¿Qué tienen en común el cine español y el PP? Cuando una película española es buena, se suele decir: 'No parece española'. Cuando un político del PP proclama que el matrimonio es antidemocrático, no esconde que votó a Felipe en el 82 e incluso recibe reprimendas de su servicio de seguridad por escabullirse de cuando en cuando, entonces se dice: 'No parece del PP'. Por eso, Alberto Núñez Feijóo, el flamante nuevo timonel de Galicia, no parece del PP. Incluso dejó la gomina.
Acaba de cumplir 100 días subido a la atalaya de la Xunta y se le nota: mide sus palabras como un cartógrafo y dribla las cuestiones incómodas como un extremo de balonmano. Teme decir lo que no debe, porque el error es de humanos, pero no de políticos (luego, hablando de ex presidentes, lo aclarará todavía más). 'Prefiero escuchar. Seguro que escuchando no me equivoco'. Ahí lo tienen.
Lo que parece una contradicción con su sueño de presentar -'y dirigir', enfatiza- un programa de radio. Tiene por modelo a un loco: 'Jesús Quintero, El loco de la colina. Le escuchaba a principios de los ochenta. Me gustaba cuando se quedaba callado y sólo se oía el sonido de una fuente; o cuando dejaba un minuto para que todos los oyentes olieran el azahar de Sevilla'.
Alberto era un universitario noctámbulo que se enganchaba a la radio de madrugada, se acostaba a las siete de la mañana y se levantaba para comer. 'No me planteo hacer un programa de noticias- el presidente entra al juego-, sino uno para las ideas, la entrevista, la reflexión, algo más íntimo. Y por supuesto, un programa con personajes contrapuestos. De la discusión se aprende. El pensamiento único siempre tiene riesgos profundos. En la pluralidad está la superioridad'. ¿Oído hemiciclo? Sólo le faltó añadir 'Nunca mais'...
Aprendió a amar la noche en su pueblo, Os Peares, una disparatada aldea que tiene cuatro ayuntamientos y pertenece a dos provincias (Lugo y Ourense). Leía de madrugada: todo Hermann Hesse, también Ortega, Unamuno, varios libros de Filosofía. 'Compraba libros por correspondencia en una librería de segunda mano que se llamaba Fontana, de Barcelona. Te podías suscribir a un catálogo y luego pedías los libros, que eran muy baratos, menos de 100 pesetas'.
Nunca fue una lumbrera. En la facultad de Derecho de Santiago aprobaba en junio, pero sin nota. 'Dosificaba el esfuerzo- se justifica él-; tenía una beca y eso me obligaba a aprobar todo'. Y eso que venía de padecer la rígida disciplina -'a la que estoy muy agradecido', subraya-, del colegio marista Champagnat de León, donde estuvo interno entre los 10 y los 14 años. Un día, en los baños, se peleó con un compañero -'otro gallego'- y a punto estuvieron de echarle. 'No me acuerdo por qué fue. Pero vamos, lo normal que hace un chaval a los 12 años es pelearse, digo yo', dice él.
Le gusta seducir, pero no cuenta la historia de su primer ligue ni a tiros: 'Lo recuerdo bien, pero no te lo voy a contar porque está casada y tiene dos hijos. Sería impropio contar esas cosas'. Otra vez la disciplina marista.
El superhéroe favorito del nuevo héroe del PP es el Capitán Trueno, 'porque siempre ganaba'. Cuando habla de las cosas de la vida, Alberto pone voz de abuelo entrañable (pónganle el tono de Agustín González): 'El elogio es temporal y la felicidad son instantes, que se repiten con mayor frecuencia, pero instantes'. Y cuando le hablas de llorar, le sale un 'caray, eso no es fácil'. Será la política, que endurece. 'Sí, pero a mí ya me endureció el hermano Tomás en los campos de balonmano de los maristas'.
Quizás inconscientemente, para limar presuntas contradicciones internas, avanza que en su primer programa de radio llevaría de invitados, por este orden, a González y Aznar. ¿Le va la pelea? 'No, no te creas. Hay mucho sosiego en las categorías de ex presidentes. Y mucha libertad para decir lo que uno piensa. A estas alturas, todos dicen lo que piensan'. Entonces, ¿no sería mejor que gobernaran los ex presidentes? O eso o que los presidentes como Alberto se animen a decir lo que pasa por sus cabezas.
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