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La mitad de los asalariados sigue trabajando más de 40 horas a la semana

Las prolongaciones del horario laboral conviven con un debate teórico sobre semanas de cuatro días y reducciones de la ocupación cuatro décadas después de la aprobación de la actual jornada máxima y del mes de vacaciones remuneradas.

Uno de cada tres asalariados trabaja algún sábado y uno de cada cuatro lo hace algún domingo
Uno de cada tres asalariados trabaja algún sábado y uno de cada cuatro lo hace algún domingo. PxHere

Prácticamente la mitad de los asalariados españoles sigue trabajando más de 40 horas a la semana de manera habitual, cuando se cumplen cuatro décadas del establecimiento de esa jornada como máxima junto con el derecho a un mes de vacaciones remuneradas.

El 29 de junio de 1983, bajo la mayoría absoluta del PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra y con Joaquín Almunia como ministro de Trabajo, el Congreso aprobaba la ley que reducía en ocho horas la jornada semanal y ampliaba a 30 días el mínimo de vacaciones pagadas, una norma que entraría en vigor el 30 de julio junto con otra que regulaba los descansos, las horas extraordinarias y las jornadas especiales.

"Hay una confusión con la jornada de ocho horas diarias y la de 40 semanales. La primera lleva desde principios del siglo pasado, pero la segunda, que supuso recortar la semana de 48 horas y dejar de trabajar en sábado salvo excepciones, llegó con el primer Gobierno del PSOE", señala Fernando Luján, vicesecretario general de Política Sindical de UGT.

"Hablar de salario y de jornada supone hablar de cómo es la sociedad y de cómo evoluciona, y de una serie de mejoras que se han ido produciendo y que tienen muchas implicaciones. La sociedad de consumo pretende que haya consumidores", y eso requiere tiempo libre, anota David Moral Martín, sociólogo experto en relaciones laborales y en Psicología del Trabajo de la Universidad Zaragoza, en la que forma parte del grupo de investigación GISCI (Sociedad, Creatividad e Incertidumbre).

Sin embargo, cuarenta años después la entrada en vigor de esa jornada máxima de 40 horas, ampliable en 80 extraordinarias al cabo del año y al margen de eventuales episodios de fuerza mayor o catastróficos, sigue presentando algunas lagunas.

Así, según los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) que elabora el Instituto Nacional de Estadística (INE), casi la mitad de los asalariados -7,97 millones de 17,21 al cierre de 2022- trabajaba más de 40 horas semanales y, de ellos, 561.000 superan las 50. Ambos grupos se concentran en el sector privado.

A esta situación se le suma una distribución manifiestamente mejorable en términos de conciliación que hace que algo más de un tercio de esos asalariados (5,8 millones) trabaje algún sábado y que casi uno de cada cuatro (4,3) lo haga en domingo.

Y también se le añade, junto con el repunte de un pluriempleo que genera jornadas interminables, una inquietante bolsa de trabajo gratuito que en los últimos tres años se ha movido en una horquilla de 2,1 a 3,4 millones de horas semanales (entre 52.000 y 85.000 empleos equivalentes) que les son impuestas, según la época, a entre 260.000 y 400.000 trabajadores.

"Cuando superan las 40 horas semanales hablamos de un fraude, de incumplir la ley. Ahora hay un registro de jornada precisamente para impedir que haya jornadas de más de 40 horas", indica Luján.

El hecho de que la Inspección sancionara el año pasado a 11.070 empresas por obligar a 57.885 trabajadores a producir gratis o a hacerlo por más tiempo del que marcaban sus contratos da una idea de por dónde van los tiros.

Los convenios ya incluyen semanas de 32 horas

"Vemos cierta resistencia al cumplimiento de la jornada pactada en los convenios", que para este año arroja una media de 1.752,41 horas anuales, explica Luján.

Ese cómputo arroja, una vez descontadas las vacaciones, los festivos y los domingos, un promedio semanal de 32 horas y cinco minutos, muy cercano, con independencia de su distribución, al nuevo horizonte de reivindicaciones que, con la vista puesta en la semana de cuatro días, se ha marcado el movimiento sindical.

Fernando Luján: "Vemos cierta resistencia al cumplimiento de la jornada pactada en los convenios"

Esa cifra se sitúa claramente por encima (un 11,9%) de las 36 horas y 24 minutos que arroja la EPA como media, aunque en esa estimación conviven las apenas 35 de los asalariados con las más de 42 de los autónomos, cuya dedicación es más prolongada en todos los aspectos.

"La tendencia es a recortar la jornada, y eso es lo que se está haciendo en los convenios", anota el vicesecretario general de UGT, quien avanza la intención de proponer a los partidos que concurren a las próximas elecciones generales la reducción de la jornada a 35 horas por ley para avanzar hacia la de 32.

Esa iniciativa, añade, "no tiene problemas de aplicación más allá de necesitar un periodo transitorio. Es algo necesario para el reparto del trabajo y a nivel social. Y las empresas que lo han aplicado en las tímidas experiencias que va habiendo en España se encuentran con que cae el absentismo y suben la productividad y el rendimiento". 

El empuje de sindicatos, clases medias y capitalismo

Esa ha sido, efectivamente, la tendencia desde el tránsito del siglo XIX al XX, cuando la implantación de la luz artificial disparó en Europa por encima de las 2.700 horas anuales (nueve diarias de lunes a sábado y sin vacaciones) el escalón de 2.400 que, tras arrasar la vida rural y los hábitos del medievo, ya había generado la combinación de la revolución industrial con la supresión de festividades que supuso la reforma protestante.

Fernando Luján: "Somos una de las sociedades que menos horas trabaja en términos de actividad remunerada"

La religión "tiene muchas implicaciones, y una de ellas afecta a la organización del trabajo y del salario del momento", explica Moral. "Ahora estamos en uno de los periodos de menor duración de la jornada que se conocen. Somos una de las sociedades que menos horas trabaja en términos de actividad remunerada", anota.

Para llegar a esa situación han confluido una serie de vectores entre los que destacan tres: las reivindicaciones del movimiento obrero, la pujanza de la clase media y la propia evolución del sistema social y económico hacia la sociedad de consumo por la vía del capitalismo.

Otra cosa es el tratamiento del llamado trabajo reproductivo, el doméstico y de los cuidados, al que algunas estimaciones atribuyen un peso de en torno al 40% del PIB en países como España y que carece de remuneración en su mayor parte.

Una reflexión sobre el concepto del pleno empleo

Por la parte obrera, los principales hitos hacia la reducción de la jornada serían el objetivo de la semana de cinco días con la Segunda Internacional y, a escala local, la Ley del Descanso Dominical de 1904, la implantación de la jornada de ocho horas (de lunes a sábado) con la huelga de La Canadiense en la Barcelona de 1919 y el intento de aplicar la semana de 40 en la Segunda República.

"El movimiento obrero ha ido apretando para mejorar la calidad de vida y recortar la jornada, algo que siempre ha estado vinculado a los avances tecnológicos", señala el profesor.

"A esto se le añade el nacimiento de la clase media, que fue ganando poder adquisitivo y fue presionando en Europa para disponer de tiempo que le permitiera disfrutarlo con actividades culturales", añade.

David Moral Martín: "La rebaja de la jornada laboral debe ir acompañada de una reflexión política acerca de cómo participamos en la creación de riqueza y cómo se nos redistribuye"

En este sentido, Moral Martín plantea que "la rebaja de la jornada laboral debe ir acompañada de una reflexión política sobre el concepto del pleno empleo, acerca de cómo participamos en la creación de riqueza y cómo se nos redistribuye esa riqueza, algo en lo que se incluye el trabajo no productivo y que puede hacerse mediante salarios, pensiones y rentas entre otras fórmulas".

El negativo se encuentra en las rémoras del decadente neoliberalismo surgido a partir de las crisis energéticas de los años 70, con su obsesión por la producción, el desdén por el ocio y el ataque feroz a un keynesianismo cuyo objetivo básico era, en realidad, el de proteger un sistema capitalista cuya evolución posterior encadena varias décadas de devorador naufragio.

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