Gallego huye del discurso políticamente correcto e interesado. Este profesor de la Universitat Autònoma de Barcelona siempre lo ha hecho. Ha historiado la extrema derecha pero también los mitos de una Transición que no fue lo almibarada que se presenta para quienes querían ruptura y más democracia. Se plantea un trabajo similar sobre el período 1977-1982.
Para ubicarnos, ¿reforma sí o no?
Sí. No sólo en este caso. Es una posición de principio, no radical. Alguien moderado no puede sacralizar el texto por encima de la voluntad de las personas. Siempre debe decir sí.
Pero no negará que la empresa es difícil...
Sí, sí. Hay casi imposibilidad de hacerlo. Hacen falta mayorías y mecanismos muy complejos...
¿Es democrático?
Sí, pero es una democracia con pocas limitaciones al poder. Los ciudadanos tienen poca capacidad de incidir.
¿Cuál es, vista con un prisma actual, su valoración del proceso de elaboración de la Constitución?
Los de hoy son los únicos ojos con los que podemos mirarlo. Fue resultado no de un consenso sino de un acuerdo al que se llega después de enfrentamientos entre el conjunto del régimen –que tenía un sector mayoritario reformista con el rey al frente– y la oposición. Hubo una movilización de la oposición contra la democracia limitada. La movilización por la ruptura fue la que consiguió la reforma.
¿La Constitución se sacraliza porque se ha convertido en un fetiche de la Transición o por el miedo a violentar consensos?
Lo que es un fetiche es la Transición, no la Constitución, que es uno de sus resultados. Si hay menos agresividad ante la reforma es porque ya está claro que no afectará temas troncales. Lo que preocuparía es abrir un debate revisando el elemento que aúna a la actual clase política, la Transición.
¿El desmarque del PNV ha tenido alguna incidencia?
Ellos se situaron en una posición de negociación. Desde el punto de vista negativo se puede pensar que enquistó el terrorismo pero la realidad es que concesiones hechas a Catalunya en la Transición, como la senyera o el retorno de Tarradellas, no se hicieron a Euskadi. Los vascos siempre han podido esgrimir el resultado de referéndum.
La Constitución blindó la monarquía...
Si, la monarquía y, básicamente, la Transición, que es igual a continuidad. El debate era continuidad o cambio y a lo sumo hay equilibrio. A los del régimen se les dio protagonismo, se negoció con el franquismo, cosa inédita en Europa. En Italia votaron, por ejemplo, la forma de Estado antes de nada y se acabó con los Saboya que habían apoyado a Mussolini. Al final todo aparece como una concesión. La gente opina que la democracia la trajeron Suárez y el rey. No se personaliza en Carrillo o los ponentes, sino en una monarquía que viene del franquismo. A Carrillo se le reconoce como mérito haber hecho una lectura de derechas de la política de reconciliación nacional. Él consigue que en el reformismo gane Suárez y no Fraga. La monarquía jugó un papel de elemento simbólico para convencer a los continuistas.
¿Por qué la izquierda gobernante renuncia a poner la carne en el asador para una reforma más ambiciosa?
Calificar de izquierda a quien tiene por objetivo liquidar lo que hay a su izquierda y que no quiere pactar con ellos me parece generoso. Para llegar al poder, Zapatero pactó con la izquierda y abanderó la reforma constitucional. Pero después se esfumó porque no dice, por ejemplo, nada del sistema electoral, que es uno de los mayores déficits. De la Constitución y la Transición quien más tajada ha sacado es el PSOE. A partir de ahí, ¿les puede interesar un cambio de la Constitución? Los nacionalistas que piden autodeterminación o una IU que pide un estado más social, los partidos que hacen un análisis más crítico, es lógico que lo pidan. Pero al PSOE la Constitución no le priva de ninguno de sus objetivos.
¿Los cambios serían estéticos?
Si hubiera debate se podría decir que lo que entonces, por la correlación de fuerzas, se aceptó ya no vale. Ahora parece que nadie se embainó nada. Y no fue así. El PSOE la República y Carrillo mucho más. No podemos fingir que esta sea la Constitución de la izquierda. Pero una vez se afronta la reforma hay un listado de temas que tienen más importancia que nombrar las autonomías o el orden sucesorio a una institución que para muchos no es democrática porque plantea la herencia por encima de la voluntad popular. Pero los temas son otros. ¿De verdad el PSOE y el PP consideran justo el sistema electoral? IU aparece como testimonial cuando realmente no lo es.
Como tema pendiente está la intervención del Estado en el mundo económico. Y en asuntos a revisar ha nombrado el modelo de Estado y el electoral. ¿Qué falta por cumplir y revisar?
El capítulo socioeconómico, que fue en lo que se apoyó la izquierda oficial. Habla de repartir beneficios empresariales o dice que todo español tiene derecho al trabajo. El Gobierno no lo tiene como prioridad y eso vulnera la Constitución de forma oblicua. En cambio otras cosas se han aplicado y desplegado de forma intransigente, como el modelo de Estado. Tampoco debemos olvidar lo referido al papel de la Iglesia o la libertad de enseñanza, dos asuntos que respondían a necesidades del momento y ahora sin sentido.
El Título VIII se redactó para Catalunya y Euskadi y ahora se les queda pequeño....
Creo que el problema está en un artículo previo caótico, el dos, que habla de la unidad de la patria pero a la vez reconoce nacionalidades. Al final el artículo no gustó a nadie. El café para todos fue para evitar la visibilidades excesiva de esas naciones. Los procesos de este tipo siempre implican una igualación por abajo. La izquierda se creyó el discurso de la derecha de que la asimetría iba contra la igualdad.
¿Conseguirán PSOE y PP contener el impulso reformista?
Soy pesimista en los temas que más interés tienen como la proporcionalidad en el voto, porque se benefician el PSOE y el PP. Un debate sobre el modelo de estado es muy difícil de llevar, también popularmente. Lo mismo sobre la monarquía por el carisma que, a base de años, tiene entre sectores populares. Un referéndum sobre la monarquía me temo que sólo serviría para legitimarla. En el 77 no. Se ha legitimado con el tiempo y sólo IU o ERC pedirían el voto por la República. La sacralización de la Constitución ha calado con potencia en la gente sencilla. Los cambios que, por ejemplo, se podrían producir serían una elevación de competencias de las comunidades. Pero esto no se hará sin conflicto como demostró el Estatut.
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