento de la estación de autobuses del aeropuerto, donde Haidar duerme todas las noches. Esa noche, el actor Guillermo Toledo, uno de los portavoces de la plataforma que le apoya, ha volado hasta Las Palmas para participar en un debate de TVE. El resto de los simpatizantes, con Haidar sentada en medio, sigue el programa desde el aparcamiento, al aire libre, con una televisión con antenas. Si alguien se cruza por delante del aparato se lleva una bronca, porque la señal se pierde. Esa noche cenan potaje. En Madrid, el juez Velasco anuncia que la Audiencia Nacional investigará la denuncia.


La saharaui manifiesta aversión a los ‘flashes’ y al ruido de las cámaras.

Día 17 de huelga. Delegaciones de distintos puntos de España visitan a Aminatou. En su mayoría son políticos y simpatizantes de la causa saharaui. Están con ella cinco minutos, se hacen una foto, se quedan un rato en la cafetería del aeropuerto y cogen el vuelo de regreso. Ese miércoles también acude a verla el coordinador general de IU, Cayo Lara, que denuncia “la falta de voluntad del Gobierno” para resolver la crisis.

Por la tarde, cuatro mujeres meditan en silencio con las cabezas tapadas en el vestíbulo donde está Haidar, que permanece ya demasiado tiempo tumbada. “Le molestan mucho el click de las fotos y los flashes, por la noche sueña con eso”, dice una asistente. Ese mismo día empieza la gran escalada en el conflicto entre España y Marruecos.

El Gobierno marroquí exige a Haidar que pida perdón al rey si quiere un nuevo pasaporte marroquí. El cónsul de Marruecos en Canarias insinúa que la saharaui está fingiendo la huelga de hambre y que come por las noches. 


España cierra la posibilidad de que consiga el documento marroquí.

Dieciocho días sin comer, a base de agua y azúcar. España da por cerrada la posibilidad de que Haidar consiga un pasaporte marroquí y reitera su ofrecimiento de darle la nacionalidad española o el estatus de refugiada. Ella se niega.

Dieciocho días sin comer, a base de agua y azúcar

Haidar se encuentra cada día peor y apenas permanece unos instantes en el vestíbulo del aeropuerto. Cada vez aguanta menos las visitas.Por la noche, una treintena de personas sigue durmiendo con ella. Por el día, el grupo trabaja en la cafetería. “Como por culpa de tener tantos enganches a la luz salten los plomos, vamos a tener un problema”, se queja un trabajador del aeropuerto, y señala un ladrón que da luz a varios ordenadores y teléfonos móviles.

Carmen Giner trabaja en el Observatorio de Recursos Naturales del Sáhara Occidental. Cuando la saharaui se puso en huelga, se trasladó a Lanzarote para estar a su lado. “Es mi amiga, ha dormido muchas veces en mi casa”, cuenta. Carmen, desde el aeropuerto, mueve su agenda de contactos para buscar apoyos.


España fleta un vuelo para la saharaui a El Aaiún sin tener el sí diplomático.

A las cinco de la tarde, cinco o seis activistas permanecen en la cafetería del aeropuerto. Carmelo Ramírez, uno de los portavoces, atiende en una de las mesas a Público. Parece que va ser una tarde más de espera, de horas y horas muertas. Pero no. De repente, irrumpen en el bar Agustín Santos, el director de Gabinete del Ministerio de Asuntos Exteriores, y Carolina Darias, delegada del Gobierno en Canarias.

Ramírez se levanta a mitad de una entrevista con este diario. Algo pasa. Santos reúne a los presentes y pide discreción: “En una hora me llevo a Haidar a su casa, pero por favor, pido que no digáis nada”. Parece una película de espías. La petición cae en saco roto. La euforia se extiende entre sus seguidores y la noticia llega hasta El Aaiún, donde miles de personas esperan la llegada de Haidar. En el aeropuerto, una ambulancia recoge a la saharaui. La despedida es triunfal: alaridos, aplausos, lágrimas y abrazos. Los presentes fotografían el momento, que creen que es único. “¡Mohamed, capullo, el Sáhara no es tuyo!”, cantan los saharauis.

Haidar jamás se fio de que pudiese llegar a su casa

Menos de una hora después llega la desolación. Las autoridades marroquíes no dejan ni siquiera que el vuelo despegue. La ambulancia regresa a la estación de autobuses del aeropuerto y Aminatou es recibida en un inmenso silencio por parte de sus seguidores. Alguien lo rompe con un aplauso. La gente llora. Santos y la delegada del Gobierno observan en el terreno la llegada de la saharaui y convocan una rueda de prensa de urgencia.

El golpe para la mujer ha sido muy duro. Haidar jamás se fio de que pudiese llegar a su casa, así que en ningún momento abandonó la huelga de hambre. A partir de este día, empieza el cambio. La activista apenas saldrá ya de su habitáculo, apenas hará declaraciones y atenderá a muy pocas visitas.



Ya no es posible verla en el vestíbulo, permanece recluida en su habitáculo.

Ya no hay más que negociar con Marruecos. El Gobierno marroquí no le va a dar el pasaporte salvo que pida perdón al rey, Mohamed VI, y en ningún caso va a dejar que aterrice un avión con ella sin la documentación requerida.

Ella sólo sale de su habitáculo por las mañanas, para asearse. Ya no es posible verla en el vestíbulo del aeropuerto, como todos los días. Allí sigue el libro de firmas. Tirsa, educadora social, trabaja como voluntaria en la plataforma. “Duermo aquí todas las noches y escribo notas de prensa y movilizo a la gente para las concentraciones”, cuenta. Tirsa tiene buenas intenciones, pero en Madrid la diplomacia sigue enfangada.


Una comisión judicial visita a Haidar para comprobar cómo está.

El juez abandona el lugar entre la tensión por un posible desalojo

Veintiún días de huelga de hambre y día de médicos y jueces. La delegación del Gobierno en Canarias manda una ambulancia para que atienda a Haidar y esta se niega. Por la noche irrumpe una comisión judicial para verificar su estado de salud. El juez abandona el lugar entre la tensión por un posible desalojo. A las dos de la madrugada (hora canaria) una treintena de agentes de un cuerpo especial de la Guardia Civil permanece al lado del aparcamiento. “¡Van a entrar!”, dice uno de los jóvenes saharauis. Haidar pide que nadie oponga resistencia. Pero finalmente los agentes abandonan el lugar. Esa noche Haidar dormirá en su habitáculo. 


Un fenómeno mediático por una batalla que no está del todo perdida.

Comienza la cuarta semana de huelga: 22 días sin comer. El juez no ha ordenado la hospitalización. Haidar dice que no quiere que la visite ningún médico. En el lugar ya hay más de 30 medios de comunicación y corresponsales extranjeros. En la mesa de la cafetería, a última hora de la tarde, la abogada Inés Miranda se abraza con uno de los colaboradores de Aminatou. Parece que la batalla no está del todo perdida.

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