El diccionario de la Real Academia no recoge la palabra agujerólogo. Tampoco, conspiranoico. Y, sin embargo, en los últimos años no han sido pocas las personas a las que se podría adjudicar, sin temor a equivocarse, ambos apelativos.
Periodistas, políticos, abogados, ingenieros metidos a escritores... una variada fauna que desde poco después de que el 11-M tiñera de luto a la sociedad española no ha cejado en su intento de buscarle tres pies al gato. Es decir, demostrar una supuesta relación de ETA –e, incluso, de los socialistas y la Policía– con los islamistas que perpetraron el trágico atentado.
Para ello, no han escatimado ni en medios ni en imaginación. Una nota policial de uso interno –redactada por agentes que veían como su trabajo y su profesionalidad era vilipendiado día sí y día también por estos agujerólogos sin que el Ministerio del Interior saliese en su defensa– resume en pocas líneas en qué consistía y aún consiste la célebre teoría de la conspiración: “Su sistema es discutir un elemento muy parcial de la investigación para proponer una hipótesis para la que no tienen prueba alguna, pero que sirve para vender periódicos, aunque otros hechos no discutidos de la investigación demuestren que su proposición es un disparate”.
Pruebas puestas en duda
Gracias a esta sencilla, pero maquiavélica táctica, algunas de las principales pruebas contra los presuntos implicados fueron puestas en duda: la mochila bomba que fue desactivada, la célebre Renault Kangoo hallada cerca de la estación de Alcalá de Henares, la verdadera naturaleza del explosivo utilizado en los atentados, la misma autoría...
Y así se llegó al juicio. Muchas de aquellas disparatadas tesis –como la de la célebre tarjeta de visita del grupo industrial Mondragón confundida con una cinta de casete de la Orquesta de Javier Gurruchaga– ni siquiera hicieron acto de presencia en la vista. Otras muchas se diluyeron como azucarillos.
Y las menos, intentaron sobrevivir como pudieron hasta el final agarrándose a informes de cuidada ambigüedad propiciados, precisamente, por peritos afines a la conspiración, algunos de ellos con estrechos lazos con víctimas. A ello ayudaron acusaciones que no acusaban, y defensores que prestaron a sus clientes para reforzar este juego.
Sin embargo, el peregrinar de decenas de testigos y peritos durante las 57 sesiones del juicio sirvió para desmontar la práctica totalidad de aquellos agujeros negros en los que todavía creen muchos españoles.
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