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No es país para viejos (sobre todo si son gays)

ANTONIO AVENDAÑO

La izquierda cree que el Estado tiene que ser la familia de los que no tienen familia, mientras que la derecha cree más bien que el Estado debe dejarse de sentimentalismos y limitarse a mandar. Por supuesto, la gente de derechas es tan cariñosa como la que más con sus iguales y conocidos, pero es olvidadiza con los pobres y con los desconocidos. Y si además de pobres y desconocidos son gays, entonces no es sólo olvidadiza, sino directamente implacable.

A la derecha no le gusta que el Estado se gaste el dinero en buenas residencias públicas de ancianos, porque ella suele tener dinero suficiente para pagarse las residencias privadas de sus mayores. De ahí que crea que invertir en eso es tirar el dinero, lo cual no tendría mayor importancia si no fuera porque se trata de ¡¡¡SU dinero!!!

Pero las diferencias entre izquierda y derecha en materia de derechos de los ancianos se diluyen cuando se trata de que el Estado respalde o promueva residencias de ancianos donde gays y lesbianas puedan sentirse cómodos. La izquierda comprende y respeta los derechos de los homosexuales, pero parece hacerlo sólo hasta cierto punto y, sobre todo, sólo hasta cierta edad. Este, pues, no es país para viejos, y menos aún para viejos gays.

El problema es de conciencia, pero también de visibilidad. La vejez gay es invisible, tal vez porque se avergüenza un poco de sí misma, atrapada ella también en ese culto pueril a la juventud que hace de todos nosotros unos majaderos que se comportan como si la vejez y la muerte fueran algo que sólo les ocurre a los otros. Más nos valdrá a todos que el Estado esté ahí cuando llegue la hora. O como diría melancólicamente Juan Marsé, cuando 'aquel muchacho' se haya convertido en 'esta sombra'.

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