barcelona
María, de 27 años, vive en un piso compartido en el barrio barcelonés de Les Corts, justo debajo del estadio del Camp Nou. Paga 515 euros al mes por una habitación doble, sin contar los gastos de agua, luz, gas e Internet. Antes de poder instalarse hace un año y medio con dos compañeras, tuvo que adelantar dos meses de fianza y presentar un contrato laboral y su última nómina. El alquiler total del piso asciende a 1.545 euros, una cifra considerablemente superior al precio medio de los contratos firmados en esta zona durante el segundo trimestre de 2024 (1.339,98 euros).
"No tuvimos muchas más opciones, los precios eran similares en toda Barcelona. Si el piso era más económico, venía sin muebles. Este se ajustaba a nuestras necesidades, pero con este coste nos gustaría vivir en una zona más céntrica, por el Eixample", explica a Público. Aunque esta joven periodista considera que ha tenido suerte porque el piso está "muy bien", admite que destina un 30% de su nómina solo al alquiler de una habitación, un porcentaje que considera "casi excesivo".
María sueña con vivir sola o compartir piso con una sola persona, pero es consciente de que, por ahora, no puede permitírselo si quiere quedarse en la ciudad. Y mucho menos en un contexto en el que los precios de los alimentos y los carburantes también están disparados. Al final, los gastos en necesidades básicas como la vivienda y la comida le impiden hacer planes de futuro. "De momento, no me planteo ser madre; ahora no me lo puedo permitir", confiesa.
María es solo un ejemplo de una realidad generalizada en la capital catalana, una gran metrópolis que expulsa a sus habitantes debido a la especulación inmobiliaria y la masificación turística. Una bomba de relojería que puede estallar si no se impulsan políticas efectivas para garantizar el derecho universal a la vivienda, abordando de manera decidida los abusos del alquiler por habitaciones y el de temporada. En este contexto, las protestas no se han hecho esperar: bajo el lema "Se acabó: Bajemos los alquileres", el movimiento por la vivienda ha convocado este sábado 23 una manifestación que se espera muy multitudinaria en la plaza Universitat de Barcelona.
Salas de estar reconvertidas en habitaciones
El caso de Elie no es muy diferente al de María: tiene 31 años y comparte piso con otras cuatro chicas ―al principio, desconocidas― desde hace un año. El domicilio, uno de esos antiguos con techos altísimos, se encuentra en Rocafort, en el Eixample de Barcelona. El precio es de 2.500 euros y Elie paga poco menos de una quinta parte del total: 500 euros al mes por una habitación doble con gastos incluidos. Según los últimos datos de la Generalitat, el precio medio de los contratos firmados entre abril y junio de 2024 en este distrito de Barcelona era de 1.258,17 euros. "Hay buen ambiente en casa, pero tengo ganas de vivir solo o con mi pareja. Hay compañeras que pagan más que yo", afirma.
Este piso, sin embargo, tiene una peculiaridad: no tiene sala de estar. Pero no porque estuviera diseñado así desde el inicio, sino porque los propietarios la convirtieron en otra habitación para sacar más beneficio con el alquiler. "Quiero cambiar, pero mi salario actual me limita bastante. No puedo ahorrar porque destino un tercio de mis nóminas a la vivienda y cada dos por tres surgen imprevistos. Querría buscar otro piso con salón, más acogedor, pero igualmente tendría que subarrendarlo", admite.
Elie es camarero y coctelero en dos locales diferentes del centro de Barcelona. Sabe que si se alejara de la zona encontraría algo más barato, pero también valora su tiempo porque trabaja de mañana y de noche. "En Montgat o en Terrassa también pagaría 900 euros por un piso y mudarme a dos horas no me compensa. La comodidad tiene un precio y ya no tengo 22 años", añade.
Actualmente, encontrar piso se ha convertido en una auténtica odisea, marcada por los precios desorbitados de los alquileres y las exigencias de las inmobiliarias o propietarios. El joven explica que solo le pidieron un mes de fianza y lo incluyeron en el contrato, aunque a menudo es un acuerdo "apalabrado". "Yo me presento con nóminas y un buen aval, mi hermana. Imagínate alguien que no tenga mi suerte", lamenta. Durante el tiempo que dedicó a buscar vivienda, se encontró con situaciones surrealistas: recuerda un piso con una cámara instalada en el portal para que la propietaria pudiera vigilar la entrada. Las visitas no estaban permitidas a partir de las diez de la noche.
Vivir lejos de los alquileres disparados
Cristina (nombre ficticio a petición de la fuente) es una joven que vive sin contrato. Se ha instalado en una habitación en Camp de l'Arpa por 300 euros con gastos incluidos. Es un precio asequible porque la vivienda está sujeta a una renta antigua. Encontró esta oferta gracias al boca a boca, pero anteriormente, si quería que todos los trámites fueran reglados, no hallaba estancias "decentes" por debajo de 400 euros. "Hay estudios por 700 u 800 euros y habitaciones más baratas, pero son pequeñas o no tienen luz", explica.
Trabajando como autónoma en cáterin o como monitora, no dispone de un contrato laboral que acredite ingresos mensuales fijos. Esta situación le ha generado graves dificultades para acceder a una vivienda, ya que a menudo es un requisito indispensable. A Cristina no le interesa la vida rutinaria; tiene proyectos personales relacionados con el deporte y el surf.
Afortunadamente, después de mucha búsqueda, ha encontrado un piso compartido con tres personas en una urbanización en el Garraf, cerca de la playa y la montaña. "Por un precio similar tengo más calidad de vida. Aun así, no todos tienen la suerte de poder irse lejos, hay muchos jóvenes atados a Barcelona o que no pueden arriesgarse a llegar tarde todos los días por culpa de la Renfe", concluye.
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