El principal elogio que puede hacerse del último libro firmado por José María Aznar es que resulta de fácil lectura. Un feliz acontecimiento producto de dos factores. Primero: el lenguaje en que está escrito, que combina el tono de bloguero primerizo cuando habla del Gobierno socialista con la grisura de unos apuntes universitarios en las páginas dedicadas a explicar la crisis mundial y las bondades (infinitas) de las políticas económicas que Él puso en práctica en España. Segundo: la falta de cualquier idea original, de cualquier propuesta que no haya sido manoseada por los conservadores del planeta durante las últimas tres décadas, lo que ahorra al lector todo esfuerzo intelectual.
Son unos folios que ha podido escribir perfectamente Aznar, pero también el último becario aterrizado en Faes. Llamarle ensayo sería un verdadero atrevimiento; difícilmente llega a cuento corto. Circunstancia esta que obliga a realizar un segundo elogio de España puede salir de la crisis: sus 202 páginas con letras (hay otras 17 felizmente en blanco) se leen en 120 minutos.
Sería injusto, en todo caso, detallar sólo los elogios. El libro tiene también serios defectos, entre los que sobresale esa inclinación aznariana hacia la mentira o la manipulación. Hay falsedades groseras, que insultan a la inteligencia del lector, por ejemplo cuando el autor afirma que los socialistas españoles han prohibido por ley los contratos temporales (página 101). Hay mentiras evidentes, como sostener que la presión fiscal en España “ha subido más de tres puntos del PIB” desde 2004 (pág. 103), cuando en realidad ha caído en 2008 al nivel más bajo en 13 años. Hay manipulaciones descaradas, como escribir que se ha producido un “desplome de la inversión extranjera en nuestro país” desde que gobierna Zapatero (pág. 110), cuando el gran recorte de la inversión extranjera se produjo precisamente durante la segunda legislatura del PP –pasó de 40.700 millones de euros anuales en 2000 a tan solo 22.700 en 2003–, mientras que en 2008 registró un máximo histórico de 43.967 millones. Y así se podría seguir poniendo un ejemplo tras otro.
Es probable que este cúmulo de manipulaciones no escandalice al lector. Si alguien tiene el descaro moral de mentir a los españoles sobre la autoría del mayor atentado terrorista de la historia de España, con los cadáveres aún calientes, ¿qué no hará con algunos datos económicos? ¿Acaso va a tener pudor con las estadísticas o las tratará a martillazos hasta que encajen en la tesis de su librito? Pero Aznar, hay que reconocerlo, siempre logra sorprender. Siempre llega un poco más lejos de lo que imaginan el resto de los mortales. Así que no contento con sembrar la obra de falsedades, el presidente de honor del PP decide entregarse a un ejercicio de exhibicionismo intelectual. Y su desnudez causa enorme sonrojo.
Sonrojo provoca que Aznar acuse al Gobierno socialista de “la politización de instituciones supuestamente independientes” como la CNMV (pág.108), él, que llevó a dicho organismo a sus cotas más altas de desprestigio con el caso Gescartera. Sonrojo provoca leer recomendaciones de “austeridad” (pág. 168) en boca del organizador del bodorrio del Escorial, con tan ilustres invitados como Paco Correa o El Bigotes. Sonrojo provoca que todo un conferenciante internacional defienda simplismos del tipo “más empleo público significa menos empleo en el sector privado” (pág. 158), ya que debería saber que en España hay ahora seis millones más de personas trabajando que hace una década y de ellos sólo 700.000 son funcionarios. Sonrojo provoca que el político que cebó sin descanso la burbuja inmobiliaria asegure que su Gobierno buscó “abaratar a medio y largo plazo el precio de la vivienda” (pág. 95), cuando el precio medio del metro cuadrado de un piso en España se disparó desde los 694 euros en 1996 hasta los 1.618 euros en 2004.
El clímax de la obra se produce, sin embargo, cuando Aznar intenta culpar al Estado de los desmanes del capitalismo salvaje que han llevado a la actual crisis económica mundial. Argumenta el autor, por ejemplo, que existía regulación para controlar las hipotecas basuras, “pero era mala. Y quienes aprobaron esas reglas defectuosas fueron los Estados. De nuevo, lo que aquí hubo es un fallo del Estado” (pág. 58). Y la misma lógica aplica a los bancos centrales, a las quebradas agencias hipotecarias Freddie Mac y Fannie Mae o a los supervisores financieros. Pero resulta que “los Estados” no aprueban ninguna norma defectuosa, porque aún no se ha visto a ningún Estado entrando de traje y corbata a una sesión parlamentaria para apretar el botón de voto en el escaño. Las leyes las aprueban gobernantes concretos y, en el caso que nos ocupa, quienes se encargaron de eliminar regulaciones y relajar la supervisión en nombre de la sacrosanta libertad de mercado fueron los políticos neoconservadores amigos de Aznar.
Hay en el libro, en fin, algunas paginas dedicadas a desgranar una “nueva Agenda Nacional de Reformas” cuya puesta en práctica devolvería a España a los años de esplendor en que su presidente se fotografiaba en las Azores con el emperador y declaraba guerras ilegales. Unas recetas archiconocidas: abaratar el despido, impedir a toda costa que suba el salario mínimo interprofesional puesto que esos 624 euros mensuales provocan en el empresario un insuperable temor a la contratación, mejorar un sistema educativo que era espléndido hace cinco años y que ahora es penoso, una nueva oleada de privatizaciones y, sobre todo, “más España”.
Regresemos al inicio, a las bondades del opúsculo. Quien logre leer entero el libro, descubrirá una tercera ventaja: el ego del personaje es tan inmenso (no cita ni a uno de sus colaboradores en el Gobierno), sus falsedades son tan obvias, su maniqueísmo es tan brutal, que la obrita se puede leer en clave de humor. Son unas novísimas crónicas marcianas.
Por lo disparatado, España puede salir de la crisis quizá lleve al lector a recordar una película que tuvo cierto éxito hace un par de años: Borat. Si uno observa alguna foto donde el político del PP luce mostacho poblado, incluso es posible encontrar cierto parecido físico entre ambos, entre el actor Sacha Baron Cohen y el escritor José María Aznar. He ahí una conclusión iluminadora: Aznar, el Borat de las letras españolas.
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