¿Cuánto dinero han venido cobrando, cobran todavía o seguirán cobrando en el futuro los ejecutivos y altos cargos de las cajas integradas en ese bluf financiero llamado Bankia cuya salvación ha asumido el Estado? Es preciso saber cuánto han cobrado, cuánto cobran y cuánto cobrarán no todos en general, sino todos y cada uno de ellos con sus nombres, apellidos, responsabilidad específica, adscripción política, currículum profesional, jornada laboral, incremento patrimonial, créditos blandos obtenidos, familiares que han tenido la suerte de encontrar empleo esas entidades...
Tras la nacionalización de Bankia, ¿seguirán todos ellos cobrando lo mismo?, ¿se han ganado su sueldo? ¿Les será rebajado? ¿Conservarán sus empleos? ¿ Verán reducidas sus indemnizaciones en caso de despido, teniendo en cuenta que su ruinosa gestión la va a pagar un país económicamente exhausto?
¿Rodrigo Rato debe cobrar la indemnización de 1,2 millones de euros que parece corresponderle legalmente al dejar Bankia, pese a haberla dejado con un inmenso agujero que será tapado con dinero público? ¿Quién aprobó esa cantidad? ¿Qué otras retribuciones se aprobaron en el mismo Consejo que aprobó la de Rato? ¿No debería renunciar el exministro a esa indemnización? En la rueda de prensa de hoy del Consejo de Ministros alguien debería preguntarle sobre esto al ministro De Guindos.
Suele sostenerse que los sueldos de los directivos, comparados con el multimillonario descubierto que tiene la banca, es el chocolate del loro. El argumento del chocolate del loro es en realidad el mismo que acaba de utilizar el presidente del Tribunal Supremo, Carlos Dívar, al calificar de miseria los casi 20.000 euros que se ha gastado en viajes privados alojándose en hoteles de lujo de Marbella con cargo al presupuesto del Consejo General del Poder Judicial. Bien, pues yo lo que quiero es saber es esto: cuánto se gasta el maldito loro en chocolate.
De nuevo se repite aquello que relataba Fernando Fernán-Gómez en Las bicicletas son para el verano: el humilde puchero de lentejas que ardía a fuego lento en la cocina había ido menguando a lo largo de la mañana, hasta el punto de que llegada la hora de comer la cantidad de lentejas ya no era suficiente para que comiera toda la familia. ¿Qué había pasado? Preguntados todos y cada uno de ellos por el enigma de las lentejas menguantes, los miembros de la familia negaban ser los culpables de la extraña rebaja del nivel del guiso, pero finalmente se esclareció el misterio: uno a uno, todos fueron admitiendo a regañadientes pero avergonzados haber ido sacando, a lo largo de la mañana y cuando nadie los veía, una cucharadita de la cacerola, pero nada, una pizca, sólo por probarlas o para ver cómo estaban de sal, por supuesto cuidando siempre de no abusar, siempre una cucharadita, si acaso dos, pero siempre muy pequeñas, en realidad ni se notaba teniendo en cuenta el tamaño de la olla.
Suele ocurrir que, efecto, los loros aficionados al chocolate seamos todos, pero suele ocurrir también que unos loros sean más aficionados que otros, sobre todo cuando nadie los ve atracarse del chocolate que pagamos todos.
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