Salir de España como turista en busca de una oportunidad fue el motivo que llevó a Ramón Burgo Varela a emprender un largo viaje desde Langreo (Asturias) a Bruselas, en mayo de 1962. Sus dos hijos mayores le acompañaron en una aventura en la que nada sabían del futuro. Pilar, la hija menor del matrimonio Burgo, recuerda ahora, como presidenta de la Asociación de Emigrantes Retornados de Asturias, su vida en el exilio, que le permitió 'ganar en oportunidades'. 'Mi hermana mayor entró a trabajar como lavandera 12 horas diarias. Mi padre tuvo más suerte, ya que encontró trabajo como electricista en poco tiempo. Sólo mi hermano pequeño y yo tuvimos posibilidad de ir a la escuela', relata.
La vida en el barrio de La Midi, donde vivían cientos de inmigrantes de la España franquista, 'era como estar en una gran familia'. 'Había muchos españoles en la misma zona y juntos celebrábamos la Navidad, íbamos al colegio... Era muy fácil integrarse en ese ambiente', cuenta.
A Pilar, con seis años, no le resultó nada complicado adaptarse, ya que aprendió el idioma francés casi como lengua materna. 'Cuando llegué con mi madre en septiembre de 1962, entré directamente al colegio. Al momento me llevaron a unas colonias para ganar peso durante tres meses. Cuando volví sólo hablaba francés y mis padres estaban desesperados', afirma. 'Mi padre prosigue no quería quedarse atrás y aprendió el idioma en los periódicos para rellenar los partes de avería en su trabajo'.
Pilar, que regresó a Gijón en 1987 junto a su marido y sus hijos (todos ellos belgas), recuerda cómo a La Midi llegaban continuamente españoles. 'Era muy habitual el reagrupamiento familiar'. Las leyes para los emigrantes en Bélgica no eran tan estrictas como en Alemania, asegura Pilar. En Bélgica, afirma, 'era todo mucho más liberal. En tres meses podías abrir hasta tu propio negocio, y no tenían reconocimiento médico en la frontera'.
José Ramón, de 55 años, reside en Alemania con su familia desde 1969.
En 1973, Alemania dejó de invitar a trabajadores inmigrantes ante la crisis del petróleo. Las leyes germanas permitieron que muchos de los 600.000 españoles que habían llegado en los 15 años anteriores decidieran estabilizar su estancia allí. Sabían que si regresaban a España, no podrían regresar. Fue entonces cuando empezó la reagrupación masiva.
En 1973, Alemania dejó de invitar a trabajadores inmigrantes ante la crisis del petróleo
Los españoles podían traerse a sus parientes de primer grado, pero sólo si el trabajador disponía de un permiso de residencia de, al menos, tres años. Todo un problema, ya que muchos iban por un año. Había que tener contrato de trabajo y medios suficientes para garantizar la subsistencia de los familiares invitados, además de una casa o un piso. Esto último también resultaba problemático, porque muchos vivían en barracas habilitadas en las inmediaciones de las fábricas.
José Ramón Álvarez, murciano de 55 años, que llegó a Alemania en 1969, tomó una de las decisiones más importantes de su vida cuando acabó su bachillerato español en Alemania, en 1975. “Quería ir a la universidad, pero necesitaba el Curso de Orientación Universitaria (COU)”, recuerda. Si se ausentaba de Alemania más de tres meses, perdía todos los derechos adquiridos, incluido el de trabajo. “Las autoridades exigían permiso de residencia estable, vivienda y recursos”, señala. “Encima, hubiera tenido que hacer la mili en España”, añade. Y si decidía tener hijos en España, cobraría la ayuda familiar española, un 90% más baja que la alemana. Así que él y su novia se quedaron a trabajar en una fábrica en Remscheidt.
Ruiz lucha, desde 1963 en Suiza, por los derechos de los inmigrantes.
Hay luchas que parecen no acabar nunca. La de Francisco Ruiz empezó en 1963 y terminó 39 años después, cuando Suiza eliminó el “estatuto de trabajador temporero” de su legislación. Ruiz, de 69 años y presidente del Consejo de Residentes Españoles (CRE) en Ginebra, llegó a Suiza en 1963 para estudiar. Su situación no tenía nada que ver con la de los españoles que, con la maleta bajo el brazo, arribaban al país centroeuropeo para buscarse la vida. Puede que debido a esa diferencia tan abismal Ruiz decidiera implicarse en la lucha por los derechos de los inmigrantes. “Iba a los barracones a ver dónde dormían los españoles”, recuerda. El estatuto del temporero establecía que los inmigrantes sólo podían estar en Suiza para trabajar durante nueve meses. Pasado este tiempo, debían abandonar obligatoriamente el país un mínimo de tres meses. Tampoco tenían derecho a alquilar un piso y en ningún caso podían optar a la reagrupación familiar.
Cuando ellas llegaban de vacaciones se encontraban a la otra; no fue agradable para nadie”
“Eran hombres jóvenes que tenían que dejar a las mujeres en España. Cuando ellas llegaban de vacaciones se encontraban a la otra; no fue agradable para nadie”, admite. La legislación suiza sólo permitía obtener un contrato de trabajo anual –que conllevaba la oportunidad de establecerse en el país de manera real y de traerse a la familia– después de pasar cinco años como temporero y bajo la condición de no haber “faltado más de una semana al trabajo”, matiza Ruiz.La reunificación no era fácil. Las autoridades dictaban cuántas habitaciones debía tener el piso del inmigrante en función del número y el sexo de sus hijos. El control a los extranjeros era tan “férreo” que incluso la Policía conocía la distribución de los pisos de los forasteros.
“España tendría que tratar a los inmigrantes como a nosotros nos hubiera gustado que nos tratasen”, afirma Ruiz, que desdeña de los españoles desmemoriados que utilizan palabras como “moro o negro”. “Esa gente no aprendió nada de su experiencia en Suiza”, concluye.
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