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Veinte minutos de agua caliente

Los usuarios de los baños públicos, que pagan quince céntimos por una ducha, se han duplicado en el último año

A.R.A

Quince céntimos por veinte minutos de agua caliente es a por lo que ha venido Luis, recién cumplidos los 32, técnico en marketing, español recién llegado después de pasar media vida en Chile. Sentado en la entrada de la Casa de Baños, en el barrio madrileño de Embajadores, espera a que su novia, Marta, que vino con él a Madrid, salga de las duchas de mujeres. Cerca de trescientas personas pasan cada día por esta Casa de Baños, un edificio público acondicionado para el aseo personal, con zonas de duchas para hombres y mujeres. El precio de entrada es simbólico: 15 céntimos.

Mientras espera, Luis cuenta cómo en apenas cuatro meses ha pasado de tener un buen trabajo y sueldo en Chile a verse en la necesidad de acudir a estos baños públicos para poder asearse con un chorro de agua caliente. 'Allí trabajaba en marketing y vivía bien, pero vine a España porque quería volver a mi tierra y pensé que no tardaría más de un mes en encontrar un trabajo, sobre todo teniendo todos los papeles en regla. Pero ni siquiera así', dice. El dinero con el que vinieron se acaba; Luis y Marta no se han visto en otra igual. Ella consiguió un trabajo cuidando a un anciano nada más llegar, pero la familia que la contrató ha prescindido de ella. Viven de alquiler en una habitación en un piso compartido. No tienen agua caliente; por eso vienen a ducharse aquí. Muchas veces tienen que acudir a comedores sociales o a una ONG para comer. Aún así, Luis mantiene la esperanza: 'Yo ya sabía que los comienzos son duros, pero nunca pensé que tanto; aún así espero que todo cambie en poco tiempo'.

En enero de 2008, 3.296 personas pasaron por esta Casa de Baños. Un año después, el número de usuarios se había duplicado: 6.642. Entonces, un 80% de los que acudían era inmigrante y un 20% español. Desde agosto del año pasado, la proporción de nacionales ha subido hasta el 25%, un aumento significativo en pocos meses si tenemos en cuenta que el número anual de usuarios supera los sesenta mil. La mejora y ampliación del servicio ha ayudado a extenderlo, pero la crisis ha sido un detonante.

El edificio de la Casa de Baños es amplio y luminoso. Las instalaciones están muy cuidadas: las cabinas de ducha se limpian después de cada uso y hay desinfecciones y limpiezas profundas con frecuencia. 'Así da gusto', dice Ana mientras sonríe. Ha trabajado toda la vida en empresas de limpieza, pero se quedó en paro hace ya meses. 'Antes podía permitirme vivir en pensiones, unas mejores, otras peores, pero desde hace cuatro meses estoy en la calle, el invierno ha sido muy duro', cuenta. Le habían hablado de estas duchas pero no se ha atrevido a venir hasta hoy: 'Todo el mundo decía que estaban muy bien, pero he tenido malas experiencias en duchas de comedores que estaba sucias y en las que los hombres espiaban a las mujeres, así que me ha costado venir pero es que ya necesitaba lavarme'.

En la planta de abajo están las duchas de mujeres, diez en total, y dieciséis para hombres repartidas entre la segunda y la tercera planta. El 90% de los usuarios de estos baños son hombres frente a un 10% de mujeres. 'Parece que las mujeres tienen más vergüenza, les dá más pudor venir a ducharse y arreglarse aquí', afirma la coordinadora del servicio, Inmaculada Gómez. Nueve empleados, mujeres y hombres, atienden la Casa de Baños: reciben a la gente, reparten cabinas, limpian, reponen material, y en la puerta, un guarda de seguridad, aunque los empleados insisten en que apenas hay problemas.

'Agua en la cinco', grita una de las empleadas. Cuando los usuarios de las duchas están listos para bañarse avisan con este grito a los empleados, que ponen en marcha el agua en la cabina correspondiente. Es la forma de que los veinte minutos de agua caliente se aprovechen al máximo. Si alguien necesita uno o dos minutos más para acabar de aclararse pueden pedirlos, aunque 'sin abusar'. Las normas son claras: sólo un ticket por persona y una persona por cabina. 'Lo hacemos para que haya un buen uso del servicio y las cabinas queden libres en un tiempo razonable y otra gente pueda usarlas', explica Gómez. No se pueden juntar dos turnos de baño pero hay quien repite ducha por la tarde, especialmente en invierno, para calentarse. Los usuarios tienen que llevar su propia toalla y productos de higiene, aunque muchos comparten entre ellos. 'En general, la gente que viene respeta mucho el servicio, apenas hay problemas y son muy agradecidos', asegura la coordinadora del centro.

Raúl lleva ya tres años viniendo aquí: 'Mira, ¿no se nota la crisis?', dice señalando a su alrededor, donde al menos seis hombres se acaban de vestir, se afeitan o peinan mientras se oye el ruido de varias duchas.

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