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Los mitos económicos que ya no sirven en 2012

La crisis se ha llevado por delante algunas supuestas 'verdades' más extendidas y asumidas por las instituciones

PERE RUSIÑOL

Myron Scholes y Robert C. Merton obtuvieron en 1997 el Premio Nobel de Economía por elaborar un nuevo método para determinar el valor de los productos financieros derivados: la base científica que aseguraba el éxito millonario de los hedge funds (fondos especulativos de alto riesgo). Descubierta la piedra filosofal, ellos mismos se pusieron manos a la obra a través de Long Term Capital Management. Los resultados fueron ciertamente espectaculares, pero no en el sentido previsto: en 1998, el fondo perdió 4.600 millones de dólares y tuvo que ser rescatado por el Gobierno. En 2000, estaba cerrado.

Las opiniones, en economía, aparecen a menudo disfrazadas de verdad, sobre todo si cuentan detrás con un potente altavoz mediático, académico o empresarial, pero la realidad es bastante más compleja. Tanto, que acabamos de entrar en 2012 y el sistema público de pensiones sigue lejísimos de quebrar en España, pese a que desde mediados de la década de 1990 estudios muy solventes –patrocinados a menudos por entidades financieras– auguraban la quiebra segura e inminente, ya con el cambio de milenio.

Muchos de los planteamientos económicos que se han convertido en hegemónicos “no se sostienen ni en sus propios términos”, afirma Miren Etxezarreta, catedrática emérita de la Universitat Autònoma de Barcelona. En su opinión, se trata en realidad de “mitos” que pueden ser “válidos dentro de su propio paradigma concreto”.

2011 ha sido un año devastador para algunos de los “mitos” económicos más extendidos que, sin embargo, siguen gozando en 2012 de muy buena salud. Público ha seleccionado 11:

La tendencia a equiparar el comportamiento de la Bolsa con la economía real suele llevar a una ecuación simple: si sube la Bolsa, es bueno para todos. Pero no es necesariamente así y, en 2011, ha vuelto a quedar claro: algunos de los programas de reducción de costes empresariales más agresivos del año, centrados sobre todo en despidos masivos, fueron aplaudidos por alzas inmediatas en el parqué.

Uno de los más duros fue el presentado en agosto por el gigante financiero HSBC: el mismo día en que divulgó una mejora del 3% en los beneficios semestrales, anunció 25.000 despidos, el 10% de la plantilla mundial. Ese día, las acciones subieron el 3,4%.

Hay muchos otros ejemplos, como Cisco: tras caer el 24% en Bolsa desde que empezó 2011, la mera filtración de un plan de 10.000 despidos le hizo repuntar de golpe el 3%. En España, los expertos coinciden: el paro puede incluso empeorar en 2012, pero la bolsa subirá entre un 6% y un 10%.

Existen incluso evidencias de que la correlación entre Bolsa y paro podría ser inversa, según explica Alejandro Inurrieta, del Instituto de Estudios Bursátiles, quien, sin embargo, considera que, en realidad, con el boom de la ingeniería especulativa over the counter, “la Bolsa ya no es termómetro de nada”. En 2011, el único país donde la bolsa creció de verdad fue, paradójicamente, Venezuela: el 79%. La ortodoxia nunca subraya un dato así.

España es el país con más paro de toda la UE y la patronal y todos los centros de estudios ortodoxos señalan siempre la misma causa: el supuesto alto coste del despido. Y ello pese a que España es también el país donde más se despide. El principio lo asumió el Gobierno socialista, con riesgo de haraquiri: aprobó en 2010 una reforma laboral para abaratar el despido que le costó una huelga general.

Con el nuevo marco, la indemnización por despido improcedente bajó de 45 días a 33. Pero, sobre todo, ampliaba las “causas objetivas” para poder despedir con sólo 20 días de indemnización y además se introducía la posibilidad de una compensación con dinero público del 40%. “La gran singularidad de España es que el despido ya es en la práctica libre y con una indemnización para el empresario que fácilmente puede ser, en la práctica, de sólo 12 días”, recalca Albert Recio, economista de la Universitat de Barcelona.

El Gobierno del PSOE esperaba recoger en 2011 los frutos de su reforma, pero la hipótesis no tuvo base empírica. Al contrario: desde que se aprobó, se han perdido otros 404.000 puestos de trabajo. Pero 2012 empieza como siempre: con una enorme presión, azuzada por el Gobierno del PP en forma de ultimátum, en favor de una reforma laboral “urgente” que abarate el despido.


Cuando, en mayo de 2010, los máximos responsables de la Unión Europea (UE) viraron hacia recortes drásticos y coordinados, lo explicó por la necesidad de calmar a los mercados. En cambio, se inició la espiral contraria: la gran mayoría de países que ha destacado en recortes ha empeorado su rating, las primas de riesgo se han disparado y los mercados parecen más inquietos que nunca, pese a la sucesión de los ajustes destinados teóricamente a calmarlos.

En España, Zapatero y Rajoy pactaron en verano elevar a rango constitucional la disciplina extrema y, en noviembre, en plena campaña electoral, la prima de riesgo escaló hasta el umbral que los expertos consideran próximo el rescate.

Los economistas keynesianos y críticos son unánimes: los recortes drásticos simultáneos golpean el crecimiento y, por tanto, multiplican la desconfianza. “Los mercados están lanzando mensajes claros, pero los políticos sacan conclusiones erróneas”, advirtió el prestigioso inversor y premio Pulitzer Liaquat Ahamed, quien cree que la calma no regresará sin un horizonte de crecimiento.


Incluso el Fondo Monetario Internacional (FMI), tradicional guardián de la ortodoxia, lo tiene claro. Su economista jefe, Olivier Blanchard, acaba de hacer balance de las enseñanzas de 2011.

Entre ellas: “Los inversores financieros son esquizofrénicos sobre la consolidación fiscal y el crecimiento. Reaccionan positivamente ante las noticias de consolidación fiscal, pero luego reaccionan negativamente cuando el ajuste lleva hacia un menor crecimiento, lo que sucede a menudo”. Su conclusión: los ajustes deben ser “como una maratón, no como un sprint”.

Todos los economistas consideran que, para un país, la opción de no pagar las deudas es muy mala. Pero la unanimidad se ha empezado a resquebrajar: algunos economistas –de la escuela crítica, pero avanzando ya entre los pos-keynesianos– consideran que el default es malo, sí, pero no necesariamente lo peor.

“Hay algo peor que no pagar: lo que vemos en Grecia”, sostiene Eric Touissaint, economista del CADTM, centro belga especializado en deuda, quien añade: “El ajuste tiene un impacto social terrible, pero se implementa igualmente para no perjudicar a los bancos, incluso sabiendo que la deuda es tan elevada que no se podrá pagar”.

2011 ha sido un año importante para la erosión del mito, incluso para la escuela económica convencional, que ha aceptado una quita de la deuda griega –y, por tanto, un impago parcial en la eurozona– de hasta el 50%. Pero dos experiencias han ganado muchos enteros como contra-ejemplos, pese a sus singularidades: Argentina e Islandia.

Ahora se cumplen diez años de la espectacular suspensión de pagos argentina. La caída fue estruendosa –y centenares de miles de personas perdieron de un plumazo todos sus ahorros–, pero la economía mejoró muy pronto y, desde 2002, todos los ejercicios, salvo dos, han registrado crecimientos por encima del 8%, “el crecimiento económico más rápido en el hemisferio occidental durante los últimos nueve años y unas de las tasas de crecimiento más altas del mundo”, según un informe reciente del poskeynesiano CEPR, con sede en Washington.

Más cerca, en Islandia, sucedió algo parecido, aunque a menor escala: los islandeses han rechazado ya en dos ocasiones en referéndum –la última, el pasado abril– pagar los 5.000 millones de dólares que Reino Unido y Dinamarca avanzaron a sus ciudadanos atrapados en la quiebra de un banco islandés. Técnicamente, se trata de una deuda de Islandia que sus ciudadanos se niegan a pagar.

Pese a ello, Islandia creció el 2,5% en 2011 –la eurozona sólo el 1,6%– y la tasa de paro se ha reducido 1,5 puntos desde el referéndum de abril en que supuestamente el país se condenó por negarse a pagar.

No parecía un mito, sino una realidad incluso para sus críticos: la supuesta solidez del euro hacía imposible imaginar que algún país pudiera dejarlo. Y mucho menos que existiera riesgo de colapso. Pero, de pronto, justo cuando se cumple el 10º aniversario de su nacimiento, la hipótesis de naufragio de la moneda única ha empezado a considerarse como una posibilidad, incluso entre los que creen que nunca sucederá.

En septiembre, dos grandes bancos de inversión (el suizo UBS y el japonés Nomura) sorprendieron con estudios sobre los efectos que tendría para Grecia abandonar el euro.

Fue el pistoletazo de salida para la demolición del mito, al menos en el plano teórico: algunos bancos centrales han comenzado a calcular los efectos que tendría recuperar las antiguas monedas y lo mismo han hecho varias multinacionales. También los centros académicos: uno de los papers más buscados ha sido el del economista francés Eric Dor Leaving the eurozone: a user’s guide.

Jean-Claude Trichet, durante ocho años al frente del Banco Central Europeo, siempre había considerado “absurda” la mera hipótesis. Pero en noviembre le reemplazó Mario Draghi, quien el 19 de diciembre fue portada del Financial Times advirtiendo él mismo de los efectos que tendría una ruptura del euro. “El presidente del BCE rompe un tabú”, subrayó la biblia de la City. Y eso que aún resonaban los ecos de la cumbre europea que supuestamente había salvado el euro.

Durante décadas fue un mantra de los economistas ortodoxos: la economía en su conjunto se beneficia de que los ricos ganen cada vez más, aunque aumente la desigualdad.

Pero, tras el crash, han aflorado los datos: varios economistas (David A. Moss, Robert Reich) han subrayado que los dos momentos de mayor desigualdad registrada en EEUU son 1928 y 2007, justo antes de los mayores batacazos económicos de la historia contemporánea. El paralelismo es máximo: en 1928, el 1% más rico sumaba el 23,9% de la riqueza estadounidense; en 2007, el 23,5%.

Reich ha escrito que, cuando las diferencias son tan agudas, se producen dos fenómenos simultáneos que acaban llevando a la crisis: el poder de compra de la clase media “sólo se mantiene mediante crédito, lo que genera una burbuja de deuda” y los más ricos no tienen capacidad de invertir todo en la economía productiva, sino que buscan mayores rentabilidades hacia fórmulas especulativas, que también engordan burbujas.

En 2011, se han divulgado dos importantes estudios que muestran hasta qué punto se disparó la desigualdad en Occidente. En Seguimos divididos. ¿Por qué la desigualdad sigue aumentando?, la OCDE demostró que la brecha entre ricos y pobres se encuentra en el nivel más alto en 30 años.

El Congreso de EEUU, por su parte, divulgó un macroestudio que revela que el 1% más rico ha visto aumentar su renta disponible tras impuestos el 275% en tres décadas, porcentaje que en la clase media se limitó al 40% y, entre el 5% más pobre, en apenas el 18%.

La preocupación por el aumento de la desigualdad se ha extendido al ámbito liberal: Martin Wolf, el economista de referencia del Financial Times, le dedicó una de sus últimas reflexiones de 2011: no sólo es “injusta”, sino también “ineficiente”, concluyó.

Tras la II Guerra Mundial, el tipo máximo del impuesto sobre la renta en Reino Unido llegó a ser del 95% y, en 1979, aún se situaba en el 83%. Pero ganó Margaret Thatcher y Occidente inició un periodo de bajada sistemática de todos los impuestos progresivos con un argumento: si la tasa es elevada, los más adinerados encuentran la forma de no pagarla. Luego, la izquierda mayoritaria incluso lo teorizó en España: “Bajar los impuestos es de izquierdas”.

El mito ha durado tres décadas, pero en 2011 quedó claro que algo se puede hacer, aunque los vehículos utilizados por los muy ricos siguen quedando al margen. La gran mayoría de países de la UE –casi todos con gobiernos de derechas– ha vuelto a subir los tramos altos del IRPF y se han recuperado impuestos a las grandes fortunas (o al patrimonio).

La tendencia también ha llegado a España: el Gobierno socialista recuperó el Impuesto de Patrimonio justo antes de dejar el poder. Y el nuevo Ejecutivo del PP subirá hasta siete puntos de golpe el IRPF de los asalariados que superen los 300.000 euros brutos al año y hasta seis puntos las rentas de capital.

La paradoja es que el giro de 2011 lo imploraron sobre todo los propios ricos: En EEUU, Warren Buffet exigió que le subieran los impuestos, escandalizado de que sus empleados pagaran tasas superiores a la suya. Y en Europa, el multimillonario dueño de Publicis encabezó un manifiesto similar en Francia de millonarios exigiendo pagar más.

2011 ha sido un año muy duro para algunos gurús cuya opinión solía elevarse a la categoría de verdad. El caso más emblemático es el de John Paulson, el inversor al que la crisis había colocado el aura de genio tras ganar en 2007 hasta 24.000 millones de dólares gracias al estallido de las hipotecas subprime.

En 2011, en cambio, sus dos fondos estrella perdían hasta el 30%. Y Man Group, el segundo hedge fund del mundo, sufría una salida neta de hasta 6.500 millones de fondos de clientes ante sus deficientes resultados.

También ha quedado tocada la reputación de Nouriel Roubini, convertido en economista estrella por haber previsto la crisis justo antes de que estallara. Roubini simboliza ahora el potencial conflicto de intereses de los gurús que supuestamente saben lo que hay que hacer mientras dirigen consultorías privadas. El Roubini académico ha insistido día sí y día también en el estallido de Grecia, mientras los analistas de su consultoría, RGE Market Strategy, recomendaban operaciones contra el país.

“Así que el profesor y el asesor forman una sociedad de gananciales; su mano académica aprieta para que suceda lo peor y su mano financiera recoge el beneficio cuando va sucediendo lo peor”, ha escrito de Roubini el periodista Xavier Vidal-Folch.

Desde que empezó la crisis, ha sido una constante ver cómo se pagaban bonus exorbitantes e indemnizaciones millonarias a algunos de los máximos responsables de la crisis, mientras Bernard Madoff se convertía en el único chivo expiatorio entre rejas.

Pero 2011 ha sido más rotundo si cabe, con símbolos muy poderosos. En EEUU, Paul Volcker, el asesor económico de Barack Obama más partidario de meter en cintura al sector financiero, se marchó a casa, al igual que el demócrata que libró la batalla en el Congreso, Barney Frank. En cambio, el presidente colocó al frente de su consejo económico a Gene Sperling, exasesor de Goldman Sachs, el banco más investigado por su papel en la crisis, y nombró jefe de Gabinete a William Daley, procedente de JP Morgan Chase, el banco que inventó los CDS, quizá el instrumento que más contribuyó a propagar el crash.

En Europa, la crisis se originó en buena medida en los artilugios financieros creados por Goldman Sachs para ayudar a ocultar la deuda griega y, justo de este mundo, emergieron en 2011 los supuestos salvadores: Mario Draghi, exvicepresidente de Goldman Sachs Internacional, ha asumido la presidencia del Banco Central Europeo; Mario Monti, exasesor del banco, es primer ministro de Italia sin elecciones; y Lukas Papadimos, el gobernador del Banco central griego cuando Grecia cocinaba sus cuentas, también dirige ahora el Ejecutivo heleno sin elecciones.

Con el 20-N, España se ha sumado a la tendencia: el nuevo ministro de Economía, Luis de Guindos, y su hombre en el Tesoro, Íñigo Fernández de Mesa, proceden de Lehman Brothers, el banco cuyo hundimiento se convirtió en el mejor símbolo de la crisis mundial y que, en España, coordinó la salida a Bolsa de las cuotas participativas de la Caja de Ahorros del Mediterráneo.

El peor año para el empleo ha generado en España un déficit de la Seguridad Social de 600 millones, equivalente a apenas el 0,4% del PIB. Y, pese a ello, la hucha de las pensiones permanecerá por encima de los 62.500 millones. En cambio, el patrimonio de las pensiones privadas en España ha perdido, a falta de contabilizar el último trimestre, 3.100 millones de euros (el 3,8% de su valor), con lo que el volumen de fondos privados cae al nivel de 2006.

Si las pensiones públicas están amenazadas con la crisis, las privadas aún más, según las cifras oficiales: tanto en Reino Unido como en EEUU, el agujero de las pensiones privadas –es decir, los recursos que faltan para poder satisfacer los compromisos contraídos—ha batido a final de 2011 sus respectivos récords.

En Reino Unido, según el informe del Banco de Inglaterra, el déficit global de los planes privados ascendía en noviembre a 266.000 millones de euros y afectaba a 5.390 de los 6.533 existentes. En EEUU, la consultora Mercer estima que el déficit de los planes de las empresas del índice S&P 1.500 suma 400.000 millones.

Los informes de la OCDE han puesto de manifiesto que, ante las crecientes dificultades financieras, los gestores invierten de forma creciente en los vehículos más especulativos para intentar aumentar la rentabilidad, con lo que ponen aún más en riesgo la bolsa de pensiones privada. Según The New York Times, el 50% de los ingresos de los fondos de capital riesgo (private equity) provienen ya de los fondos privados de pensiones, que entre 2000 y 2010 han pagado sólo en EEUU 17.000 millones de dólares en comisiones a los gestores de sus carteras.

Cada nueva medida de apoyo al sector financiero –rescate, inyecciones millonarias, avales con garantía estatal, etc.– se ha recubierto con la explicación de que son imprescindibles para que fluya el crédito y vuelva así la vida a la economía real.

Pero, tres años después de ayudas incesantes, el crédito está en niveles bajísimos. En España y en todo el mundo.

Una reciente investigación de Bloomberg ha demostrado que las ayudas públicas han sido muy superiores a las que se conocían, ya elevadísimas. Tras años de forcejeo judicial, la agencia ha logrado acceder a las tripas del programa de ayudas del Tesoro estadounidense en forma de créditos a muy bajo coste, del que se han beneficiado bancos de todo el mundo. El programa oficial de ayuda (TARP) supuso 700.000 millones de dólares, pero, entre 2008 y 2010, la factura real del rescate del sistema financiero mundial del programa de EEUU se elevó en realidad, según Bloomberg, a 7,7 billones de dólares, diez veces más que el conocido.

Según la investigación de la agencia, la lluvia de liquidez no se dirigió al crédito de la economía, sino a reforzar artificialmente los balances de las firmas –y, por tanto, a volver a disparar los bonus de los ejecutivos—y a tareas de lobby para evitar una mayor regulación del sector.

En Europa, 2011 acabó con otra muestra de que estamos ante un mito: mientras a Grecia y a los países rescatados se les pide condiciones draconianas a cambio de ayuda, el Banco Central Europeo ofreció al sector financiero créditos ilimitados a sólo el 1%, con tres años de vencimiento y sin apenas requisitos, para ayudar teóricamente a que el crédito fluya hacia la economía real. La subasta repartió medio billón de euros a la banca europea, pero allí se quedó: los bancos depositaron más del 80% de lo conseguido en el propio BCE, por si llegaran a necesitarlo.

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