Carta de una víctima al sacerdote que le agredió:NO ES AMOR
“Te quiero”. “Me has llegado muy hondo”. “Eres alguien muy especial para mí”. Me decías después de haberme utilizado. Y yo te creía. Porque habías escuchado mis sueños de adolescente y me habías alentado a perseguirlos. Porque me habías dado ese cariño paternal que tantas veces me había faltado. Porque me habías hecho sentir importante, valioso y apreciado. En resumen, porque pensaba que era afortunado de tenerte a mi lado, porque eras como el padre que nunca había tenido.
Hasta que comprendí que el amor no te hace sentir sucio, avergonzado, temeroso de que descubran tu terrible secreto y que por tanto no eres digno de ser amado. Que no te provoca tal sentimiento de culpa, que te carcome las entrañas, por ese “terrible delito” en que has participado. Que no te genera un dolor tan hondo, que buscas consuelo en cualquier conducta autodestructiva que pueda apaciguarlo, aunque sepas que en el fondo te está destrozando.
Hasta que descubres que eso no es amor, es abuso. Y quienes lo cometen no son padres, hermanos, vecinos, sacerdotes,… gente honorable y respetable, pilares de nuestra comunidad de conducta pública intachable, sino vulgares criminales y delincuentes, lobos con piel de cordero, de conducta privada deleznable.
Hasta que te muestran el verdadero rostro del amor. Por esa madre coraje, que aún rota de dolor, encuentra las fuerzas para seguir luchando por protegerte. Por esas amistades, que aún desconcertadas y confusas encuentran la forma de apoyarte. Por esos compañeros del grupo de terapia, que te llenan de cariño y comprensión sin nunca caer en la tentación de juzgarte.
El abuso al que me sometiste me podría haber destrozado la vida. El amor que ellos me dieron me dio la oportunidad de rehacerla. Por eso, por más que te empeñes, nunca podrán ser lo mismo. Lo que tú hiciste no es amar, es abusar.
Miguel H. C.
tiene 25 años, es licenciado en Medicina y sufrió abusos sexuales en su adolescencia por parte de un cura.
La ocultación es la estrategia de la jerarquía católica cuando un caso de pederastia afecta a uno de sus clérigos. “El patrón de conducta es siempre igual, intentar resolver el problema dentro de casa, en términos absolutamente privados”. Carlos Sánchez Matto describe así la actuación de la oficialidad católica ante los abusos a menores cometidos por sacerdotes.
En 2002, Sánchez Matto escribió al arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, para denunciar a un cura pederasta que acabaría siendo condenado. Rafael Sanz Nieto, sacerdote en la parroquia de Santo Domingo de Guzmán del barrio madrileño de Aluche, fue sentenciado en 2006 a dos años de cárcel que nunca ha cumplido por un delito continuado de abusos sexuales a un menor. Tenía 72 años cuando fue juzgado. Su víctima, 13 cuando se inició la agresión. La Justicia condenó también al Arzobispado de Madrid. La sentencia asegura que su titular, Rouco Varela, conocía los hechos y los ocultó. La denuncia partió de un grupo de catequistas que luego constituyó el colectivo Iglesia sin Abusos. Piden a la jerarquía un estatuto para proteger a los menores que garantice una respuesta ante los casos de pederastia cometidos por sacerdotes.
Sánchez Matto critica la actitud del episcopado. “Lo que hace la jerarquía no es mirar para otro lado, sino intentar que nadie mire”. Habla por experiencia. En 2003, se dirigió por carta a todos los obispos de España para denunciar esta situación. Sólo dos contestaron. “Los casos se suelen acallar de manera confidencial, con dinero, negocian en el sentido más
asqueroso del término”, explica.
No hay estadísticas oficiales sobre el número de casos que se producen en España. Pilar Polo, psicóloga de la Fundación Vicki Bernadet, cita un estudio de Félix López, catedrático de la Universidad de Salamanca, en el que se especifica que un 4,17% de los abusos a menores son cometidos por religiosos. El Vaticano utiliza entre sus documentos un trabajo del profesor Philip Jenkins, de la Universidad de Pensilvania. Según este estudio, el 3% del clero norteamericano tendría tendencia al abuso de menores y el 0,3% sería pederasta.
“No sé si el problema existe en más o menos medida que en la familia o la escuela, lo que sí sé es que se produce en muchísimo mayor grado del que conocemos”, señala el portavoz de Iglesia sin Abusos, crítico también con la respuesta de las distintas administraciones ante este tipo de casos. “Es un gran fracaso conjunto”. Sánchez Matto regresa a los hechos que condenaron al cura de Aluche : “Ni la Policía, ni la Fiscalía de Menores ni el Defensor del Menor investigaron cuando denunciamos lo que ocurría en la parroquia, todo avanzó a golpe de denuncia periodística”.
La espiral que envuelve cualquier caso de pederastia cometido por el clero conduce siempre al silencio. “El planteamiento es: si ocurre algo, intentemos que no se entere nadie, incluidos los padres; si se enteran los padres, tratemos de que se quede en el círculo cerrado dentro de la Iglesia”, explica el responsable de Iglesia sin Abusos.
Un 23% de niñas y un 15% de niños menores de 17 años han sufrido abusos, y el 60% no ha recibido ningún tipo de ayuda, según subraya la Fundación Vicki Bernadet, dedicada a la atención a víctimas de abusos sexuales en la infancia. El problema para las víctimas de clérigos es aún mayor. “A nivel social, la repercusión que puede tener para una víctima una agresión por un religioso hace que aumente su sensación de indefensión”, señala una de sus terapeutas. ¿Cómo se sienten? La psicóloga se remite de nuevo al estudio de López: “Los sentimientos son de asco y desconfianza, cuando en muchos de los otros casos aparecen sentimientos de culpabilidad, vergüenza y miedo”.
Horas antes de aterrizar en Estados Unidos, donde se encuentra de visita oficial, Benedicto XVI rompió el pasado martes el silencio secular con el que se parapeta la Iglesia ante los casos de pederastia ligados al clero católico. El escándalo ha vaciado las arcas de la Iglesia norteamericana –obligada a pagar indemnizaciones millonarias– y amenaza con arañar las cuentas del tesoro del Vaticano. Algunos procesos judiciales abiertos en Estados Unidos piden que se declare a la Iglesia de Roma responsable última del escándalo y le exigen fuertes sumas en concepto de reparación para las víctimas.
Quizá por eso el Papa ni siquiera esperó a besar suelo norteamericano. A bordo del avión pontificio, Benedicto XVI admitió ante la prensa que la sucesión de escándalos de pederastia que ha laminado la credibilidad del episcopado estadounidense fue “una vergüenza que no se debe repetir”. Sólo un día después, ante los 400 obispos que encabezan la Iglesia en EEUU, Benedicto XVI reiteró su “profunda vergüenza” por los casos de abuso sexual a menores cometidos por sacerdotes.
Diócesis norteamericanas como la de Boston, Nueva York o Chicago, adictas al encubrimiento, han pagado en los últimos quince años cantidades que podrían superar los 1.200 millones de euros en indemnizaciones. Nadie sabe cuánto dinero han destinado, además, a comprar el silencio de las víctimas. El Pontífice, en un encuentro fuera de agenda, se reunió con un grupo de ellas en Washington. “Rezaron con Su Santidad, quien escuchó sus relatos y les ofreció palabras de ánimo y esperanza”, aseguró ayer un comunicado emitido por el Vaticano.
“Fue un gran sufrimiento para EEUU, para la Iglesia y para mí personalmente”, según el Papa. “Ahora tenemos que hacer todo lo posible para que esto no vuelva a suceder”. ¿Todo lo posible? ¿En todos los lugares? El propósito de enmienda en Estados Unidos parece no contagiar a la jerarquía española.
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