Cuando las ayudas públicas no llegan, sólo quedan dos opciones: resignarse o luchar. Cuando quien tiene que valorar el grado de dependencia de una persona, en este caso la Comunidad de Madrid, y decidir si merece las ayudas que establece la Ley de Dependencia no lo hace, la desesperación aboca a mediatizar el drama.
La familia de María Díaz sobrevive en Valdilecha, un pueblecito madrileño de unos 2.000 habitantes, gracias a la caridad de decenas de personas que conocieron su triste situación a través de los periódicos y televisiones que se hicieron eco de sus quejas.
Desde hace cinco meses, María y su marido Dionisio disponen de un dinero extra sin el cual no podrían pagar a la mujer que cada día ayuda a María a cuidar a su hija Mónica, un bebé que está a punto de cumplir 24 años.
Donde no llegó la Ley de Dependencia ha llegado la caridad 'de la gente obrera, la más sensible', se emociona María. La Comunidad de Madrid no le hace caso. A ella ni a ninguna de las familias que han solicitado una ayuda para cuidar de uno de los suyos.
Mónica balbucea acostada en su carro, junto a su madre: jamás anduvo, jamás habló. Sólo mueve torpemente la cabeza. Desde que nació, necesita atención continua, porque sufre artrogriposis y microcefalia. Y María no puede más. Su otro hijo, Alfonso, de 18 años, ha encadenado tumor tras tumor desde los 12 años. Una vez a la semana se somete a quimioterapia en el hospital Gregorio Marañón de Madrid.
'Mis ratos malos son las noches. Es duro si no fuera por la ayuda de la gente', se entrecorta María. La lista de regalos que ha recibido la familia abre las carnes a cualquier escéptico de que la solidaridad sobreviva en tiempos consumistas.
Decenas de personas han sentido suyo el problema de esta familia. Dionisio trabaja de sol a sol en una empresa que tapiza máquinas de gimnasio. Cobra, 'tarde y mal', replica María, 1.200 euros que no dan para sacar a cuatro personas adelante. 'La niña' de la casa sólo recibe 460 euros al mes por su discapacidad. 'Eso se lo chupan enseguida las papillas, los sobres de vitaminas que toma para merendar o las gotas sin las cuales no defeca', explica su madre.
Mónica no puede hacer nada por sí misma. Aunque Alfonso insiste en que cada día se pone nerviosa a las dos del mediodía, 'porque quiere que le ponga los Simpson', la conexión de su hermana con el mundo que la rodea es apenas perceptible. Su madre pidió las ayudas de la Ley de Dependencia, pero hace más de un año que espera una respuesta.
Sin contar con los ingresos mensuales que reciben de los televidentes y lectores de diarios solidarios, la lista de regalos que hacen la vida más fácil a María y sus hijos es larga. Un colchón especial para que duerma Mónica, un sillón para que esté más cómoda, una Play Station 3 y un juego de sábanas del Barça para Alfonso, una silla de plástico 'carísima' imprescindible para duchar a Mónica e incluso la matrícula de un cursillo de informática que el chico está realizando.
Las aportaciones van acompañadas de muestras de apoyo y cariño. 'Nos llaman por teléfono periódicamente y nos mandan cartas', María muestra emocionada una de ellas, de un matrimonio de Barcelona.
Alfonso recuerda el nombre de las hadas madrinas que le hacen la vida más fácil. Muestra una fortaleza poco frecuente recién alcanzada la mayoría de edad. El primer cáncer, por el que estuvo hospitalizado durante meses, le ha dejado una leve cojera. 'Me vuelve a doler', le dice a su madre, con una voz aún blanca.
Pero al instante recapacita y vuelve a ser optimista: dice que si en los análisis que le harán en junio el cáncer vuelve a reaparecer, él lo vencerá una vez más. Le han valorado una discapacidad del 61%, aunque explica su madre que un médico forense de pago le dijo que era del 74%, lo que también le permitiría tener ayudas. 'Él lo que quiere es trabajar, como cualquier chico de su edad', le sonríe María.
María tiene 48 años y es tan menuda que sorprende la fuerza que tiene. Sus 39 kilos los emplea a fondo: en el ánimo con que reivindica las ayudas que prometió la Ley de Dependencia y que no llegan. 'Mis padres me han estado ayudando continuamente, pero ahora están para que les cuiden a ellos'. Mónica es una dependiente severa. La ley prevé ayudas de hasta 780 euros para que una persona asista al dependiente.
Pese a todo, María se siente afortunada de lo que ha conseguido. 'Nos falta salud, pero nos sobra amor', sonríe. Su hijo adolescente es el ejemplo: 'Para mí, lo primero es mi hermana', y le acaricia la cara mientras acciona el dispositivo de un patito de peluche que emite sonidos y que la distrae tanto que su hermano se lo quita para hacerse una foto. Ella se retuerce en su silla. María sonríe y pide un favor: 'Quien pase por esto que se ponga en contacto conmigo. Siempre haremos más fuerza tres que uno'.
Ayer, al llamarla para avisarla de que hoy podrá leer su historia, María dice que Alfonso está eufórico. Una señora de Barcelona le ha enviado otra caja con regalos.
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